Antiguamente, el poder mundial lo detentaban los gobernantes: los reyes, los emperadores… Unos y otros se preparaban y formaban desde la cuna para gobernar sus naciones e imperios.
Tras la caída del “Ancien régime”, el poder siguió en manos de los gobernantes, con la diferencia que estos ya no eran formados desde la cuna para gobernar, sino que accedían al poder tras una carrera política más o menos destacada.
Hoy, países como China, Rusia o Estados Unidos mantienen un enorme poder e influencia en el mundo. No obstante, desde hace algunas décadas empezaron a aparecer empresarios y grupos empresariales, cuyo poder es bastante mayor que el de muchos países en desarrollo. Algunos de ellos han llegado a torcer el brazo de auténticas potencias mundiales, como George Soros, cuando intencionalmente hizo quebrar al mismísimo Banco de Inglaterra.
No nos engañemos. Hay países poderosos, pero en la actualidad los Rothschild, los Rockefeller, los Gates, los Soros, los Bezos, los Musk y algunos otros son los amos del mundo. Una vez alcanzado el poder –si no cometen grandes errores–, serán poderosos de por vida; no como los gobernantes de las grandes potencias occidentales que lo son por uno o dos períodos de gobierno, a lo sumo.
De ahí que algunos de estos verdaderos “monarcas del dinero” tengan ínfulas mesiánicas. A Bill Gates, por ejemplo, se le ocurrió la peregrina idea de tapar el sol para “aliviar el cambio climático”. Afortunadamente, nadie le dio corte, pero el hecho de haberlo sugerido da cuenta de hasta dónde llega el mesianismo de los poderosos. ¿Quién es Bill Gates para tapar el sol que ilumina la tierra, y que para bien o para mal, afecta a toda la humanidad? ¿Quién le dio la misión de cambiar la sociedad a su imagen y semejanza?
Gracias a Dios, la realidad es demasiado compleja como para que todo –absolutamente todo– caiga bajo el control del Gran Hermano. Pero el intento de controlarlo todo está siempre presente, de un modo o de otro, tanto por parte de las fundaciones que manejan estos individuos, como por parte de ciertas agencias de la ONU; sobre todo las que en parte son financiadas por estos nuevos señores feudales.
Uno de estos intentos por controlarlo todo es la “la Agenda 2030 de Desarrollo Sustentable” nacida en 2015. Con 17 Objetivos y 169 metas de carácter integrado e indivisible –dicen– “regirá los programas de desarrollo mundiales durante los próximos 15 años”.
Uno se pregunta dónde está la libertad, la soberanía, la autodeterminación de los pueblos. ¿Acaso ya no pueden tomar sus propias decisiones y elegir su propio destino? El margen de libertad parece ser cada vez menor, desde que en documentos como el “Marco de respuesta socioeconómica inmediata de la ONU al COVID-19” se habla de “orientar las economías a lo largo de una trayectoria de igualdad de género y carbono natural”.
¿Qué tienen que ver la igualdad de género y el carbono natural con una respuesta socioeconómica inmediata al COVID-19? Nada. Uno no puede dejar de preguntarse si todo esto no será una excusa para acelerar alguna ideología paralela cuyo principal objetivo –no declarado– es controlar la población mundial…
Esta “agenda” –si se lee entre líneas– propone crear un gobierno global centralizado para regir –como los antiguos emperadores– las políticas globales. Ese gobierno, de carácter más bien socialista, asumiría por su cuenta el rol de distribuidor de riquezas; impondría una educación globalista, acorde con la ideología de género, sin pedir permiso a los padres; seguiría promoviendo el enfrentamientos “de género” intrafamiliar, junto a diversas políticas antiprocreativas; procuraría la eliminación de las fronteras, con la consecuente pérdida de identidad de las naciones; mantendría, a fuerza de propaganda, el mito del “calentamiento global”; y se haría cargo de impartir “justicia” a nivel global.
Quien no esté de acuerdo con esta concreción formal, institucional, jurídica de la “dictadura del relativismo”, corre el riesgo de ser aplastado por la temible “cultura de la cancelación”.
Claro que según la “agenda”, “los Estados tienen soberanía plena sobre su riqueza, recursos y actividad económica, y cada uno fijará sus propias metas nacionales, apegándose a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)”. Pregunto: si hemos de sentirnos felices de poder fijar nuestras metas, para cumplir con sus objetivos, ¿qué nos diferencia de los siervos de la gleba?
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