Si bien ARU se relaciona principalmente con la defensa de la producción, también cumple una tarea social imprescindible en lugares y con personas que no siempre son valoradas como las maestras del interior o alambradores que a base de esfuerzo llegaron a ser productores.
“La Asociación Rural no se ocupa solo de defender a los productores, también desarrolla una tarea social en el interior del país”, dijo Rubén Echeverría, quien se desempeñó como presidente de la ARU entre 2012 y 2014.
Destacó que para la institución es importante el apoyo a los niños y recordó el traslado sin costo de éstos a conocer la Exposición. “Cada año se elegía una escuela diferente del interior”, dijo, además del reconocimiento a maestras “que además de su trabajo en las escuelas muchas veces tienen que hacer un sacrificio enorme trasladándose” de una localidad a otra para atender a sus alumnos. “Es muy común verlas en la ruta” para hacer varios kilómetros de ida y luego los mismos kilómetros de vuelta.
Pero lo que más marcó a Echeverría fue el reconocimiento a Valoy Ortíz cuando tenía 100 años. “Hoy tiene 108”, dijo. “Fue un momento muy emocionante verlo con su familia y la Rural reconociendo su trayectoria como hombre de campo. Con el paso de los años me siento muy reconfortado de haber contribuido en eso. Un hombre que fue alambrador y llegó a comprar un campo formando una familia de productores es un ejemplo para la juventud”, remarcó.
Por otra parte, Echeverría dijo que durante su presidencia “los commodities se venían recuperando, la producción estaba bien, la lana valía, los cereales comenzaban a subir y mejorando sus precios”.
Fue una época en que “vinieron muchos productores argentinos que revolucionaron la parte técnica y de maquinaria, adquirieron o arrendaron campos y se vinieron a vivir. El problema estaba en los costos” que se debían enfrentar.
“El campo siempre es bueno para todo el país y no solo para el productor o el sector”
“En ese momento el presidente era José Mujica, hubo aumento de los impuestos y un gran de debate por el ICIR (Impuesto a la Concentración de Inmuebles Rurales) y nos tocó trabajar para que no saliera o tuviera el menor impacto posible”, recordó. “Porque, así como los precios habían mejorado también aumentaron los impuestos. Al final el ICIR salió paro bastante amortiguado debido a las reuniones y conversaciones con el gobierno”.
Además de lo económico, el impuesto implicaba una impronta social negativa: “Era un impuesto que marcaba la diferencia entre el campo y la ciudad, y para nosotros el campo siempre es bueno para todo el país y no solo para el productor o el sector”, reflexionó.
En ese momento en que hubo un aumento de la rentabilidad por un mejor precio de la soja “uno notaba que esa rentabilidad se repartía en los pueblos y las ciudades del interior. Lo contrario ocurrió cuando la crisis de 2002 y 2003, fue un período donde nadie invirtió porque no tenía con qué. No se hacían alambrados, no se hacían tubos. Si no hay rentabilidad las inversiones desaparecen, pero cuando comenzó a haber más rentabilidad los productores comenzaron a arreglar las chacras, las mangas, llevar los tractores a arreglar, se generó movimiento en los pueblos. Todo eso que nació en el interior luego se trasladó a Montevideo, son cosas que se ven y observan”, comentó.
“El productor tiene que tener rentabilidad para subsistir en su actividad, pero también para el bien del país”, sintetizó.
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