Investigando en los archivos de la Hoover Institution, desenterré una carta del 22 de junio de 1971 que Arthur Burns, quien en la época presidía la Reserva Federal, enviaba al presidente Nixon. En ella Arthur argumentaba que los cambios estructurales que se habían producido en la economía hacían difícil controlar la inflación, mostrándose particularmente preocupado por el impacto de los sindicados. Dice la carta: Ya le he esbozado un posible camino para una política de este tipo – presionar enfática e incisivamente, seguido por un órgano que revise salarios y precios (preferiblemente a través del Comité de Política Económica del Gabinete); y en caso de que esto sea insuficiente (lo que es ahora más probable hace uno o dos años), continuaría con una congelación de salarios y premios durante seis meses, a ser implementada a más tardar el próximo enero.
El domingo 15 de agosto de 1971, el presidente anunció en forma dramática una congelación de salarios y precios por 90 días, a la que seguirían controles más elaborados y un recargo del 10 por ciento sobre los bienes y servicios importados. Dijo a las tres cadenas de televisión: “Ha llegado el momento de una nueva política económica para los Estados Unidos”. Me pareció que había ocurrido un desastre, pero no se vio así. El mercado de valores registró su mayor aumento en un día. La congelación fue enormemente popular, tanto que me asusté, ya que el fluir natural de las variables económicas en la economía estaba siendo amortiguado. El 12 de junio de 1972 asumí como Secretario del Tesoro, por lo que el sistema de control pasó a depender de mí. Para enero de 1973, el presidente Nixon había ganado la reelección en parte gracias a una economía en expansión, con los precios sujetos a un incómodo control. Trabajando con Rumsfeld y Cheney, y con el apoyo del presidente, diseñamos una iniciativa para dejar de lado las mayores rigideces de la Fase II de los controles. La Fase III, anunciada por el presidente Nixon el 11 de enero de 1973, tenía como objetivo reducir la complejidad institucional del programa y confiar más en la cooperación voluntaria del sector privado.
George P. Shultz, en “Dreams can be nightmares” (Los sueños pueden ser pesadillas), presentado en la Asociación de Historia Económica (San José, California, 15 de septiembre de 2017)
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