Conocí a doña Delia Orgaz de Correa Luna en 1975 o 76 cuando ambos actuábamos como adscriptos en el Liceo Nº 7 «Joaquín Suárez». Es el mismo liceo donde cursé el primer ciclo de secundaria que en esos tiempos tenía su sede en Br. España y que hoy hospeda al Liceo 28. En mi regreso a la actividad liceal, ahora en otro rol, el Suárez estaba –y está– en la calle Jaime Zudañez. Cuando la dirección me adjudicó el mismo piso que a doña Delia, recuerdo que alguien me advirtió que se trataba de una persona «brava» y que por eso era difícil trabajar con ella. El tiempo que tuve el privilegio de prestar servicio con ella, me sobró para descubrir no solo la riqueza del carácter de su persona sino la real importancia de la labor de los adscriptos en un establecimiento de enseñanza.
Los alumnos la respetaban y la querían y ella los trataba maternalmente: los apoyaba en lo que hacían bien y los reprendía cuando era necesario. Y siempre con ecuanimidad y con respeto. Su carácter bravío lo hacía sentir sobre los profesores que llegaban habitualmente tarde y daban rodeos para tomar sus clases cuando sonaba el timbre de entrada. Y con algunos compañeros que parecían no tomar demasiado en serio su función… Como yo participaba de esa tesitura, habíamos formado un equipo sólido y por lo menos el piso que nos había tocado en gracia funcionaba bastante bien. Cuando las ocupaciones lo permitían charlábamos en la sala de adscriptos y rápidamente descubrí una persona de una gran cultura, nobles sentimientos y un notable sentido del humor.
Poeta
En todo ese tiemponunca me dijo que era una poeta multipremiada. En efecto, para ese entonces ya había publicado Parábola de la voz amarga, en 1948, cuando yo cumplía mi primer año de vida; Mínimo ciclo (1960); Calle hacia el mar (primer premio poesía inédita en el concurso literario del Concejo Departamental de Montevideo en 1964, premiado por el MEC en 1966) y Álbum de vacaciones, también premiado en 1970 por el MEC. Había incursionado también en la radio y durante un breve lapso por televisión y escribía una columna semanal en el diario El País.
En 1982 cubrió periodísticamente las elecciones en El Salvador por cuenta del diario Últimas Noticias.
Después de ese año lectivo fui trasladado a otro destino y no volví a ver a doña Delia. Se ve que la encontré en un receso poético o por lo menos editorial, porque años después publicó tres textos más: Arcanos del instante, Proclama del Poeta y Sonetos de Montevideo.
La mejor manera de recordar a un poeta es publicar su obra. Al caso nos encontramos con dos limitaciones. Una de carácter general: doña Delia no era funcional a la hegemonía cultural dominante, buena explicación para que la difusión de sus trabajos se encuentre asordinada. La otra razón es accidental, y también derivada. Parte de su obra está refugiada en las bibliotecas o por lo menos figura en catálogos y, además, la situación sanitaria restringe su acceso. Por tanto requerí el auxilio de dos amables damas en condiciones de ayudarme: la Dra. Macarena Silva Soto y la escritora Delia Correa Luna, hija de la autora. Pedí a Delia que me enviara un poema de cada uno de los tres primeros textos y a Macarena lo propio de los otros tres. Lo hicieron, lo que mucho agradezco.
Parábolas de la voz amarga
La soledad es un embudo/ de ceniza. Nos deslizamos por él/ seguramente,/ hacia un charco desierto/ de corolas anfibias./ Nos deslizamos por él/ como una gota oscura y pegajosa/ de resina/ y nos deja los labios/ y los ojos sucios de polvo gris/ y algas marchitas.
La soledad es un embudo/ de ceniza./ Un espacio de angustia/ entre dos círculos./ Dos círculos lejanos y concéntricos en un punto sutil/ e indefinido./
La soledad es un embudo/ de ceniza./ Una espiral sin fin/ sobre el hastío.
Mínimo ciclo
Se puede dar un nombre/ a las cosas sencillas:/ la piedra/ el pan/ la harina…/ Aunque a veces me inquieta/ si serán tan sencillas,/ creo que ahora no importa/ la vida que recatan/ bajo su inercia múltiple,/ ni la correspondencia/ que sutilmente enlaza/ el pan de cada día/ y la harina/ a la piedra, ni si yo/ tú,/ o el otro/ comemos ese pan/ con hambre eterna/ o lisa y llana hambre canina. / Lo que ahora importa/ -no sé si a ti también/ pero a mí, mucho-/ es encontrar un nombre/ simple y total como el de «pan» o «piedra»/ que en mí/ o en ti/ y en cada uno/ resuene igual/ y nos contenga enteros/ con el hambre/ y la hartura/ y los siete pecados de Dios/ que nos calcinan.
Calle hacia el mar
Lengua de espuma/ quemadora y dulce/ sobre la piel. Dulce su sal quemante/ sobre la piel./Mi piel./ Su piel verde./ Sobre mi piel. Solo una/ Ella en mí./ Yo en ella./ Primera voz del movimiento/ bajo el cielo/ sobre el cielo/ dentro de mí/ sobre mi piel/ Vientre temible y amoroso/ hendido sobre mi cuerpo./ Recibiendo mi cuerpo turbio/ y salobre/ en la espuma./ Bajo la espuma./ Dentro de mí/ sus eternos cristales./ Yo en ellos/ acunada/ mecida/ anegada en sus caminos tibios/ olfateando su olor vegetal/ amargo y sumergido./ Mi cuerpo sumergido y amargo/ liviano sobre la espuma/ bajo la espuma./ Sin cuerpo ya./ Solo mi piel/ y la sal.
Arcanos del instante
Como un moho en el aire la neblina/empasta los perfiles de las cosas,/ los contornos se vuelven vaporosas/ fronteras de una onírica marina.
En el dique Mauá la torre empina/ su austeridad británica. Borrosas/ las horas se eternizan silenciosas/ en sus cuadrantes que el olvido mina.
En el gris los penachos castigados/ por vientos que otra vez vendrán cargados/ de antártico furor, hoy las palmeras/ evocan un distante mar de azogue/ y con Rubén me advierten que no ahogue/ melancólicamente las esperas.
Sonetos de Montevideo
Dieciocho de Julio, fuiste antaño/ -un antaño muy próximo y sentido-/ avenida de un tiempo distinguido/ que en el hoy de agresión parece extraño.
Ambulanteando a paso de rebaño/ un gentío transita deslucido, como en feria de barrio,/ su aburrido hurgar en las ofertas del engaño.
Oculto el esplendor de tus vidrieras,/ con elegancias de apreciado sello,/ dicen que aun puedes ser la que ayer fueras/ si en rescate de amor por lo que es bello,/ se liberan de intrusos tus aceras/ sometidas a impávido atropello.
Proclama del poeta
Me he buscado, Señor/ fibra tras fibra,/ de la infancia/ con sombras no entendidas/ hasta las nuevas sombras/ de la aceptada madurez/ que habito.
Creyéndome buscar/ solo he buscado/ la huella de Tu paso/ en mi desierto/ con el temor informe/ a descubrirte/ pesando como el mundo entre mis miedos.
Y así estoy/ en el filo de los tiempos/ un algo Prometeo/ y otro mucho Sísifo,/ amarrada a la roca/ que es Tu nombre/reiterativamente/ dando tumbos/ de una cumbre fugaz/ a los abismos.
Delia Orgaz de Correa Luna, (1921-1997) nació en las Piedras y falleció en Montevideo. Fue madre de cuatro hijos, poeta de varios libros, periodista, docente, cristiana. Vayan estas líneas en su memoria.
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