A cien años del nacimiento de Manuel Espínola Gómez, el Museo Nacional de Artes Visuales abre la muestra “El mirador cavante”, una invitación a encontrarnos con un artista nacido en el Interior y relegado de la currícula, con un talento indiscutible para llevar el mundo al lenguaje del arte.
Hay quienes dicen que no se puede separar al hombre de su obra. Este concepto, que podría ser infinitamente discutido en tertulia, fue lo que impulsó conocer qué hay detrás de los cuadros de Espínola Gómez. Para ello, nos acercamos en primera instancia al dibujante Gerardo Ruiz. ¿Cuál era la motivación de un Espínola Gómez ya consagrado en su arte, de acercarse a un joven que recién comenzaba a dar sus primeros pasos? ¿Habría detrás una inspiración de tutelaje, similar a la que tuvo Fabini con él?
Lo cierto es que actualmente el propio Ruiz no tiene una respuesta. Cuando se unió al círculo de Espínola Gómez, el artista serranense ya era un hombre de boliches, siempre lo fué. De él hizo su oficina y su ateneo, a pesar de que nunca probó una gota de alcohol. Frecuentaba el Sorocabana en compañía de otros artistas y verdaderos personajes. Estaban en ese grupo Salvador Miquel, un anarquista solitario que vivía en el Palacio Salvo, director técnico de la selección femenina de voleibol que en invierno llevaba encima una bolsa llena de bufandas de lana que solía regalar.
Lo acompañaba Mauricio Maidanik, un rumano, matemático y compositor musical, muy jovial y humorista, que había diseñado hacía ya muchos años una silla eléctrica para suicidarse no teniendo mayores resultados que una instalación eléctrica quemada y los tapones saltados. Maidanik había sobrevivido al suceso y vivido treinta años más, uniéndose al grupo del artista.
En esos encuentros, los viernes aparecía de manera infaltable el pintor y escultor Hugo Nantes, que viajaba desde San José. Junto a este último, Espínola Gómez, Eduardo Mernies y Ruiz realizaban salidas maratónicas. Estos son los recuerdos de Ruiz: “Me pasaban a buscar a las ocho de la mañana por mi casa en el auto y de repente terminamos al mediodía en Treinta y Tres almorzando y tomando un café, y volvíamos a las once de la noche. Nuestras salidas eran así”.
Este grupo era tan multifacético como la obra del propio artista, a quien se lo recuerda como un hombre que agitaba por su presencia y locuacidad. “Era un gran removedor de mentes y de cabeza que decía tremendos disparates en un tono magistral y coloquial”, agregó el entrevistado. Dentro de estas afirmaciones, se encuentra la declaración de que el arte no existe, pues es imposible comprobar su existencia, lo que a la vez lo aparta del terreno de la ciencia y lo convierte en arte.
Y esa idea, que podría tildarse también de polifocalista, como sus cuadros, sorprende aún más cuando se contemplan los primeros años del artista. Nacido en Solís de Mataojo, Espínola Gómez careció de madre desde los tres años de edad y cursó solamente hasta tercer año de escuela. Con su padre vivió en condiciones de extrema vulnerabilidad, sin luz, sin agua y sin baño. “Cocinaban con un fogón en el piso, y era tremendamente desconfiado, incluso durante su vida adulta, a los inodoros”, recordó Ruiz.
Con ese duro escenario en la infancia, podría pensarse que tal vez no llegaría muy lejos. Pero Espínola Gómez tenía talento y, además, encontró una luz, un padrino espiritual que llegó en su adolescencia. Y ese hombre, quien ya era artista, era de su mismo pueblo: Eduardo Fabini. La presencia viviente del músico le transmitió disciplina y constancia. Visitaba su casa cuando aún entrada la mañana Espínola Gómez aún dormía, y se acomodaba para que lo pintara. A esa estimulación se le sumó la de algún que otro maestro, que a muy temprana edad le leyó Vaz Ferreira o Dostoievsky.
Sin embargo, aquí recae la pregunta de si artista se hace o se nace. Para Ruiz, Espínola Gómez era un hombre extremadamente dotado, con unas condiciones enormes. “A muchos siempre nos hizo decir qué hubiera sido de Espinola Gómez si se hubiera desarrollado en otro medio, pero hay que reconocer que el Uruguay de aquella época tenía una interacción entre las clases sociales mucho más ventilada y le permitía a un muchachito criado en aquellas condiciones, sobresalir cuando tenía verdaderos valores”, indicó. Asiduo concurrente del Teatro Solís, se fertilizó con el encuentro con orquestas y directores extranjeros.
Un hombre con un carácter “tremendamente temperamental” que lo hizo tener una disputa personal incluso con José Cúneo, podría afirmarse también que de tal magnitud era también su honestidad frente a su quehacer y a su forma de ver la vida. Despreciaba el mundo comercial del arte, tenía desapego con el dinero y un gran ojo para ver las cosas de una forma única. Interesado por los temas humanos y, por supuesto, por el fútbol, Ruiz recuerda cómo Espínola Gómez le presentó una vez unos escritos al Maestro Tabarez, previo al fracaso de la selección en Italia 90, para explicarle cómo tenían que jugar los futbolistas uruguayos.
El aporte de Espínola Gómez no son solo sus obras, sus pinturas, sus logos y su trabajo plástico. Es también una pregunta que aún resuena. Ruiz lo define con estas palabras: “Desde el punto de vista plástico, Espínola Gómez es muy importante para los artistas para poder vislumbrar cómo un artista europeo, nacido en Solís de Mataojo, puede transformarse a través de los años en un artista uruguayo”.
Preinterpretar el mundo
El artista Oscar Larroca se encuentra cerrando un ciclo –con gran honor y compromiso, señaló a La Mañana– al ser el curador de la actual exposición de Espínola Gómez en el Museo Nacional de Artes Visuales. Fue Espínola Gómez quien se acercó a él en el año 1986 como curador en una exposición en la Intendencia de Montevideo, que finalmente nunca llegó a realizarse. Al igual que Ruiz, Larroca pasó a formar parte del círculo cercano del artista en donde todos recibían reflexiones a partir de un intercambio amistoso. “Espínola Gómez fue un pensador nato, un autodidacta, que desarrollaba sus propias teorías sobre las cosas con una riqueza de vocabulario cargada de neologismos y un sentido que cautivaba a escuchar”, recuerda el curador. Su hablar era también arte.
En la obra de Espínola Gómez no hay un progreso lineal, ni un punto de partida académico. Larroca lo explica como un cruzamiento de distintas etapas. “De un cierto academicismo de paleta alta pasó a una síntesis abstracta con paleta baja, luego fue al diseño, después al dibujo figurativo, más tarde a la pintura de grandes dimensiones, después fue a la abstracción y a la boligrafía”, explica el curador. Este vaivén ecléctico aprovechó todas las posibilidades que ofrecían las artes visuales para expresarse de una manera muy libre. “El legado más grande que puedo conservar es su prédica a favor de la defensa de proteger las necesidades expresivas de cada uno, de proyectarse a través de esa capacidad interior y de preinterpretar el mundo a través de la pintura”, confesó Larroca, y acto seguido se preguntó: “¿Podemos ser tan libres como deseaba Espínola Gómez para sí mismo?”.
Una oportunidad para conocer un artista único
El trabajo de curaduría comenzó hace quince meses e incluyó un relevamiento de toda su obra. En las recorridas por los museos del interior se descubrió que, de lo poco que hay de él, hay una obra desaparecida en el Museo de Salto. La muestra incluye también una preproducción que abarcó el montaje, el prediseño del catálogo, la edición de textos y entrevistas, la emisión de un sello conmemorativo y una serie de charlas y conferencias a llevarse adelante en los próximos tres meses.
La exposición estará abierta al público hasta el 14 de noviembre de martes a domingos, de 13 a 20 horas en las Salas 3, 4 y 5 del MNAV, Av Tomas Giribaldi 2283 con entrada gratuita y sin previa reserva.
Negro marfil
Al final de su vida, Espínola Goméz vivió “completamente amargado” con todo el Uruguay, y absolutamente convencido de que el país se había ido al diablo y que no tenía más arreglo, según recuerda Ruiz. De hecho, tal fue su indignación con el sistema cultural que publicó una columna en la revista Arte y Diseño disparando en contra de la falta de limpieza de Montevideo, la ausencia del cuidado del patrimonio histórico, la despreocupación del Estado por descentralizarse culturalmente, el vaciamiento del país de elementos típicos referidos a la cultura rural e, incluso, el menoscabamiento, “a marcha forzada”, como lo describe el mismo Espínola Gómez, del “humilde monte criollo”. En resumidas cuentas, el artista se preguntó y respondió: “¿Cómo vemos a Montevideo y Uruguay de frente al siglo XXI, sustracción hecha del tema económico y financiero que no dominamos en absoluto? Negro marfil”.
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