Mucho antes del Concilio Vaticano II que impulsó el papa Juan XXIII, en nuestra América ya había vestigios de la incorporación y “aggiornamiento” del rito católico. Los jesuitas –me comentaba hace meses un experto en el tema– siempre fueron muy pragmáticos, y no tuvieron grandes problemas en dejar que los aborígenes de nuestra tierra cantaran las alabanzas en sus lenguas vernáculas. Estos indígenas, antepasados de muchos de nosotros, también compusieron música sacra, construyeron instrumentos y dieron lugar a espacios de transculturación que llevaron a lo que hoy llamamos “géneros folclóricos”.
Ariel Ramírez compuso su conocidísima “Misa Criolla” en 1964, meses después de la muerte de Juan XXIII que jamás llegó a ver los frutos de las reformas que impulsó. Ramírez creó una obra espectacular, de las más finas de la música académica latinoamericana contemporánea. Esta obra monumental es difícil de escuchar como la pensó el compositor, no solo por la cantidad de músicos necesarios, sino por la interpretación de la misma; se necesita gente que entienda y sepa el folclore y sus “yeitos” a la vez que sean excelentes músicos. En esta composición hay una comprensión de muchos aspectos de lo que debe ser una misa y lo que significa que sea criolla; quizás la mejor versión de referencia que puedo nombrar es la de “Los Fronterizos”, donde logran mucho desde el punto de vista de la espacialidad junto al coro y acompañamiento. Esto es con claridad lo que piensa Ramírez cuando imagina una misa que no necesariamente se va a cantar en una iglesia, con sus características acústicas particulares, sino que esas características espaciales deben estar imbuidas en la música en sí.
La misa criolla oficiada el domingo 9 del corriente en la Rural del Prado, traída a nosotros gracias a la ARU, fue un acto conmovedor incluso para un no creyente. A pesar de que se pusieron 200 sillas, había por lo menos 500 personas presenciando el rito, tan nuestro y tan particular que ofició nuestro cardenal.
Quizás sea solo un detalle, pero es agradable pensar que gracias a la obra de un papa no solo se logró que esta misa fuera permitida en una Iglesia, sino que también fue el primer papa en designar un cardenal uruguayo, cosa que hoy volvemos a tener. Es verdad que no se contaba con toda la instrumentación con la que Ariel pensó la misa, pero los cuatro jóvenes con sus guitarras, charango y sus voces hicieron una versión sorprendente para un grupo tan reducido. En conversación con ellos me comentaron que no son músicos profesionales, pero que desde hace ya varios años se los invita a realizar este mismo evento, cosa que espero siga sucediendo.
Una misa al aire libre, condimentada por el pasto, el rocío, el viento y el ambiente de la rural, con las danzas criollas convertidas en alabanzas fue algo memorable, y que de alguna manera pienso hubiese agradado mucho al compositor; apropiarse de su propia religión de esa manera y regalarla a todos nosotros hace que el corazón se mueva por más de una razón a la vez.
No solo la misa
Juan Carlos López acompañó la parte de las ofrendas payando sobre los objetos que diferentes personas llevaban al altar. Esta tradición de payar en las misas criollas surgió con él en el 75 en los Tizones de Ansina. Aunque es raro que se aplauda durante, o incluso después de una misa, este gran payador mereció todos los aplausos recibidos. Su participación dio un dinamismo y una descontracturación a la misa en sí, otra razón para pensar en lo ecuménico de este evento que tenemos gracias a Ariel Ramírez y Juan XXIII.
Al final de la misa, mientras los fieles comulgaban, escuché una canción que siempre me ha afectado mucho pero que nunca había pensado como religiosa, a pesar de ser literalmente una oración. “Oración del remanso” de Jorge Fandermole fue la frutilla de la torta y uno de los elementos más conmovedores del evento. La canción fue interpretada por los mismos cuatro jóvenes que ejecutaron la misa criolla: Santiago, Renata, Javier y Felipe, con un estilo particular que llevó muy cálidamente al “Ite, Missa est”.
Calma de mis dolores, ay, Cristo de los pescadores
Dile a mi amada que está apenada esperándome
Que ando pensando en ella mientras voy vadeando las estrellas
Que el río está bravo y estoy cansado para volver
Cristo de las redes
No nos abandones
Y en los espineles
Déjanos tus dones
No pienses que nos perdiste, es que la pobreza nos pone tristes
La sangre tensa y uno no piensa más que en morir
Agua del río viejo, llévate pronto este canto lejos
Que está aclarando y vamos pescando para vivir
Agua del río viejo, llévate pronto este canto lejos
Que está aclarando y vamos pescando para vivir
(Fragmento de “Oración del remanso”)
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