A 150 años de su nacimiento, leer a Rodó continúa siendo un compromiso ético con el pensamiento latinoamericano y con las nuevas generaciones de estudiantes interesadas en explorar en su literatura de ideas algunas construcciones del sujeto cívico en relación con un mundo crecientemente tecnificado.
No mucho tiempo antes del comienzo de la pandemia, enseñaba a un grupo de estudiantes norteamericanos fragmentos del Ariel en la traducción al inglés de Margaret Sayers Peden. Superadas las primeras dificultades en torno a la retórica rodoniana (tarea en la que la traducción misma colaboraba gracias a un fabuloso trabajo de reconstrucción del texto), la discusión en clase se enfocó en el desciframiento de ciertos conceptos que, por un motivo u otro, llamaban la atención de los estudiantes.
No tenía duda del poder de convocatoria que tendrían las ideas de Rodó sobre los Estados Unidos: muchos de ellos manifestaron una mezcla de sorpresa seguida de curiosidad intelectual cuando identificaron la mención al utilitarismo y al ciego progreso material del gigante del Norte con las críticas a la sociedad de consumo y al proyecto imperialista que venían aprendiendo de otras disciplinas universitarias. Exigidos al mismo tiempo por el deseo de justicia social y la intención pragmática de obtener un título universitario asociado al éxito económico y social, los estudiantes leyeron a Rodó con el impulso de saldar una deuda de reconocimiento a una enorme área geocultural por largo tiempo distorsionada, mal comprendida o simplemente estereotipada en los medios de comunicación masiva del país.
Fue también de especial interés para ellos las referencias a la educación pública como forma de solventar la desigualdad social en una sociedad abierta a las corrientes migratorias. Existe actualmente un vehemente debate al respecto en los Estados Unidos, despertando así una serie de reacciones encontradas dentro de la clase que muchas veces complicaba el tono y el contenido de las discusiones en consideración. Fue interesante observar cómo Rodó, un pensador muchas veces asociado a una forma superada de interpretar la modernidad, convertía a muchos de ellos en fervientes defensores de causas lejanamente emparentadas con la intención inicial del autor.
Discutiendo a Rodó
Sin sospechar quizás la tremenda presión político-partidaria que ambos conceptos tendrían en el transcurso de la pandemia, la clase discutió el siguiente pasaje del Ariel: “La democracia y la ciencia son, en efecto, los dos insustituibles soportes sobre los que nuestra civilización descansa”. Algunos consideraron que la frase no motivaba el diálogo en clase por el simple hecho de contener verdades evidentes por sí mismas. Los estudiantes tomaban mi clase como requisito para sus concentraciones en estudios globales, comunicaciones o ciencias, de modo que una problematización de los términos planteados por el pensador uruguayo no era parte de la dinámica pedagógica.
Sin embargo, no hay que olvidar la forma en que la frase rodoniana se vincula a ciertos procesos de corrosión de las instituciones democráticas que ocurren en la actualidad, siendo los intentos de deslegitimar el saber científico a través de campañas orquestadas de noticias falsas algunas de sus expresiones más visibles en las redes sociales. Situación difícil de anticipar por parte de los estudiantes lectores de Rodó, por supuesto. Aun así, la experiencia resultó ser una dura lección sobre el modo en que ciertos hechos pueden ser vulnerados por ese mismo conjunto de intereses reductivos que se encontraban en las antípodas del espíritu de la joven América Latina pregonado en el Ariel.
Leer a Rodó durante la vida prepandémica significó para los estudiantes un ejercicio de decodificación cultural de un pensador nacido en el siglo XIX. El encuentro se llevó a cabo en un texto que reconoce la aspiración a la autonomía intelectual y espiritual para contrarrestar la lógica de la “nordomanía” en un subcontinente en busca de su identidad. Es el mismo impulso que lleva a Rodó a declarar, en “La tradición en los pueblos hispanoamericanos”, que las leyes no son más que injertos (recordar a Martí) en el tejido social y político de la república si se dejan de lado “los hábitos de la conciencia colectiva”, porque la tarea primordial es “ser algo propio, tener un carácter personal”. Es el mismo impulso que aparece en “El genio de la raza”, cuando afirma que el idioma español es uno de los factores aglutinantes de las comunidades hispanoamericanas, aun cuando este tipo de declaraciones torne invisible el aporte de culturas colonizadas que están en el centro del giro decolonial en los estudios latinoamericanos.
Raza y cultura
Es por ello que los temas de raza y cultura no dejaron de presentarse tanto en las discusiones como en los trabajos de los estudiantes, muchos de ellos acostumbrados a percibir América Latina como una versión latina del crisol de culturas o “melting pot”, término ya en desuso para caracterizar la integración cultural de los inmigrantes en los Estados Unidos. Aunque la raza sea un punto ciego en los argumentos de Rodó, no hay que olvidar que hubo en el mensaje arielista y en otros escritos una corrección al determinismo biológico de lo racial que confrontaba los supuestos más negativos del darwinismo social en boga. Los estudiantes de a poco percibieron que Rodó abogaba por una unidad latinoamericana cuyos componentes individuales quedaban subsumidos en la gran idea que había partido del sueño bolivariano de integración latinoamericana.
Ya en 1929 el antropólogo cubano Fernando Ortiz afirmaba en “Ni racismos ni xenofobias” que la noción de “raza hispánica” era una ficción etno-racial apoyada en concepciones esencialistas que resultaban insuficientes para describir la rica y heterogénea experiencia del ser latinoamericano. Ortiz vino a sustituir el término “raza” por “cultura”, expandiendo así el campo de estudios de la cultura latinoamericana hacia el desarrollo de varias disciplinas científicas que dejarían un legado importante en las décadas del 30 al 50. Entre otras frases expresivas de su pensamiento antitético, Ortiz sostuvo que “la raza es concepto estático, la cultura, lo es dinámico (…) Por la raza sólo pueden animarse los sentimientos; por la cultura los sentimientos y las ideas”.
¿Por qué no conjeturar que el Rodó de “Sobre América Latina”, donde el pensador uruguayo abogaba por una modernidad cosmopolita que no perdiera las señas de identidad de una cultura nacional en gestación, no es él mismo el precursor arielista de un enfoque culturalista en el estudio de las relaciones raciales en el continente durante la primera mitad del siglo XX? Descabellado como pueda parecer a primera vista, son las palabras de Ortiz las que parecen entroncarse en el afán de integración americana propagado en los escritos de Rodó: “La cultura une a todos; la raza sólo a los elegidos o a los malditos”.
El Rodó 2.0 deberá contribuir a discusiones sustanciales sobre democracia, racismo, ciencia, educación e idealismos políticos y sociales desde una perspectiva global. Los textos de Rodó están ahí, perdurando en la conciencia del lector con su suma de cuestiones palpitantes; depende de nosotros, profesores y estudiantes, continuar el diálogo dentro del marco pedagógico y metodológico que ofrece la bioesfera digital.
*Ph. D. Profesor visitante de estudios latinoamericanos y luso-brasileños en Florida Atlantic University, EE.UU. Autor de La modernidad refractada: pensamiento, creación y resistencia en la historia intelectual de Argentina, Brasil y Uruguay (1900-1935) publicado en 2019.
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