Las naciones latinoamericanas se han percatado de que necesitan una mayor objetividad en el análisis de sus problemas, y que para resolverlos no basta con acalorados debates de naturaleza ética o política. Para empezar, necesitamos una nueva política que conduzca a la articulación y ejecución de medidas enérgicas de carácter concreto. Todos sabemos que urge seguir el ritmo del mundo moderno, que no podemos vivir únicamente de vagas aspiraciones cuando tenemos ante nosotros una gran y bien definida tarea. Este debe ser también un ideal, una obligación, un punto de honor y un deber. No toleraremos más que sigan en la miseria, vegetando en condiciones reñidas con nuestros más preciados principios de respeto a la persona humana, esos millones de seres humanos que el destino hizo ciudadanos del Nuevo Mundo.
Nuestra verdadera causa, la que nos reclama y nos reúne, no puede ser otra que la de nuestra prosperidad, nuestra mejora, la de la liberación de una parte considerable de nuestras poblaciones que todavía están privadas de los elementos indispensables para una existencia digna, a la altura de los ideales de bienestar individual y colectivo que inspiran la democracia. No podemos integrarnos sinceramente a cualquier pensamiento, sistema o corriente de ideas que no signifique, al mismo tiempo, una garantía para nuestra libertad y un camino hacia nuestra seguridad. Por nuestra propia y amarga experiencia, ya nos hemos convencido que los países que solo pueden vivir de la extracción y el comercio de materias primas, son países condenados a la dependencia económica, al estancamiento, y a un futuro incierto y peligroso.
Sabemos que en todas las actividades de producción que constituyen fuentes de divisas tendremos que enfrentarnos a la competencia de países en los que la mano de obra está mejor respaldada con medios mecánicos, o recibe un salario menor, porque es menos libre. No ignoramos las graves amenazas que pesan sobre nosotros debido a una tecnología a la que aún no tenemos acceso y que no reconoce límites a sus posibilidades. Sentimos el riesgo de no recuperar la distancia perdida, si no hacemos nada para romper los aislamientos nacionales y concertamos una acción conjunta que evite la dispersión o la duplicación inútil de energías. También sabemos que nuestros amigos son exacta y exclusivamente aquellos que entienden la contingencia por la que estamos pasando. No deseamos de ninguna manera organizarnos en un bloque cerrado, hostil y competitivo en relación con otras agrupaciones regionales.
Queremos preservar nuestra propia individualidad, pero la diversidad no puede ni debe ser un obstáculo para la realización de una obra común que será más fructífera por ser más libre y concienzuda. El interés por el pleno desarrollo de este hemisferio debe ser, sin embargo, el resultado de un ideal compartido por todos. Juntos formamos un gran mercado potencial, en constante expansión. Unidos podremos crear una vasta zona de política económica homogénea y se nos abrirán mayores posibilidades de inversión para la adquisición de tecnología y para concretar logros que sobrepasen las capacidades individuales de los países.
Discurso pronunciado por Juscelino Kubitschek, presidente de Brasil, el 6 de diciembre de 1959, ante la comisión brasileña encargada de estudiar la Operación Panamericana
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