El término “intelectual” es en sí mismo algo extraño. No se aplica a un premio Nobel que dedica su vida a la física; tampoco al encargado de la limpieza de un edificio que puede tener poca educación formal, pero una profunda visión y comprensión de los asuntos humanos, la historia y la cultura. El término se utiliza, por lo general, para referirse a una categoría de personas con cierto grado de privilegio a las que se considera, de alguna manera, guardianes de los valores intelectuales y morales de la sociedad. Se espera que defiendan y articulen esos valores y pidan a los demás que se adhieran a ellos. Dentro de esta categoría existe una pequeña minoría que desafía el poder, la autoridad y la doctrina recibida. A veces se sostiene que su responsabilidad es “decirle la verdad al poder”. Esto siempre me ha resultado preocupante. Los poderosos suelen conocer bastante bien la verdad. Por lo general, saben lo que hacen y no necesitan nuestras instrucciones. Tampoco se beneficiarán de las lecciones de moral, no porque sean necesariamente malas personas, sino porque desempeñan un determinado papel institucional, y si abandonan ese papel, otro lo ocupará mientras las instituciones persistan. También saben que si se apartan de la dedicación al lucro y se preocupan por el impacto humano de lo que hacen, se irán a la calle y alguien les sustituirá para llevar a cabo las tareas requeridas institucionalmente.
Sin embargo, todavía queda un abanico de opciones, aunque es reducido. Tendría mucho más sentido decirle la verdad no al poder, sino a sus víctimas. Si dices la verdad a los que no tienen poder, es posible que eso beneficie a alguien. Podría ayudar a la gente a enfrentarse a los problemas de su vida de forma más realista. Puede que incluso les ayude a actuar y organizarse de tal manera que obliguen a los poderosos a modificar las instituciones y las prácticas; y, lo que es aún más significativo, a desafiar las estructuras ilegítimas de autoridad y las instituciones en las que se materializan, ampliando así el alcance de la libertad y la justicia. Pero tampoco creo que eso sea correcto. La tarea de una persona responsable –cualquiera que quiera defender los valores intelectuales y morales– no es impartir lo que considera una verdad ante el resto –sean poderosos o indefensos–, sino hablar con los indefensos y de ese modo intentar aprender la verdad. Eso es siempre un esfuerzo colectivo, y la sabiduría y la comprensión no tienen por qué provenir exclusivamente de ningún ámbito en particular. Sin embargo, esto es bastante raro en la historia de los intelectuales.
Extraído de entrevista a Noam Chomsky, realizada por C.J. Polychroniu para Thruthout
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