El 15 de octubre se celebra el Día Internacional de las Mujeres Rurales. Para conmemorarlo con ellas, La Mañana rescata la historia de mujeres rurales del departamento de Paysandú que trabajan cada día para impulsar su vida, la de su familia y su comunidad.
“Yo soy una mujer rural que amo mi pueblo y que nací acá, con una madre hermosísima –de alma y de trabajo, resalta– muy humana, que ni te imaginás, con una infancia muy humilde, pero con un cariño increíble”, se presenta Mabel Moreira y en sus palabras no deja otra cosa más que orgullo.
De boina y pañuelo al cuello, da la bienvenida a los visitantes que llegan al emprendimiento gastronómico que lleva adelante su hijo en el Pueblo Morató, perteneciente al municipio sanducero de Guichón.
En la conversación, recuerda que la enseñanza más grande que le dejaron sus padres fue “la del trabajo, la lucha y la decisión de ser buena persona”. Es así que dice: “Me enseñaron a querer apoyar a los nuestros pero nunca olvidarse del que está al lado, y esa enseñanza que obtuvimos de niños, cuando uno se hace adulto, no se lo olvida nunca más”.
Y en esas enseñanzas está también el compromiso de que su pueblo progrese. “Yo me acuerdo bien cómo era todo. Nuestros antepasados llegaron acá hace muchos años. El pueblito era humilde, teníamos ranchitos chiquitos, no teníamos agua, ni siquiera electrificación rural”, recuerda, pero agrega que junto a Mevir y personas que donaron sus campos, hoy pueden vivir mejor.
Impulsoras de su comunidad
Mabel es enfermera jubilada y trabajó en la policlínica de su pueblo treinta años, siendo testigo del progreso que se registró. “Tenemos hoy una ambulancia hermosa, con oxígeno, acorde para trasladar a la gente a Guichón cuando se requiera, que es lo más cerca que tenemos. Pero fue una lucha tenerla”, admite, y menciona la cantidad de partos que asistió en la anterior “toda rota”.
Hoy organiza el emprendimiento que su hijo lleva adelante, que han decorado con mesas de billar, un antiguo futbolito, radios y televisiones de antaño. Se denomina Tango, como bien lo indica un cartel de madera afuera rodeado del Pabellón Patrio –“Nuestro respeto a nuestra patria, siempre presente”, señala– y conforma un lugar donde uno puede parar rumbo al castillo para comer algo “todo caserito” según advierte, que sirve también como lugar de reunión para los trabajadores rurales los fines de semana.
“Trato de hacer lo mejor que puedo pero va lindo. Queríamos que los turistas pudieran ser bien recibidos y que la gente del pueblo saliera adelante”, dice mientras explica que allí también trabajan otros jóvenes y que no por ser un pueblo chiquito del interior profundo no puedan ofrecer lo mejor.
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