En una hora y media al aire cada domingo, a través del histórico programa Americando, “Lopecito” intenta dejar atrás los problemas del país y mostrar lo bueno, con historias de gente que supo vencer obstáculos. De todas maneras, en una larga charla con La Mañana, reconoce que la sociedad está en crisis, lo que atribuye, sobre todo, al quiebre de la familia.
Con 56 años de trayectoria, ¿cómo comenzó a incursionar en la comunicación?
En forma fortuita. Yo era mozo en un bar y había muchos clientes que trabajaban en los medios, como Cristina Morán. Tenía 16 años y muchas ganas de expresarme, y charlaba mucho con ellos. Uno tenía una audición en Radio América y un día me invitó a ir a leer un texto. La improvisación era casi imposible, todo era a través de textos leídos y muy formales, y así empecé yo.
¿Cómo nació Americando?
La primera audición que hice en la radio vendiendo mis avisos se llamaba España Visión. Empezaba a cantar Julio Iglesias y el primer tema que pasé al aire fue Gwendolyne, en 1968. Ahí estaba en Radio Rural. Un día quedó el domingo de mañana libre y los directores de la radio me preguntaron si no me gustaría hacer folclore. Yo mucho no sabía de ese tema, pero me gustaba hacer radio y dije que sí –era cuestión de ir a buscar discos, pasarlos y anunciarlos-. Le puse “Encuentro en la nación latinoamericana”. Empezó los domingos de mañana, pero de repente quedó libre la mañana de la radio todos los días y me preguntaron si no tenía ganas de hacer eso. Ahí achiqué el nombre, que era larguísimo, por “Americando”, que era una forma de ir andando por América.
¿Cuál era el material de difusión de aquel momento?
Estamos hablando de finales de la década del 60. De Uruguay, Amalia de la Vega, Zitarrosa, Roberto Rodríguez Luna, Osiris Rodríguez Castillo. Después Mercedes Sosa, los Chalchaleros, los Fronterizos, Los de Salta, Los Huanca Hua. Era un 90% de música argentina, mucho mejicano, mucho peruano; era lo que se escuchaba en las radios. En determinado momento se me ocurrió decir que hasta que no hubiera una ley que protegiera al artista nacional, en Americando no se iba a pasar ningún otro intérprete que no fuera uruguayo. Hicimos una gran ronda de amistad con todos ellos, la mayoría venía y grababa en la radio, y luego, a inicios de los 70, empezamos a armar los festivales con todos los cantores de aquella época, que era otra forma de que hubiera ingresos para todos.
¿Cómo llega Americando a la televisión?
Yo era librero en la Librería Universitaria y en frente estaba canal 4. Había un productor de televisión magnífico, Jorge Escardó, al que yo le aconsejaba libros. Era 1977. Un día viene y me dice que tenía ganas de hacer Guitarreada. Ese programa se había hecho mucho antes, los nenes iban con una guitarra a cantar y había un jurado. En la conducción iba a estar Julio Frade, que era una figura de primera magnitud, y me preguntó si yo no quería ser el co-conductor. Le dije que yo de televisión no tenía ni idea. Ya llevaba cinco años de Americando en radio y tenía un conocimiento importante de folclore. Crucé de la librería al canal un miércoles a hacer una grabación, y de ahí no paré. Estuvimos hasta el 80 en canal 4 y nos fuimos a canal 5 hasta el 84-85. Yo hice un impasse, y en el 90, cuando Julio Frade estaba a cargo del canal, me llama y me dice: “animate a hacer Americando en televisión”. Yo no sabía qué hacer…
Ahí ya tenía algunos años de experiencia en televisión.
Claro. Además, mi hijo Pablo empezaba a definir su vocación por las Ciencias de la Comunicación, y resultó ser mi primer director, mientras vivió, hasta el 95. Grabábamos los miércoles de mañana y llegaban los payadores, Juan Carlos López, Gabino Sosa, el Pepe Guerra, Manuel Capella, Cacho Labandera. Hacíamos homenajes a profesores, a literatos. Venían Galeano, Benedetti, poetas del interior. Hasta que Pablo un día me dice: “papá, esto adentro del canal no funciona más, hagamos un programa de exteriores”.
Había que darle una vuelta de tuerca al formato.
Sí. Me dice: “vos entrevistás muy bien, pero salgamos del canal”. Yo no sabía cómo, no teníamos equipo ni producción publicitaria suficiente. Me dijo que alquilara y que vendiera más. Con Pablo fueron tres años, desde el 92 hasta el 95. Era un ser absolutamente luminoso.
¿Hoy en el programa lo sigue recordando en esa impronta que le dejó al salir del canal?
Sí, porque jamás volvimos a interiores. Pablo tenía esa formación, era un ser increíble, hacía todo. Él siempre decía: “tenemos que tener el mejor programa de la televisión”. Era raro pensar que en canal 5 podías aspirar a eso, pero él se estaba preparando para lograrlo, hasta su muerte. Él muere con la cámara en sus pies, venía en la parte de atrás del coche y habíamos terminado de grabar hacía 10 minutos un atardecer en Lavalleja. Yo manejaba. Tuvimos el accidente, Pablo muere, su novia no queda bien pero sobrevive, y a mí me sacan. Decían que era imposible sacarme de aquel montón de hierro, yo me metí literalmente abajo de un camión. Lo primero que dije al despertar fue: “yo no sigo más”. Me acuerdo que aparecieron dos seres de luz, Gustavo Arnoletti y Pablo Estramín, en La Española, donde yo estaba internado, y me dijeron: “¿Qué vas a hacer para el domingo?”. Yo les dije: “nada, voy a mandar todo a la mierda”, y me preguntaron: “¿Qué hubiera pasado si vos estuvieras muerto y Pablo estuviera acá? ¿Te creés qué él no iba a seguir?”. Yo les respondí que hicieran lo que quisieran. Pasó una cosa maravillosa. Hicieron ocho programas en dos meses, mientras yo me recuperaba, y hablaron con Cristina Morán, con Alberto Kesman, con mucha gente que está hoy en los medios, y todos aportaron algo. Se llamaba “Americando entre todos”. A los dos meses, en una grabación en Talleres Don Bosco, me estaba esperando un grupo de gurises que cantaban las canciones que Pablo cantaba. Ahí empezamos ese nuevo ciclo ya sin Pablo físicamente, pero con una cuestión bastante clara: a veces dicen que es un programa del interior, no, es del interior de los uruguayos, del alma de los uruguayos; eso es lo que buscamos.
¿Qué desafíos enfrenta al hacer el mismo programa hace tantos años, en el sentido de la necesidad de renovarse?
Es brutal. Creo que Americando se mantiene porque se respeta el rol de cada uno. Yo tengo mucho que ver con los contenidos, pero luego, en la forma de mostrarlos, en la dinámica, es un problema de los editores. Yo les digo en cada programa por qué lado me gustaría ir, pero qué hacen con las notas, cómo las editan, es un tema de ellos.
¿Qué es lo que más le gusta de hacer el programa?
Me apasiona manejar, meterme en los caminos que no conozco. Cuando voy con más tiempo me gusta bajar por pueblitos y grabar cuanta cosa aparece en el camino. Puede ser una doña que va llevando una vaca, alguien carpiendo la tierra o lo que sea. Nosotros grabamos, después se pasará o no, pero mi mayor desafío sigue siendo traducir esa realidad que los medios no pondrían en un programa, y apartarme de lo que llaman la agenda. Yo creo que Americando crea una agenda.
Después de tantos años de haber recorrido el sector rural y haber estado en contacto con tanta gente, historias, familias, ¿cómo ve la situación que atraviesa el campo?
A mí me han preguntado: “¿vos no encontrás a nadie que tenga problemas?”. Sí, lo que pasa es que tengo una hora y media al aire, y depende de la siembra que yo haga, el fruto que recoja. Si siembro odio, voy a recoger eso. Si muestro cosas positivas, gente que ha vencido obstáculos, eso les sirve a muchas personas. Y después está la realidad. En la parte económica no me meto porque no es un tema que yo domine; sí reconozco que hay sectores de la agropecuaria que están hechos bolsa. Por otro lado, sobre la forma en la que vivimos, las costumbres que adoptamos, cómo nos relacionamos con el otro, creo que hay una degradación de la sociedad.
¿En qué sentido lo dice?
Cuando el ser humano baja los brazos y ya no tiene una esperanza, cuando te dejás estar y te quedás todo el día tirado en una cama, está complicado. Y me parece que una enorme cantidad de gente en este país está tirada en la cama. ¿Por qué pasó esto? La sociedad cambió, hay una crisis en la familia. Es muy simple, yo tenía un papá y una mamá, papá trabajaba 20 horas al día, mamá lo apoyaba en todo lo que podía, pero se quedaba en casa, hacía la comida, nos acompañaba en los deberes, en el médico, es decir, había esa presencia permanente. Eso cambió. ¿Está bien? ¿Está mal? No sé, el tema es que los muchachos van dejando de tener referencias. ¿Quién le da corte al abuelo hoy? Y esto no tiene nada que ver con el aspecto social.
¿Quiere decir que pasa en todos los estratos?
Absolutamente. El tiempo es para el celular, no es para el abuelo, y el papá no sabe cómo resolver el asunto. En la sociedad en la cual yo crecí había tiempo para hablar de las cosas, para enfrentar juntos los temas y aprender de todos. Eso está en crisis, es otra sociedad la que se está formulando, y no me gusta mucho.
¿Usted cree que el hecho de que la mujer haya salido al mercado laboral influyó en ese quiebre?
Totalmente.
¿Lo ve como algo malo?
No, diferente. ¿Quién soy yo para juzgar? A mí me gustaba más como era antes, tener una mamá todo el día para mí. Lo que me parece que está mal es cuando otros juzgan. ¿Cuál es la mirada que tenemos sobre la mujer que quiere criar gurises y acompañarlos en el esfuerzo? ¿Quién lo valora? Nadie. Ahora, ¿no sería como para valorar? ¿No es trabajo también ese? Además, nosotros de gurises éramos mucho más discutidores de los modelos, teníamos tiempo para discutir porque no mirábamos la tele. Con mis amigos teníamos discusiones divinas, y aquel era comunista, el otro era colorado y yo blanco, y no pasaba nada. Algo nos pasó, y hoy el que piensa diferente está equivocado. No digo que éramos mejores, éramos diferentes, era otro momento, otra sociedad, y yo tengo todo el derecho del mundo a decir que me gustaba más como era antes.
Hoy decía que hay muchos sectores del agro complicados. ¿Se podría hablar de crisis?
Habría que definir la palabra crisis. Yo ya viví mil crisis. El campo y el país afrontan unos desafíos tremendos de cambios, y para la mayoría no estamos preparados.
¿Cambios por el impacto de la incertidumbre a nivel mundial?
Claro. De mi abuelo a mi papá, los cambios que se dieron fueron mínimos, pero de mi papá a mí y de este López a mis hijos y mis nietos, los cambios son cada vez más radicales. ¿Por qué? Porque el hombre produce mayor cantidad de conocimientos cada día. ¿El país está preparado para andar a ese ritmo en el que anda el mundo? ¿Cuál es el plan? Lo mejor que nos pueden ofrecer los dirigentes es un plan. ¿Cuál es el país posible? Para que todos sintamos que somos parte de una comunidad tenemos que sentir que vamos hacia un lado, pero si nadie pone un rumbo es complicado.
¿En un año electoral, piensa que un cambio de gobierno puede sentar las bases para eso?
Estoy trabajando ahincadamente para que se produzca un cambio de gobierno.
¿Por qué lo cree necesario?
Sobre todo por una razón cultural. Reitero, la parte económica nunca la entendí, me la explican y cada día entiendo menos, pero en la parte cultural, de la enseñanza, estamos muy mal. A veces hablo con chicos universitarios sobre las cosas que voy descubriendo, sobre los pueblos, y no tienen la menor idea.
¿Qué aprendizajes le dejó la campaña electoral 2019?
Hay cosas que me han llamado la atención, pero estoy muy enfocado y muy cercano a Luis Lacalle, su equipo, su discurso, porque es en quien confío, entonces lo sigo y cuando puedo charlar con él trato de plantearle inquietudes. Lo veo cada vez más sólido, muy en paz consigo mismo. Hoy hay dos propuestas culturales, una que maneja la izquierda, que dice: “yo soy lo nuevo, sé todo, y lo que viene de antes no sirve”, y la otra, el modelo cultural opuesto, en el que estoy yo, que soy parte del movimiento tradicionalista y tengo que respetar todo lo que se hizo en el país hasta acá, no importa quién lo haya hecho. Esos dos modelos se juegan en la próxima elección.
¿Qué fue lo que le llamó la atención de la campaña?
La falta absoluta de autocrítica del gobierno, de decir: “le erramos en esto y en lo otro, pero vamos a tratar de ser mejores”. Después, hay dos fenómenos político-partidarios interesantes. Uno es el Partido Colorado (PC). Hubo politólogos hace 15-20 años que dijeron que si el PC no tenía la máquina del gobierno no se sustentaba. De repente reapareció un liderazgo que tiene como 80 años, y se le cruzó un economista al que no conocía nadie, que empezó a subir y pasó al otro líder. Y por último, el fenómeno Manini –que nadie habla del profesor Manini, hablan del militar, con todo ese lastre que conlleva por el tema de la dictadura-, con una campaña política casi sin recursos económicos. Todos dijeron que iba a hacer política pero nadie se imaginó esto. Los cambios son mucho más profundos y no los sabemos ver a tiempo. Lo mismo le está pasando al país. Nos falta gente que maneje bien la información o que sepa interpretar la realidad, y eso habla de una sociedad en crisis.
“Inclusivos éramos antes”
De joven nunca imaginó que se convertiría en un comunicador de gran trayectoria, y de hecho asegura que su destino fue inesperado. Sin embargo, la curiosidad es una característica que lo define, y un rasgo muy importante a la hora de ejercer la profesión en la que por más de cinco décadas se fue formando. El reconocido conductor tiene siempre algún proyecto nuevo en mente, sin importar cuánto tiempo le va a llevar concretarlo. En este momento tiene las energías puestas en la construcción del parque temático Pueblo Gaucho, ubicado en Maldonado.
En su tiempo libre le gusta leer. Dejó el liceo en tercer año, pero se formó a base de la lectura, sobre todo, de historia nacional.
“Lopecito” recuerda su infancia con mucha felicidad y nostalgia. Vivía con sus dos hermanos, su papá y su mamá, y las imágenes que surgen al pensar en esa época se refieren a la canchita del fútbol, a un barrio donde no existían las rejas, donde se compartía el pan con el otro y la convivencia entre vecinos era fundamental. Al respecto, comenta que “ahora parece que descubrieron el término ‘inclusivo’, (pero) inclusivos éramos antes, cuando no le preguntabas al otro lo que pensaba ni quién era, y era tu amigo y compartían la vida en el barrio; tampoco pensabas en robarle y lo respetabas”.
Hace no mucho tiempo tuvo algunas complicaciones de salud, aunque hoy dice estar “bárbaro”. Si bien es consciente de que esas dificultades forman parte de un físico que se ha ido desgastando, explica que a esta altura de su vida, con 72 años, se centra en trabajar el cerebro. Para esto evoca los pensamientos positivos e intenta meditar acerca de lo bueno que le depara el futuro, como cuando sabe que va a recorrer determinado lugar del país y tendrá la oportunidad de descubrir algún personaje. Además, remarca su entusiasmo por saber que en el próximo mes de enero va a compartir 30 días enteros con su nieto Aparicio, el más chico, con quien espera caminar por la playa cada día. “A mí eso me parece absolutamente magnífico. Para andar bien de salud es mejor anteponer las cosas que te hacen feliz”, reflexiona.
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Excelente entrevista a Lopecito, coincido en que él ha sabido captar el alma de los uruguayos, eso que nos identifica y nos hace únicos. Expuso con claridad meridiana esos pensamientos que compartimos muchísimos orientales.