La historia y el sentido común nos indican que, para que una nación sobreviva, debe asegurarse y controlar sus recursos naturales críticos. En las últimas décadas, las naciones occidentales han ignorado cada vez más este imperativo para perseguir dudosos objetivos medioambientales disfrazados de ciencia, pero que a menudo son consecuencia de ideales culturales, agendas políticas o industrias lucrativas sostenidas por subvenciones gubernamentales. El actual aumento en los costos de la energía en Estados Unidos y Europa es una luz roja que nos advierte que las políticas energéticas irresponsables amenazan la economía mundial con peligrosas consecuencias para nuestra libertad, nuestra seguridad y nuestra forma de vida.
La historia nos ofrece varios ejemplos de lo que le ocurre a un Estado cuando pierde el control de un recurso crítico. La antigua Atenas dependía del trigo importado para alimentar a su pueblo. Reconociendo la importancia del cereal extranjero, los atenienses controlaban los puertos y las vías marítimas que facilitaban el transporte desde la región del Mar Negro. La dependencia de esas importaciones fue, de hecho, la causa de su derrota ante Esparta en la Guerra del Peloponeso, que duró 27 años. La victoria naval de Esparta en Aegospotamai, en la desembocadura de los actuales Dardanelos, cortó las importaciones atenienses desde el Mar Negro. Enfrentados a la hambruna, los atenienses capitularon. Veintidós siglos después, Occidente se enfrentó a un desafío similar, aunque no tan catastrófico: el embargo petrolero árabe de 1973-74. La OPEP cortó las exportaciones de petróleo a Estados Unidos y otros países por apoyar a Israel durante la guerra árabe-israelí de 1973 o la Guerra del Yom Kippur. Al depender del petróleo importado, Estados Unidos se enfrentó a la “crisis del petróleo”: un aumento del precio de la gasolina en un 43%, su racionamiento, las largas colas en las gasolineras, una triplicación del precio del barril de petróleo, la estanflación, la caída de la bolsa y más daños a la economía mundial. El lado positivo de esta crisis fue el desarrollo de políticas y medidas destinadas a liberar a Estados Unidos de su dependencia del petróleo importado.
La actual crisis energética, con un precio del petróleo que ha alcanzado recientemente los 80 dólares por barril, es muy diferente de la crisis del grano ateniense o del embargo petrolero árabe, ambos consecuencia de la guerra. Pero es una crisis grave que afecta a las economías más ricas del mundo. El efecto de la pandemia en las cadenas de suministro es parte del problema, pero el factor más importante es el ataque que durante décadas se ha hecho a la energía basada en el carbono con el pretexto del calentamiento global catastrófico. Pero como ha aprendido Texas este pasado invierno cuando los cortes de electricidad mataron al menos a 80 personas, esas fuentes de energía son soluciones muy poco fiables cuando los combustibles como el gas natural que alimentan a los generadores no están disponibles. Sin embargo, los poderosos grupos de presión medioambientales de Europa siguen bloqueando y retrasando la construcción de nuevas centrales de carbón o la fracturación hidráulica (fracking) para extraer petróleo de esquisto. Como resultado, estos países son dependientes del gas natural ruso y, por tanto, están sujetos a las ambiciones geopolíticas de Vladimir Putin.
Bruce Thornton, profesor de California State University, Fresno y Fellow del Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Extraído de “Las políticas energéticas suicidas de Occidente”, Frontpagemag
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