La armonía y el contrapunto son dos áreas de la música que desde la distancia de un aficionado o un estudiante inicial pueden parecer dos campos totalmente distintos, además de engorrosos y arbitrarios. Poco a poco uno va vislumbrando que en realidad esa armonía –que según grandes compositores y teóricos como Rimsky-Korsakov o Hugo Riemann– es algo así como el arte o la ciencia de organizar las alturas simultáneas, mientras el contrapunto, como indica su etimología, se trata más bien de la conducción de varias notas contra otras notas (punctus en el lenguaje franconiano) en un contexto melódico (punctus contra punctus), son en realidad dos caras de la misma moneda. Son las artes de la organización de los sonidos en el tiempo, de su clasificación y jerarquización dependiendo de los lenguajes dados por una cultura o compositor para crear lo que denominamos “música”.
La música es un lenguaje como cualquier otro en el sentido de que posee su propia gramática y estilo particular en diferentes regiones, culturas, clases sociales, etc. Pero excede las líneas del lenguaje por varios motivos; el primero es la falta de una semántica inherente. La música no ofrece un discurso concreto como puede dar la palabra escrita; aunque la música tiene su semiótica particular, no deja de ser abrumadoramente subjetiva. La música tampoco es un fenómeno natural, y aunque buena parte de nuestra concepción de la música y también la de otras culturas viene de lo que es posible cantar o ejecutar con el aparato fonador, los instrumentos musicales han sido responsables de fijar tendencias y “limitar” o “enfocar” lo que una cultura considera música. La música de Occidente creó y fue creada en base a ciertos criterios, tanto armónicos como contrapuntísticos, además de muchos otros parámetros que no podríamos discutir aquí, que nos llevaron a tener al piano como la encarnación de nuestro sistema armónico, el lenguaje tonal, y otros pocos instrumentos que podían pelear su protagonismo en una orquesta, como el violín o el clarinete.
Bottesini: “el Paganini del contrabajo”
En el campo de la organología se distinguen varios tipos de instrumentos, pero hoy quiero volverme a enfocar en uno por una ocasión importantísima para la historia que tiene. Hace 200 años nacía el contrabajista Giovanni Bottesini, un intérprete y compositor muy poco conocido fuera de la comunidad de contrabajistas. Hijo de un músico, empezó a estudiar violín a una temprana edad y a los pocos años solicitó una beca para estudiar ese instrumento en el conservatorio de Milán, pero ya no había cupos para ese instrumento, solo había para dos “fenómenos” de la orquesta, Fagot o Contrabajo.
El joven Giovanni preparó la prueba para este último en pocos días y logró entrar al conservatorio, del que egresó en 1839. De ahí pasó a ser un exitoso director de ópera, que incluso llegó a presentar su compañía en nuestras tierras en una temporada de finales de siglo. Bottesini utilizaba los interludios en las óperas para lucirse como intérprete de sus propias obras. Estas tenían un sabor romántico y operístico, en las que aprovechaba el riquísimo timbre del contrabajo en combinación con su inherente poca agilidad para hacer que este instrumento apareciera como un protagonista, un verdadero instrumento cantor y melancólico.
Bottesini también se ganó el mote de “el Paganini del contrabajo” dada la extrema complejidad de algunos de sus pasajes y su habilidad sobrehumana para hacer verdaderas acrobacias con el instrumento, llevándolo a velocidades increíbles y destacando mucho el enorme registro medio y agudo de ese armatoste. Tocar sus obras, de las cuales recomiendo mucho la “Elegía en Re” y el “Concierto para contrabajo y orquesta nº2 en Si menor”, muestra una comprensión profunda del instrumento por parte del compositor. No son obras solistas como las de cualquier otro instrumento burdamente transpuestas para ser asesinadas con un contrabajo, son obras realmente “contrabajísticas”. El trabajo de este hombre invita a los contrabajistas a comprender y disfrutar su instrumento y a los oyentes a deleitarse con obras que generan climas que poca gente cree que puedan ser posibles con un contrabajo.
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