Tiene una mirada llena de bondad, cubierta de años, de historias y también de lágrimas cuando recuerda a su hermano, el responsable de su vínculo con el lugar de trabajo actual. Camina lento y seguro, sin que nadie logre percibir sus dolencias en las rodillas, porque para él lo más importante es la actitud frente a la vida, y la fortaleza del corazón. Las grietas de su piel son como líneas de tiempo y cada una de ellas parece tener algo que contar. Cuando su rostro esboza una sonrisa, quién está allí es un niño y no un adulto mayor.
El campo lo llamó con solo ocho años, al perder a su padre y tener una familia numerosa, encontró en su hábitat natural la forma de sustentarse. Sus manos fueron las herramientas que lo acompañaron en cada empleo, fueron generadoras de riqueza, las artesanas del sustento, las hacedoras de, hasta ahora, 68 años de historia de trabajo campestre en tierras riverenses, duraznenses y lavallejinas.
Vino solo a Montevideo, fue casado pero se separó, tiene dos hijas a las que todavía las describe como ‘mis niñas’, a pesar de que ya le dieron cinco nietos y dos bisnietas. Todos viven en Rivera. “Mis hijos y nietos están en otros trabajos, a algunos ni les gusta el campo, son gente de la ciudad. Yo, sin embargo, fui tropero, alambrador, domador, esquilador, trabajé en varias estancias, tropeé mucho de a caballo, principalmente en Rivera y Durazno”, relató.
Nació hace 76 años, es oriundo del departamento de Rivera pero la mayor parte de su vida la pasó en Durazno, en donde vive actualmente y es empleado en la estancia Villa Ceferina. “Esta estancia me dio mucho, conozco gente desde hace 30 años y puedo decir, sin dudar, que son mi familia”, dijo convencido Evaristo Melo, el cabañero más antiguo de la Expo Prado, y quién el pasado jueves recibió un reconocimiento a su trayectoria.
Entró como peón de campo a la estancia Villa Ceferina y fue entonces que surgió, por casualidad, su ingreso a la cabaña de caballos. Recordó que en 1990, el administrador del lugar le pidió si podía llevar a un potrillo a la Expo Prado, ya que el encargo del asunto lo había abandonado. “Lo llevé con la idea de ver qué pasaba, y me volví con el convencimiento de que ser cabañero era para mí”, confesó.
Tuvo un hermano en la estancia, fue él quien lo llamó para ir allí, ya que Evaristo estaba en Lavalleja. Entonces dejó el trabajo que tenía, se fue en enero del 80 y tanto para ahí, y a los dos meses su hermano falleció, “parecía que él supiera lo que iba a pasar y me quiso dejar en su lugar”, recordó. Cuando eso pasó, una de sus hermanas le preguntó si se quedaría, “probé y me gustó seguir, y ahora estamos acá”.
Desde los años 1990 y hasta 1994 fue al Prado consecutivamente, se tomó un descanso de 12 años de las actividades en Montevideo hasta que en el año 2006 su patrón lo animó a que comience con trabajos de cabañero de ganado, ya que, a través de la observación de sus compañeros se había capacitado lo suficiente. Ese mismo año volvió a la Expo Prado dedicándose al ganado de manera exclusiva.
“Este trabajo me dio el mismo grado de experiencia que de alegría, y disfruto de todos los años que vengo a Montevideo, hice muchas relaciones, aunque algunos de los cabañeros viejos ya se fueron y se hacen extrañar”, sopesó.
Cuando perdió a su padre tenía ocho años de edad. Recuerda que en ese momento se fue a una estancia para traer al sobrino de un patrón a la escuela y estudiar con él. Hizo hasta quinto grado y con 14 años le dijo a su maestra que no estudiaría más y así podría únicamente trabajar.
Fue entonces que se empleó en una estancia sobre Tranqueras y anduvo unos años “peleando con la vida y la vida peleando con él”, describió. “Aprendí lo malo y lo bueno y el mundo me hizo gente. Y ahora estoy acá, disfrutando con muchos compañeros que hace 30 años los conozco, para mi somos hermanos. Somos una familia, y no hay distinciones entre nosotros”.
Sin cabañeros no habría Expo Prado
Un día común en la vida del cabañero comienza racionando a los animales, luego se los amansa y a partir de eso se comienza a enseñarles a pararse y caminar. Actualmente Evaristo tienen problemas en las rodillas “típicos de su edad”, según comentó, y no puede pasearlos, pero sí se encarga cada día de las raciones. “A veces quiero hacer cosas pero el capataz y el patrón no me dejan, porque saben que mis rodillas no me responden bien”, se lamentó.
“Sin cabañero no habría Expo Prado”, afirmó el entrevistado, ya que su actividad es el pilar fundamental en torno al que gira la realización del evento, si bien el campo es el centro y todo lo que conlleva, son los cabañeros quienes tienen la responsabilidad de presentar el mejor ganado. La estancia Villa Ceferina se ha destacado en innumerables presentaciones y según Evaristo “siempre hemos tenido suerte con los animales que presentamos”. Él lleva siete campeonatos consecutivos en los que sus animales han sido premiados, y esto, para el cabañero, quiere decir que “la cosa marcha bien”.
Evaristo aseguró que actualmente la competencia en la Expo Prado es cada vez mayor, porque son muchos los cabañeros jóvenes nuevos, y está surgiendo con fuerza y posicionándose la raza Angus, en tanto la Hereford se mantiene estable. Esto los obliga a adaptarse a los cambios que surgen.
“Nosotros tenemos fe de que podemos sacar premios porque el que se tira al agua es para mojarse. Si uno va a competir sin fe que mejor no lo haga”, reflexionó.
Entre sus recuerdos acumulados en estos 30 años de cabañero, el entrevistado rememora una Expo Prado con mucha emoción, la del año 2016. Describió que en ese año había una vaca de otra estancia que les ganaba en todas las exposiciones del país, y que no era un animal de demasiada presencia, sin embargo, los datos de ella eran muy buenos. “después de vencernos en varias competencias, llegamos al Prado y ganamos nosotros”.
Resaltó el hecho de haber triunfado en la capital, ya que para él la diferencia con el interior en el sentido de los jurados es muy notoria. “Los jurados de Montevideo son internacionales, americanos o europeos, y en las exposiciones más chicas se consiguen jurados más cercanos. Pero a mí me gusta cuando vienen los americanos porque no se casan con nada”, afirmó.
Sin embargo asumió que no le parece interesante una competencia en la que los jurados ya poseen todos los datos del animal, porque le quita la sorpresa el hecho de a los 15 días de que un ternero nace, por ejemplo. “Para mí antes se despertaba otro interés, y ahora en cualquier lugar del mundo, están sabiendo todo lo que hay en nuestra cabaña y las técnicas que utilizamos”, aseguró.
A Evaristo se le entregó un reconocimiento por los años que lleva de cabañero y su edad, se describe como “el más viejo de la escuela”. Y confesó que se emocionó al recibir el galardón porque nunca lo esperó. “Me avisaron que había algo a lo que tenía que ir y sin saber de qué se trataba fuimos. Iba como un niño para la escuela”, dijo. Ese premio se lo dejará para sus hijos y nietos, para que ellos tengan presente la historia de su padre y abuelo.