A orillas del arroyo Pantanoso, en la periferia montevideana, y ubicado entre la Teja y el Cerro, en uno de los lugares más contaminados de la capital, se encuentra el asentamiento Barrio Unidos. Es en este punto donde desde hace nueve años se produjo un cambio rotundo en la sociedad que vive allí. Es que en el año 2010 las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado, junto a un grupo de gente laica comprometida, se unieron por una causa en común. Mariana Marguery, Hermana Misionera, recordó a La Mañana que desde el inicio tuvieron en claro que los que viven las bienaventuranzas de Jesús son los que menos tienen, y fue por este motivo, que llegaron este sitio con el fin de compartir la vida a partir de la fe, porque esta última “sin obras está muerta”.
Luego de recorrer varios asentamientos de la zona, el grupo que hoy está comprendido por una veintena de personas, dentro de las cuales hay cuatro Hermanas, escogió este lugar dado que los vecinos decían que allí “nunca había ido nadie”. Fue entonces cuando descubrieron, de forma casi inmediata, que habían tomado la decisión correcta.
En el comienzo, el grupo se reunía en la casa de alguna vecina, o incluso en la calle. Así duró unos años. Mediante juegos, catequesis y charlas, se producía la búsqueda de qué poder realizar juntos. “Nos presentamos también diciendo que no teníamos nada para traer, que todo lo que iríamos a buscar o conseguir lo haríamos juntos”, recordó. La primera iniciativa para conseguir un vaso de leche para los niños fue realizar un convenio con el Instituto Nacional de Alimentación (INDA). “Actualmente es el único convenio que tenemos, donde recibimos la leche y algunas cosas más cada dos meses”, señaló Marguery. Añadió que una fundación amiga les provee actualmente de este alimento, ya que lo han dejado de recibir.
Pero, por otra parte, si bien surgieron “mil necesidades” en los distintos mano a mano con los pobladores, detectaron que la principal era un hogar. “Como dice el Papa Francisco, tierra, techo y trabajo, es lo que todo el mundo quiere con justa razón”. Contar con una calle medianamente asfaltada o con pedregullo, para que los niños no se embarren camino a la escuela y que la gente pueda salir a trabajar, así como también un saneamiento que no contamine, el agua que corra y una luz que alumbre, era primordial. También lo era un techo bajo el cual sentarse, alrededor de una mesa y con cierta seguridad de no tener que salir de apuro a refugiarse por inundaciones cada pocas semanas, observó la Misionera.
Con esos anhelos se comenzó, pero también con “pequeños pasos que fueron generando cambios”, como la documentación de muchas personas que permitieron generar acceso a lo que el gobierno podía ofrecerles.
Con la donación de una señora anónima, realizaron un proyecto de salud bucal para 40 personas, y con ellos construyeron las casas de emergencia de Techo, que para muchos significó su primera “casita propia”, y si bien precaria, digna. “Siempre con el sueño que muchos tienen todavía, de construirla de material y para toda la vida”.
Se limpiaron algunos basurales que utilizaba la gente para reciclar, dado que vivían de ello, y con la colaboración de muchas personas, en una tarea que duró varios años, se rellenaron. Fue entonces que surgió la idea de abocarse a lo educativo y apoyar este fin principal con la alimentación. “Fe y Alegría nos alentó en los primeros pasos, y seguimos participando de sus instancias formativas”, comentó Marguery.
La propuesta de fe les sugería que Jesús no realizó las cosas por la gente, sino con ella. “Creo no equivocarme al decir que la mayoría de la gente del barrio participó alguna vez o varias de estas actividades. Cocinar, rellenar, hacer muros, crear actividades recreativas para los niños, buscar recursos, aunque todos los voluntarios que fuimos de afuera les dimos una mano”, manifestó.
“Muchísimas cosas nos sorprenden positivamente todos los días”, confesó Marguery. La alegría de la gente, especialmente la de los niños y la ayuda mutua de los vecinos a pesar de todas las discrepancias humanas que puedan existir, los festejos, la Navidad y la celebración de Año Nuevo se viven con el mismo entusiasmo, tan profundo, como el deseo de tener un hogar propio. En este diario vivir, los vecinos llevan una lucha cotidiana para estar mejor, donde el compañerismo está a la orden del día. “Todos estos son valores evangélicos que hay que poner sobre la mesa, reconocerlos, y decirles que ese es Dios, y que así quiere que vivamos todos los cristianos, y que ellos tienen mucho para enseñarnos”, dijo.
Hoy cuentan con varias actividades en el área de la educación. El Arca de la Alegría es el centro educativo para los niños. Unos 40 niños, en los turnos de la mañana y de la tarde, van a tomar un vaso de leche, a hacer los deberes, y otros talleres como cocina, música o deportes. Otro de los proyectos es para adolescentes y se denomina Creciendo Juntos. “Por primera vez en la historia del barrio contamos con 30 adolescentes aproximadamente que concurren a educación media, es así que se acompañan las trayectorias educativas de los mismos. Ha sido un logro en parte favorecido por haber pasado por el Arca de la Alegría. Son nuestros primeros ex alumnos”, explicó.
En el comedor alrededor de 80 niños cenan todos los días al volver de la escuela, y antes de que caiga la noche. También se trabaja con los adultos que desean apoyar el proyecto de sus hijos. Además, se han realizado trámites con la Intendencia de Montevideo y el Ministerio de Desarrollo Social para hacer llegar al barrio los programas de Uruguay Crece Contigo, Jóvenes en Red, y hasta golpear muchas puertas para que el Plan Juntos llegase al barrio, “hecho que afortunadamente se logró hace poco tiempo”.
Pero Marguery señaló que el apoyo de los padres no es constante, dado que su fuente de trabajo son las “changas”, como descargar barcos de arroz cuando arriban al puerto, u otros servicios esporádicos. “Las dificultades de las familias para darles de comer, mandarlos a estudiar, vestirlos, etc., son muy reales. Y trabajar, cuando hay trabajo, es prioritario”, sostuvo.
“Los proyectos son muchos, pero al no tener convenios con el Estado dependemos para todo de las donaciones, de gente que se acerca a ayudar, de voluntarios. Hemos intentando hacerlos, pero hasta ahora no ha sido posible. No perdemos la esperanza…. Un profundo deseo sería poder lograr un convenio con el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, ya que se hace difícil mantener económicamente todas estas actividades”, reconoció.
En esta labor, la Misionera comentó que en el trato diario con los vecinos hablan del evangelio del amor, tratando de consolar y aliviar. “Es muy duro saber que algunos tienen tanto y que otros no tengan que darle a sus hijos que tienen hambre”, describió. A la vez, agregó: “Sabemos que hay situaciones que Dios no las quiere, que no son ni cuestión de caridad sino de justicia. Luchar con ellos para que puedan tener oportunidades. De trabajo, de salud, de servicios del estado, acercando recursos que existen y que a veces desconocen”.
Quienes deseen participar, acercar donaciones, ser voluntarios en educación o en la fe, pueden contactarse al celular 098646492 (Mariana Marguery) o al teléfono de la comunidad de las Misioneras Franciscanas del Verbo Encarnado 22033168.