La inclusión en el escudo nacional del lema “Por la razón o la fuerza” se remonta a los primeros años de la República de Chile como país independiente y fue incorporado a las monedas de plata y oro a partir de 1837. El intento por modificar esta divisa a comienzos de este siglo no prosperó. Ignoramos la suerte que correrá en el paquete de reformas de la actual Asamblea Constituyente, más allá del aura que le otorga que la última oficialización de la divisa heráldica hubiera sido realizada por el presidente Eduardo Frei Montalva.
Uno de los más profundos pensadores geopolíticos de nuestro país, hacía una lectura del país trasandino en su relación con la región y en particular con sus vecinos (Argentina, Bolivia y Perú), destacando la actitud de distancia que en cierta medida se dejaba traslucir. Su condición territorial de conformar una larga franja entre la cordillera de Los Andes y el océano Pacífico lo transformaba casi en una isla que le retaceaba a sus habitantes la sensación de pertenencia continental.
Los abruptos contrastes políticos que pautaron la historia de Chile en el correr del siglo XX no lo excluye de su identidad iberoamericana y poco tiene que ver con esta disparidad geográfica que conforma su singular fisonomía física.
Del Nuevo ABC a la CEPAL
No se puede pasar por alto que, en el fallido intento de conformar el Nuevo ABC (Argentina, Brasil, Chile)como instrumento de integración, propiciado por los presidentes Getulio Vargas y Juan Perón a comienzo de los 50, Chile jugó un papel fundamental a través de la figura del General Carlos Ibáñez, quién ejercía en ese momento un nuevo período presidencial, quien se sumó con entusiasmo a un proyecto con reminiscencia a la diplomacia del legendario Barón de Río Branco.
Aunque se trató de un fallido intento de convergencia sudamericana, tal vez prematuro, que se desarticuló con el trágico final del presidente y caudillo brasileño, el Nuevo ABC señaló un cambio en el habitual aislamiento cuando no confrontación entre vecinos- marcando el inicio de un nuevo rumbo regional.
Y no por casualidad, fue Felipe Herrera, el economista que se había desempeñado como ministro de Hacienda del General Carlos Ibáñez, uno de los más activos impulsores del viraje chileno hacia la integración, no solo regional sino también latinoamericana. Allegado a nuestro coterraneo, Enrique Iglesias, fue el impulsor del BID (Banco Interamericano de Desarrollo) y su presidente por 10 años. Tenía claro que esta institución financiera era la palanca imprescindible para apoyar obras productivas y de desarrollo. Pero no para engrosar proyectos especulativos.
El primer presidente del BID fue un visionario del futuro de nuestras patrias y como responder al desafío que nos planteaba el nuevo contexto mundial. No en vano fue denominado “militante de la integración”. Fue uno de los grandes propulsores de la ALALC la que fue sustituida por la Asociación Latinoaméricana de Integración (ALADI) que tiene su sede en la ciudad de Montevideo.
Cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) decidió crear un organismo regional dedicado a promover el desarrollo económico de los países latinoamericanos, se creó un nuevo instituto con el nombre de CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), estableciéndose su sede central en Santiago de Chile. A partir de 1950 el economista argentino Raúl Prebisch se va a desempeñar como su Secretario Ejecutivo de esta nueva institución.
Más allá de las confrontaciones que se sucitaban en el terreno de las teorías económicas, y de los inevitables posicionamientos –ya sea de Presbich o más bien de alguno de sus colaboradores inmediatos– en un mundo pautado por la bipolaridad, no podemos desconocer el valioso aporte que significó la CEPAL en aquel entonces, como fermentario de ideas novedosamente desarrollistas que sacudieran la inercia de enfoques obsoletos. Sus planteamientos demostraban un cierto sabor a pragmatismo keynesiano y le ofrecían al mundo latinoamericano la gran oportunidad para reactivarse y no quedarse atrás en el universo emergente de la Segunda Guerra, que apuntaba aceleradamente a la formación de bloques, para defender agresivamente sus intereses. Sería una ingenuidad pensar que para estos nuevos operadores sería de recibo argumentar: trátame con cariño, que nosotros fuimos decisivos en el suministro de carnes u otros insumos estratégicos durante los amargos años de la contienda armada.
El pensamiento cepalino de la primera época, encendía las luces amarillas respecto al deterioro en los términos del intercambio y marcaba el camino de una profundización de la industrialización en la región, usando el concepto válido de ir progresivamente sustituyendo las importaciones que eran innecesarias. Era el impulso de estadista, que le imponía Juscelino Kubitschek a Brasil, apostando a la industrialización apoyada en las bases firmes que creó Getulio a partir de la siderurgia de Volta Redonda, bautizada Compañía Siderurgica Nacional, y que años más tarde paradójicamente terminó siendo privatizada por uno de los mejores alumnos de Prebisch, Fernando Henrique Cardoso, quien, como ministro de economía del gobierno de Itamar Franco, optó por esa nueva etapa de su carrera adoptando los dictámenes del Consenso de Washington.
Cuando accede nuestro compatriota Enrique Iglesias como Secretario Ejecutivo de la CEPAL en 1972, se pondría énfasis en el tema de la desigualdad social y la matriz productiva, impulsando a la vez políticas de desarrollo económico y social. Por esa misma época, las autoridades económicas uruguayas comprendían con pragmatismo, que no era posible controlar las subas de salarios sin acuerdos de precios. Por eso se hablaba de “controles de precios y salarios”, ya que no se puede concebir uno sin el otro.
Por aquellos años había regresado al manejo de la economía uruguaya Don César Charlone, otra vez con la responsabilidad de manejar crisis generadas por ortodoxias llevadas al extremo e ideas que se compraban empaquetadas desde el extranjero.
Lamentablemente, el país trasandino llevó al extremo, a partir de la década de los ´80, una política neoliberal ortogonal con los fundamentos de la CEPAL. Al principio esto le rindió resultado, sobre todo en los años posteriores al fin de la guerra fría, donde esto generaba buenas notas en el extranjero y permitía acceder a un torrente de capitales que parecía infinito. Por un tiempo esto pareció funcionar, pero la concentración de poder económico en pocas manos no permitió que las riquezas del país fluyeran en forma equitativa a todos sus ciudadanos. Cuando el modelo empezó a fallar, el arraigado discurso entre la claque económica le permitió una sobrevida. Pero cuando la realidad era inocultable, y la población había quedado completamente de rehén de los grandes intereses, hasta la propia institucionalidad pareció estar en riesgo.
Elecciones con resultados imprevisibles.
En pocas semanas Chile se enfrenta a una primera ronda de elecciones nacionales, que muestra una polarización política no observada desde el retorno a la democracia. Esto ocurre al mismo tiempo que sesiona una Convención Constituyente, encargada de redactar una nueva carta constitucional, la cual podría definir el fin del régimen presidencialista, reemplazándolo por un régimen parlamentario. A tal grado ha llegado la descomposición, que los chilenos pueden elegir un presidente antes de fin de año que la Convención considere no le corresponda el cargo para el que fue elegido por la ciudadanía, ya que podría no existir.
La vida humana en general es muy dinámica, y nunca está dicha la última palabra. Nadie de los que estaban zambullidos en su tiempo pensó lo precario y breve que iba a resultar el Reich del Milenio y menos aún era pensable que el mundo socialista y su hombre nuevo, que logró implantarse a costa de tanta sangre, se desplomaría como un muro, y sin disparar un solo tiro.
Chile y su rica historia
Esa larga y estrecha franja de más 4.000 kilómetros entre el extenso océano Pacifico y las imponentes alturas de los Andes, cuyo nombre en quechua significa confín del Imperio Inca -castellanizado lo llamamos Chile- posee una rica historia.
Tres pensadores -entre historiadores y filósofos-dejaron profunda huella en el alma chilena del siglo pasado: Francisco Antonio Encina, Alberto Edwards y Jaime Eyzaguirre. Los tres coincidieron en priorizar a Diego Portales con el principal fundador del Chile Independiente.
En la primera mitad del siglo XX Chile conoció el primer gobierno comunista del continente en el apogeo del control de Stalin, de esa versión política. Mediante un putch el 4 de junio de1932 derrocaron al gobierno del presidente Juan Esteban Montero, que da lugar a la proclamación de La República Socialista de Chile que finaliza a los pocos meses con la renuncia también forzada del camarada Carlos Dávila.
En setiembre de 1938 un grupo de jóvenes nacionalistas intentaron dar un golpe de estado para llevar al poder nuevamente al expresidente Gral. Carlos Ibáñez, ocupando la Universidad y la Caja del Seguro Obrero. El presidente Arturo Alessandri, al que se pretendía desplazar, ordenó a los carabineros y al ejército la más dura represión a ese grupo de jóvenes que pagaban tributo a un equivocado idealismo inscrito en las coordenadas de aquel entonces. Se ordenó venir a la artillería, la que a cañonazos derribó las imponentes puertas de la Universidad de Santiago. Los jóvenes se rindieron bajo palabra que se les respetaría la vida. Fueron conducidos brazos en alto al local obrero, para obtener la rendición del otro grupo. Allí en frío se los ametrallo a todos. Episodio conocido como Matanza del Seguro Obrero. A pesar que una vez en el suelo, en un baño de sangre se los remató a bayoneta, quedaron cuatro sobrevivientes entre la pila de cadáveres, que dieron un testimonio de primera mano. Esta salvajada, caló muy hondo en toda la población, y provocó la ira del poeta Gonzalo Rojas.
La agitada historia del país trasandino tiene un perfil propio signado por los efluvios de la raza hispano-criolla, propia de nuestra América mestiza. Por momentos con sabor a esa inestabilidad propia de una geografía sometida a sorpresivos movimientos telúricos.
TE PUEDE INTERESAR