La situación de crisis energética a nivel mundial se presenta, a prima facie, como compleja de entender. Para desentrañarla es necesario definir a los grandes actores que participan de ella en dos grandes grupos.
Por un lado, hay que atender a los países productores de energía y que se encuentran en posición de exportar parte de esta luego de satisfacer su mercado interno. Estos países son Rusia y Estados Unidos. Luego tenemos el grupo de países que tienen energía en abundancia, pero que por su situación política y económica no se presentan como grandes oferentes del producto; esto es la región de Medio Oriente. El último grupo está formado por los países que tienen un complejo industrial avanzado y ávido de energía, pero que no cuentan con fuentes propias; esto es China y la Unión Europea.
Por otro lado, los países consumidores de energía para fines industriales. Aquí tenemos a los países que compiten en el mercado internacional sobre la base de un desarrollo industrial similar; estos son Estados Unidos, China, y la Unión Europea. Por otra parte, están los que no poseen condiciones técnicas para competir vis a vis con los países del primer grupo; estos son Rusia y Medio Oriente.
Cuando uno combina ambos grupos en una misma matriz de análisis, la imagen se hace menos difusa y las acciones geopolíticas de los últimos años cobran sentido. Hagamos un breve repaso para que el lector asimile las implicancias:
El conflicto en Crimea (2014)
Crimea es el lugar de paso del gas ruso a la Unión Europea. Esto lo convierte en un punto estratégico para ambos bloques. Cuando la situación se tensó en 2014, y estallaron las protestas de los “autoconvocados” defendiendo un gobierno que promoviera un acercamiento del país a la UE, el gobierno ruso de Vladimir Putin intervino y mostró su poderío, ante lo cual la OTAN con el expresidente estadounidense Barack Obama a la cabeza, capitularon. De esta manera Rusia mantuvo el control sobre el paso del gas a Europa y su posición como mayor proveedor de energía a la UE, a la vez que solidificó su posición como potencia militar.
La guerra en Siria (2015)
Ante el aumento progresivo de las sanciones económicas, sumado a los conflictos armados y la revuelta política en territorio sirio, el suministro de petróleo a la UE se vio afectado fuertemente. Sin embargo, Europa apostó a que el presidente sirio Bashar Al-Assad se viera obligado a dimitir. Esto hubiera resultado en un nuevo gobierno convenientemente afín a la UE, con el consiguiente flujo constante y a precio accesible de energía hacia el viejo continente. Sin embargo, el presidente Assad solicitó a su par ruso Vladimir Putin apoyo ante el levantamiento armado, asegurando su permanencia en el cargo. Así, Rusia evitó que la UE se asentara políticamente en Siria y la región, manteniendo la dependencia de la energía rusa.
De Trump a Biden (2016-2020)
La asunción de Donald Trump en EE. UU. supuso un cambio de paradigma en las relaciones internacionales del gigante del norte con China. Amenazas, sanciones y aranceles fueron parte de las medidas que Trump puso en efecto a fin de frenar el avance de la economía China. Sesudos analistas presagiaban un desplome de la economía americana y mundial, producto de la afectación de cadenas de valor globales y de cómo ciertos productos de lujo se iban a encarecer por causa de estas medidas. Lo cierto es que nada de eso sucedió. La economía americana creció a ritmo parejo y tomó de sorpresa a dichos expertos que hacían malabares en el aire para explicar lo sucedido.
Además, el expresidente Trump mantuvo una buena sintonía con su par ruso Putin, lo que hace suponer una alianza de nivel geopolítico que afecta principalmente a la UE. Esto es así ya que Estados Unidos tiene la capacidad de suministrar energía abundante y barata a la UE, pero eso supondría meterse con el negocio de Rusia. A su vez, Estados Unidos no va a proveer de energía barata a la UE, ya que son competidores en el mercado mundial. La lógica de la competencia se manifiesta en la reducción de los costos de producción para conseguir una disminución de los precios y arrebatar mercados a los competidores. Con la alianza EE. UU.-Rusia, el gran perdedor es la UE que se queda sin energía a precios competitivos.
En diciembre de 2020, Joe Biden asume como titular de la casa blanca, con la promesa de volver a las relaciones “normales” con el resto del mundo. Sin embargo, luego de casi un año de gobierno, está claro que los conflictos con la UE y China no se resolvieron, ni se van a resolver. De ahí que Biden le diera la espalda a Francia y acordara un programa de compra de submarinos con Australia e Inglaterra, dejando a Europa continental librada a su suerte.
Pacto Verde Europeo (2019)
Este compromiso de la UE tiene por objetivo principal la reducción de las emisiones de carbono producto del uso de los combustibles fósiles. Es decir, una transición hacia una economía basada 100% en energías renovables. Esto que parece una loable intención, choca de bruces contra la competitividad del complejo industrial europeo que, producto de la actual crisis energética y de los antecedentes mencionados, está viendo como los precios de dicho insumo van en aumento. Ante esta situación, la UE se prepara para exportar su cambio de modelo energético al resto del mundo, y así nivelar la cancha para que sus competidores (EE. UU. y China) se vean obligados a adoptar otras fuentes de energía más amigables con el medio ambiente, pero más costosas en términos de producción.
Este posible escenario es visto con buenos ojos por China, ya que, al 2019, era proveedor del 80% del silicio policristalino, material fundamental para el correcto funcionamiento de los paneles solares. Así, el gigante asiático se posicionaría como el gran suplidor de insumos para la transición energética. Así se explica el impulso que dicha política tiene por parte de la UE, China y los organismos internacionales.
Retirada de Afganistán (2021)
El último hecho de esta cadena de sucesos es la retirada, caótica, de las tropas estadounidenses de Afganistán. Con cierta incredulidad el mundo vio como abandonaban el país dejando tras de sí miles de millones de dólares en armamento sin uso, que los talibanes rápidamente tomaron para sí. En definitiva, este repentino y sorpresivo resurgir de los talibanes crea un nuevo foco de conflicto en la región, lo que aumentará la inestabilidad de países vecinos como Irán, Pakistán, la India y China, amenazando además la integridad del gran proyecto chino de la nueva ruta de la seda.
Algunas consideraciones finales
Parece claro que la retórica y la realidad no siempre van de la mano. Y a veces los discursos vienen cargados de buenas intenciones, pero ocultan los intereses geopolíticos de quienes los profieren. Como siempre sucede, quienes pagan los costos de estos conflictos internacionales son los trabajadores, que hoy en Europa ven como su factura de energía aumenta imparablemente, a la vez que la pérdida de competitividad de su entramado productivo impacta directamente sobre la tasa de desempleo que a julio de 2021 era del 7% en la UE, con picos en España del 14%, casi 10% en Italia, y en similares niveles en Grecia, sin perspectivas de mejora en el corto plazo.
China apuesta fuertemente a ser el proveedor mundial de insumos para las energías renovables, aunque la producción necesaria para ello lejos está de ser amigable con el medio ambiente y se encuentra entre las industrias más contaminantes debido el uso de minerales como el litio que requiere por un lado grandes plantas de procesamiento, y por el otro una cantidad importante de agua para su extracción.
Finalmente, el aumento de la demanda de energía y la caída de la oferta presionan los precios al alza en el corto y el mediano plazo, siendo Rusia y EE. UU. los grandes ganadores de esta situación ya que mantienen su autosuficiencia energética y ven como sus grandes rivales, China y la UE, pierden competitividad a pasos agigantados.
¿Y el Uruguay?
Nuestro país, gracias a impulsos del pasado, tiene una producción energética mayoritariamente de fuentes renovables a través de la energía hidroeléctrica. Lamentablemente, los últimos intentos de transición energética no tuvieron los resultados esperados en términos de baja de precios, y el escaso excedente energético se exporta a Brasil a efectos de mantener la rentabilidad de los proyectos de inversión, mientras que los trabajadores orientales siguen pagando tarifas exorbitantes.
La poca industria que queda no puede competir en el mundo en parte debido al diferencial en el precio de la energía que paga. Y las inversiones extranjeras, la panacea de una parte de nuestra clase política, no se materializan ya que la energía es, hoy, el precio de los precios, y no hay baja del salario real, ni exoneración de impuestos que compense este sobrecosto.
Nos debemos como país una discusión seria, donde se dejen de lado espurios y foráneos intereses, y se priorice el bienestar y el empleo de nuestra población. Se deben evaluar todas las opciones para aumentar nuestra competitividad y el empleo. Es necesario abrir el debate hacia el resto de los actores involucrados, trabajadores y empresarios, amén de su tamaño y su ideología, para sentar las bases del futuro, ya que la falta de trabajo digno y de perspectivas está creando una sociedad invivible, donde campea la violencia y la desigualdad, y donde nuestros jóvenes se preparan para emigrar, y los trabajadores que quedan aquí, para sobrevivir.
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