Un reciente artículo de La Mañana titulado “Con la macro acotada, la clave de nuestro futuro pasa por la micro”, comenzaba con una cita de James M. Buchanan, en la que se refería a las ideas de Frank H. Knight, su mentor. La cita decía así:
“El problema central del hombre moderno, según Knight, es un problema moral. El liberalismo histórico ha destruido la religión convencional, pero no ha ofrecido ningún sustituto eficaz para ella; como resultado, el hombre se ha volcado con demasiada facilidad hacia el nihilismo o hacia la deificación del Estado. Lo que los hombres necesitan, en cambio, es una moral común fundada en la verdad, la honestidad, el respeto mutuo y una «buena conducta deportiva». Esta es la ética que el liberalismo debería haber producido pero que, de alguna manera, no ha logrado conseguir…”
A nuestro juicio, es perfectamente lógico y razonable que el liberalismo no haya sido capaz de producir “una moral común fundada en la verdad”. ¿Por qué? Porque es imposible que los hombres coincidan en una moral fundada en verdades objetivas, capaces de ser conocidas y aceptadas por todos, en una sociedad que ha matado a Dios. Semejante moral no puede brotar de una sociedad edificada sobre los pilares de una ideología que -en palabras del autor de la cita-, ha llevado a la destrucción de la “religión convencional”, al colapso de la civilización cristiana, y a procurar sustituirla o bien por los feroces totalitarismos del siglo pasado, o bien por el pensamiento débil del presente.
Eliminado Dios, queda eliminado todo fundamento de verdad y moral común. Por eso decía Dostoievski en “Los hermanos Karamazov”, que “si Dios no existe, todo está permitido”. Y por eso Nietzsche (1844 – 1900), apenas proclamó la muerte de Dios, se dio cuenta de sus consecuencias…
Nietzsche creía que los avances de la Modernidad, permitían anunciar la muerte de Dios. Que el hombre, finalmente tendría que abandonar la tranquilidad que le daba la explicación trascendente de la vida y asumir la realidad de su abandono existencial. Ahora bien, ¿cuáles fueron las consecuencias antropológicas de ese cambio tan radical en la forma de ver la realidad?
En “La gaya ciencia” (1882), Nietzsche representa este cambio con una puesta de sol, en la que las sombras avanzan. Y hace decir a Zaratustra: “Si hubiera dioses, ¿cómo soportaría yo no ser Dios? Luego, no hay dioses. He sido yo quien ha sacado esta consecuencia, pero ahora ella me arrastra a mí”.
Nietzsche es perfectamente consciente de que sin Dios, la realidad pierde su sentido y lo que queda, es la nada. El hombre, entusiasmado con la idea de gozar de una autonomía absoluta, anuncia a gritos la muerte de Dios. Al desaparecer el Absoluto, el hombre ocupa su lugar. En el fondo, es la historia más vieja del mundo: “Seréis como dioses”, dice la serpiente a Adán en el Génesis…
Ahora bien, ¿cómo podrían los hombres coincidir al momento de establecer una moral común, fundada en la verdad, si no hay un Absoluto único y verdadero, superior a todos, si cada hombre se ha convertido en su propio absoluto, si cada hombre tiene su verdad? Esta es la cuestión de fondo: eliminado el Dios único, queda eliminada la posibilidad de percibir verdades comunes para todos y de establecer una moral fundada en ellas.
Nietzsche comprende que el hombre no puede vivir sin valores. Entiende que si los valores del mundo antiguo fundado en la trascendencia, han caído, el hombre nuevo, para superar el nihilismo, debe crear sus propios valores. Así Nietzsche da vida al “super hombre”, un hombre libre que debe darse a sí mismo el sentido de su vida, debe determinar por sí mismo qué está bien y qué está mal, debe imponerse su propia ley, debe actuar guiado por su propia voluntad.
Este nuevo hombre es, en efecto pura voluntad. ¿Cómo conciliar a este hombre fuerte y soberbio, con la humildad que se necesita para admitir que puede existir una moral común fundada en la verdad? ¿Cómo lograr el asentimiento a una moral común por parte del modelo opuesto al superhombre, del hombre sin Dios y sin ideales, del pequeño burgués relativista, incapaz de elevarse sobre la nada?
No hay caso. Ni el pensamiento débil, ni el relativismo, ni el poder, ni el voluntarismo, son capaces de llevarnos a la noble idea de una “moral común fundada en la verdad”. Esto sólo es posible si el Dios muerto resucita. O mejor, si los hombres volvemos a creer en el Resucitado…
TE PUEDE INTERESAR