Trascender el reactivo. Concentración discursiva, indignación y respuesta en la democracia contemporánea. Julián Kanarek. DEBATE. 2021, 182 págs., $590.
José Enrique Rodó, en su celebérrima parábola del rey hospitalario, reivindica la necesidad de un tiempo propio, de un espacio de reflexión que permita la construcción de una vida más plena de significados. Y dicho espacio personal no es negociable, no tiene precio, porque define radicalmente la posibilidad de realización del individuo.
Si hace más de un siglo esta conceptualización era necesaria, hoy pasa a ser ineludible. Vivimos un mundo con posibilidades tecnológicas y comunicacionales increíbles; un mundo deslumbrante, especialmente para los que nacimos previo desarrollo de la web. Pero este mundo de ensueño tiene desafíos y peligros.
Sobre este aspecto versa “Trascender el reactivo”, un ensayo que encierra la mejor recompensa posible: invita a pensar de forma crítica. Que los medios pautan el mensaje es un dato asumido. Lo que quizás es más complejo aquilatar es el “costo” real subyacente de las redes sociales.
El plan de negocios de las tecnológicas comunicacionales ya no es la venta de avisos, es la “minería de datos”, esto es, el tráfico de datos personales que permiten ya no solo modelos predictivos de conducta sino la modificación en sí misma de los modelos cognitivo conductuales. Y esto tiene consecuencias individuales y colectivas que avizoramos, pero quizás no podamos comprender en toda su dimensión.
Pero hay otro costo, más visible por lo estentóreo. Los mensajes que prevalecen en las redes son los más violentos y por el principio de acción y reacción retroalimentan incendios en el espacio virtual que no quedan acotados a dicha esfera.
Por ende, el contexto actual está definido por instituciones jaqueadas por desafíos inéditos y por los que siempre quedan en el debe social. A lo cual debemos sumar el fenómeno de redes sociales, que inicialmente fueron vistas como la puerta a una humanidad más conectada y con posibilidades plenas pero que devinieron rápidamente en espacio de manipulación informativa, posverdades, fake news y una práctica comunicacional que deviene en una agresividad creciente. Lo interesante es la centralidad que adquieren aquellos emisores de los mensajes más violentos, delirantes o estridentes. Su estrategia central es rebasar cualquier barrera para impactar y conseguir comentarios que ya no importa si son favorables o no. Esa visibilidad se retroalimenta de forma casi exponencial, pasando a ser el centro de atención en la escena virtual. Es por esa razón que grupúsculos aislados históricamente pasan a tener una visibilidad en lo virtual que luego deviene en modificaciones de lo social.
Y aquí se genera una trampa en el campo virtual, las instituciones, los medios o los individuos que tratan de apagar el incendio extremista se encuentran en que han incrementado el desastre. ¿Cómo generar un discurso que desmonte a los provocadores sin darles mayor visibilidad? ¿Cómo salir de la lógica de concentración discursiva?
Platón planteaba en “La República” que la mentira debía ser una herramienta de los filósofos guardianes en un contexto muy específico. Hanna Arendt señala: “el conflicto entre verdad y política viene de muy lejos: las mentiras siempre se han considerado herramientas necesarias y justificables, no sólo de los políticos o los demagogos, sino también del oficio del estadista”. O sea, no es que en épocas idílicas los diversos actores políticos se debían enteramente a la verdad. Pero hoy la tecnología hace posible que la violencia y la mentira tengan consecuencias más reprobables.
TE PUEDE INTERESAR