El economista Julio de Brun fue uno de los redactores del libro que cuenta la historia del Banco Central del Uruguay (BCU), presentado hace pocas semanas. En diálogo con La Mañana, relató algunos de los hechos que derivaron en la creación de la entidad de contralor y analizó el rol que tuvo la institución en las crisis del 82 y del 2002, así como los aprendizajes que estas últimas dejaron para el país.
A raíz de un llamado que hizo el BCU en 2015 para sacar una publicación sobre su historia, con motivo de su cincuentenario, los autores Ariel Banda, Julio de Brun, Juan Andrés Moraes y Gabriel Oddone trabajaron en el documento durante 2016 y comienzos de 2017. Finalmente, el directorio de entonces optó por dejar la versión en borrador disponible en su página web y no publicar el libro. Tras gestiones con las actuales autoridades, se accedió a que la Universidad ORT financiara la publicación del libro, que fue presentado a fines de octubre.
¿Qué efectos tuvo sobre Uruguay la crisis del Transatlántico del 65?
La crisis del Transatlántico tuvo un impacto relativamente menor en la actividad económica, por las características que tenía el sistema financiero, o sea, no había tanta vinculación con la actividad productiva. Sí tuvo un efecto muy grande sobre la confianza del público en el sistema financiero, agudizó los problemas de reservas y cambiarios que había en aquel momento, trajo consigo la caída de otras instituciones y significó una pérdida importante para muchos depositantes.
¿Cómo impactó esta crisis en el BROU?
El BROU era un banco comercial y a su vez el regulador del sistema financiero; fue un golpe importante porque se le acusó de falta de controles, y todo eso se sumó a otras cuestiones que hacían a las funciones del BROU en aquel momento, como el pago de la deuda externa, donde también hubo un incumplimiento de Uruguay, fundamentalmente, por razones administrativas del banco. Esto tuvo un efecto sobre su reputación y su relación con el Poder Ejecutivo, que finalizó con su intervención, un hecho bastante inédito.
¿Tuvo algún impacto en la posterior formación del BCU?
Los autores del libro coincidimos en que la crisis volvió a poner sobre la mesa una discusión que desde el punto de vista político ya se venía dando, que era la creación del BCU, pero esta vez con un alto grado de coincidencia en el sistema político.
El BCU se terminó fundando dos años después, en el 67. ¿En qué contexto?
Hubo eventos políticos que contribuyeron, sobre todo, el cambio de postura de parte del Partido Colorado, que bajo el liderazgo de Luis Batlle no había acompañado este tipo de iniciativas, pero al fallecer él y tras triunfar su hijo Jorge Batlle en una interna en la Lista 15, eso generó una renovación de ideas dentro de ese sector.
Al impulsarse la reforma constitucional para volver al sistema presidencialista, sustituyendo al colegiado, y cambiar el período de gobierno de cuatro a cinco años, se incluyó un paquete de reformas económicas, entre las que estaba la creación del BCU.
¿Cuál fue el rol del banco en la crisis del 82?
La crisis del 82 fue un desafío importante para el BCU porque volvió a estar sobre la mesa la cuestión de las fallas en el marco regulatorio, entonces tuvo que salir a realizar operaciones de rescate de depositantes, de apoyo del sistema financiero, en un contexto donde, además, por el régimen cambiario existente, que era la tablita, dadas las inconsistencias de la política económica, se generó una fuerte pérdida de reservas y una situación de atraso cambiario. Eso implicó que el BCU tuviera que hacer un manejo bajo mucho estrés de su nivel de reservas internacionales hasta que se produjo la devaluación y el abandono de la tablita en 1982.
A partir de noviembre de ese año, el BCU tuvo que tejer la reconstrucción de un sistema financiero que tenía problemas de insolvencia en muchas instituciones. Eso llevó a las operaciones de compra de carteras de los bancos y requirió un manejo muy delicado de la situación de reservas y de la política monetaria en esa transición del gobierno militar a la democracia.
La nueva normativa que emanó a partir de esa crisis introdujo una serie de normas prudenciales en línea con prácticas internacionales, que se fueron profundizando en los años siguientes y pusieron al día a Uruguay en materia de regulación bancaria.
Más tarde, durante la crisis del 2002, usted fue nombrado presidente del BCU. Hoy, con el diario del lunes, ¿se imagina algún escenario en el cual se hubiera podido evitar esa crisis?
Es difícil hacer el contrafáctico. Lo que generó la situación del 2002 fue la conjunción de varios factores adversos en un mismo momento. Podría haberse encarado cada una de las causas que tuvo la crisis en forma aislada, pero al darse todas simultáneamente, alcanzó la dimensión que finalmente tuvo.
Había debilidades, como la situación fiscal. Si bien había mostrado equilibrio hasta el 98, en forma similar a lo que ocurrió en el 82, era un equilibrio logrado en base a un crecimiento económico asociado a una fase expansiva del ciclo que había ayudado a la recaudación, lo que hizo que se elevara el gasto público. Al entrar luego en una fase adversa del ciclo, el gasto público quedó en un nivel alto y la recaudación disminuyó por la recesión. Eso llevó a que Uruguay llegara al 2002 con una situación fiscal muy debilitada y con advertencias de las calificadoras de riesgo en relación a la pérdida del grado inversor.
También hubo problemas de exposición de algunas instituciones bancarias en Argentina. Si la regulación hubiese sido más estricta en cuanto a tratar de evitar el vínculo por el lado de los activos con el país vecino, se podría haber atenuado el impacto que tuvo la crisis argentina sobre el sistema financiero.
Por otro lado, estaba la postura del Fondo Monetario Internacional y los organismos multilaterales, que tradicionalmente habían sido la tabla de salvación de Uruguay en situaciones de estas características. Hubo un intento de cambio de filosofía en la actuación de esos organismos que hizo que su apoyo a Argentina en 2001 y a Uruguay en 2002 fuera mucho más reticente y generara mucho nerviosismo y expectativas adversas en los mercados.
¿Cuáles son las lecciones de esa crisis para el mundo bancario actual?
A Uruguay le sirvió para ponerse al día en las mejores recomendaciones de regulación a nivel internacional, le permitió tener un mayor seguimiento del control interno de las instituciones y estar más preparado para situaciones de fraude o desvíos.
¿Cuáles son los desafíos que tiene el BCU para los próximos 50 años?
Un desafío inmediato es terminar de consolidar un alto grado de credibilidad en su rol esencial, que es la conducción de la política monetaria, y poder ofrecer a la sociedad un entorno económico de precios estables; eso es un debe en la gestión del BCU de los últimos 20 años, donde ha habido intentos de llegar a una inflación más baja.
Después, la tecnología está planteando a los bancos centrales desafíos permanentes en cuanto a cómo va a ser el sistema financiero hacia el futuro. La aparición de nuevos jugadores hace que el espectro de lo que el BCU tiene que supervisar sea mucho más amplio. Con el desarrollo de las fintech, el BCU debe focalizarse cada vez más en regular operaciones o productos financieros que se van generando en el mercado.
Lo mismo con el sistema monetario, es decir, en la medida que se sigan desarrollando instrumentos de crédito y aparezcan medios de pago alternativos, eso va a ir dando lugar a una gestión de la política monetaria muy distinta a la actual.
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