El pasado 23 de noviembre, se cumplieron 800 años del nacimiento del rey Alfonso X de Castilla, con toda justicia apodado “el Sabio”.
Algunos datos históricos
Alfonso X nació en Toledo y fue rey de Castilla, de León y otros reinos hispánicos. Conquistó varias ciudades y territorios de la Península Ibérica que estaban en manos de los musulmanes. Ordenó la administración y las finanzas de la Corona. Escribió el Espéculo –primer código legal unificado de sus reinos– y las Siete Partidas –comparable en Derecho, a la obra de Santo Tomás de Aquino en Teología–, y fue el primer rey que gobernó convocando a Cortes de forma habitual.
Alfonso elevó al rango de Universidad los Estudios Generales de Salamanca (1254) y Palencia (1263); fundó la Escuela de Murcia en 1269, y patrocinó y alentó la famosa Escuela de Traductores de Toledo fundada por Raimundo de Sauvetat, en el siglo XII.
En esta escuela, Alfonso integró los conocimientos de sabios católicos, judíos y musulmanes con el fin de rescatar textos de la antigüedad clásica. Gracias a él, el castellano llegó a ser una lengua culta, tanto en el ámbito científico como en el literario, sustituyendo al latín como lengua oficial.
Alfonso dirigió personalmente los planes a seguir con cada obra, dando instrucciones detalladas sobre su estructura y contenido. Si bien escribió innumerables versos en castellano, su obra más destacada –Las Cantigas de Santa María– fue escrita en galaicoportugués. También escribió numerosos tratados de historia. Su pasión por la cultura la heredó de su madre, Beatriz de Suabia, gran erudita formada en la corte de Federico II Hohenstaufen, fundador de la Universidad de Nápoles.
El rey sabio murió el 4 de abril de 1284.
Los consejos de Alfonso X
Entre sus múltiples textos, hay cuatro consejos que nos hablan de la personalidad de Alfonso X: “Quema viejos leños, lee viejos libros, bebe viejos vinos, ten viejos amigos”.
Quema viejos leños: El placer de reunirse en torno al fuego del hogar en las noches de invierno para conversar en familia sobre las vicisitudes de la jornada, o en torno a la parrilla para disfrutar con los amigos de un buen asado, es atávico. La calidez de la chimenea invita a intercambiar anécdotas, a contar historias, y a leer y meditar los buenos y grandes libros.
Lee viejos libros: ¿Cómo podía resultar indiferente al rey Alfonso la lectura de los clásicos, si él mismo participó en la recuperación y traducción, para la cultura universal de todos los tiempos, de obras que de otra forma se habrían perdido para siempre? ¿Cómo podía no recomendar la lectura de los viejos libros, que siempre nos hablan de la naturaleza humana, de las alegrías y tristezas, de la grandeza y la bajeza de los hombres, desde los más variados puntos de vista?
Bebe viejos vinos: Desde tiempo inmemorial el vino es símbolo de alegría. En las Sagradas Escrituras, más de cien versículos hablan del vino. A veces, condenando su mal uso; otras, prometiéndolo como premio a los amigos de Dios. “El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, medulosos, de vinos añejados, decantados” (Is. 25, 6).
El secreto está, según Chesterton, en beber vino “porque estás feliz, nunca porque te sientes miserable. Nunca bebas cuando no puedes estar bien sin el alcohol (…); bebe cuando puedes estar feliz sin la bebida, y serás como el sonriente campesino italiano. (…) Bebe porque no lo necesitas, pues esto es beber irracionalmente, y la salud ancestral del mundo”.
Tener viejos amigos: Siempre podemos hacer nuevos amigos; pero… ¿quién será capaz de olvidar a sus viejos amigos de toda la vida? Pocas cosas hay en este mundo más bellas que la amistad, y pocas más disfrutables que reunirse con viejos amigos para recordar los viejos tiempos…, sobre todo cuando entramos a peinar canas. Hay que aprovechar las oportunidades: el tiempo pasa más rápido de lo esperado, y puede que de algún viejo y querido amigo, por pereza o por desidia, no lleguemos a despedirnos.
Cada consejo del rey Alfonso es bueno en sí mismo. Pero imaginemos que en la chimenea de nuestra casa arde un buen fuego… En torno a él, se reúne la familia y algunos viejos amigos, a leer en voz alta los viejos libros de la literatura clásica, degustando viejos vinos… ¿Puede haber algo más parecido al paraíso en la tierra? Ah… ¿queda claro por qué a Alfonso lo llamaban el Sabio?
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