La pasión por el arte corre en sus venas. Proviene de una familia marcada por la cultura que está integrada por poetas, pintores, pianistas y cantantes. En entrevista con La Mañana, Victoria Rodríguez recuerda que su comienzo en televisión fue “una maravillosa casualidad” y que de cada experiencia se llevó nuevas enseñanzas. Hoy, como hace más de una década, conduce “Esta boca es mía”, un programa donde se debaten los temas del momento, con el desafío de entrelazar la política, la actualidad y el entretenimiento.
¿Dónde nació y cómo recuerda su infancia?
Nací en el ex Sanatorio Impasa un 5 de diciembre, por cesárea porque venía enredada en el cordón umbilical. ¡Caramba! Ahora que lo digo, por primera vez me doy cuenta de que resultó defecto de fábrica eso de andar enredada (risas). Tuve la suerte de nacer en el seno de una familia amorosa, ser la primera de tres –tengo dos hermanos– y tener de ejemplo a unos padres trabajadores, honestos y que dieron todo por la educación y formación de sus hijos. Mi padre es abogado de profesión y mi madre trabajó en Sudamtex.
Los recuerdos de mi infancia son tiernos. Tienen aroma a tarta de manzana de mi abuela paterna, la aventura de las cabalgatas y pescas de arroyo en el antiguo campo de mis abuelos maternos, mucho contacto con la naturaleza. Pero, sobre todo, mis recuerdos de la niñez tienen notas musicales… Chopin a cuatro manos con mi abuela paterna que era pianista. Francesa ella. Nunca logró superar el acento. ¡Me enseñó Debussy cuando mis pies no llegaban siquiera a los pedales!
¿En qué momento comenzó su interés por el arte y la comunicación? ¿Hubo alguna influencia familiar en esto?
Mi interés por el arte y la comunicación arrancó muy temprano, de niña. Y aunque mis padres procuraron distraerme con otras ideas –les aterraba que me perdiera en “el mundo de la bohemia”–, el destino se encargó de ponerme en el carril de las comunicaciones, la actuación y el arte.
El destino puede ser muy terco. O muy obvio… por el lado paterno, en mi familia hay poetas, pintores y cantantes. La sensibilidad por el arte corría en mis venas. Pero aquello no era una opción para la educación conservadora de mi madre.
¿Y qué la llevó a estudiar Traductorado?
Justamente, empecé la carrera de Traductorado por sugerencia de ella. Yo era buena en el manejo de idiomas y me resultó una herramienta sumamente útil, no solo al principio, cuando ejercí como tal, sino en un futuro que por aquel entonces ni imaginaba. Me refiero a los viajes y las entrevistas a figuras internacionales que vendrían después.
Desde 1993 se dedica a la conducción televisiva y ha pasado por diferentes programas. ¿Cómo fueron sus inicios? ¿Qué aprendizajes se llevó de esas vivencias?
Mis inicios en la televisión fueron una maravillosa casualidad. Estuve en el lugar correcto, en el momento justo. Se buscaban conductores para un programa de deportes en Canal 12: “Oxígeno”. Así empieza la historia. Como un juego al principio, al mismo tiempo que terminaba la universidad, comenzaba a ejercer como traductora y trabajaba de secretaria en Ciudad Vieja. Demasiada cosa junta, incluso para la energía de los 20 años. Y decidí apostar a una carrera en los medios.
Tuve la suerte de poder desarrollar esa carrera, porque es sabido que depende de una multiplicidad de factores, mucho más allá de las ganas propias o el eventual talento. Y cada programa, cada formato en el que trabajé, sumó aprendizajes diferentes. Fui “haciendo escuela” con el transcurrir del tiempo, sumando errores y aprovechando la serendipia que me acercó aciertos. Así es al día de hoy.
¿Hubo alguna experiencia que la haya marcado particularmente durante ese recorrido?
Obviamente, si me preguntás por una experiencia en especial invaluable, tengo que mencionar el haber podido viajar por el mundo de la mano de “Los viajes del 12”. Jamás en la vida habría podido experimentar el mundo de esa manera de no ser por ese trabajo.
¿Cómo definiría “Esta boca es mía”? ¿Qué desafíos representa para usted conducir un programa que entrelaza la política, la actualidad y el entretenimiento?
“Esta boca es mía” fue mutando con el tiempo. Hoy es un programa de debate esencialmente político y que sigue la agenda noticiosa. Y entre los varios desafíos que supone, uno de ellos es, justamente, tener presente un delicado equilibrio entre la contundencia de un contenido y la importancia de entretener, porque no hay que olvidar que es televisión.
¿Cómo vive el acercamiento con los diversos actores del sistema político desde ese rol?
El programa se fue ganando un lugar; es muy visto en todo el país. Y se terminó convirtiendo en un escenario donde los protagonistas del quehacer político tienen que estar. Y lo más interesante es que más allá de las críticas siempre presentes, vienen ministros, senadores, legisladores de todos los partidos, sindicalistas, empresarios, entre otros. Y personalmente tengo muy buen diálogo con varios.
¿A qué atribuye que el formato se haya mantenido durante tantos años? ¿Cuál es la importancia de reinventarse en cada ciclo?
La clave de la permanencia del programa no deja de ser un misterio puesto que nadie tiene la receta del éxito, pero me animo a suponer que tiene que ver con la naturaleza propia del debate. Ahí está la vigencia: debatir sobre los temas que nos tienen ocupados a todos, advertir y apostar a la riqueza de la diversidad de miradas sobre los temas del momento. Después, por supuesto, entra en juego la efectividad de la producción, la capacidad discursiva de los panelistas y el manejo dinámico en la moderación. Siempre es perfectible, claro.
Con tantos años en televisión, ¿cuesta hoy competir con nuevas plataformas como Netflix?
¡Hoy cuesta competir más que nunca! La misma porción de mercado ahora se divide entre cientos de plataformas digitales diferentes. Las empresas de comunicación tradicionales deben pelear por los avisadores ya no solo entre sí, sino también con los contenidos de internet. Ese es un desafío que nos atraviesa a todos los que estamos en el mundo de las comunicaciones. Para los más jóvenes no tiene nada de novedad, pero para quienes venimos de la vieja guardia, supone todo un aggiornamento.
¿Qué relación tiene con los televidentes, con los espectadores de teatro, con el público en general?
Las redes sociales nos han acercado muchísimo a esos públicos. Otrora eran una especie de entelequia. Hoy tienen nombre, rostro y voz. Y cómo manejarse con el público, redes mediante, es todo un aprendizaje también. Considero que hay que valorar las críticas en su justo peso y, al mismo tiempo, no dejarse ensordecer por los aplausos.
A mí, personalmente, me ha llevado un trabajo importante, interior, eso de mantenerme en el eje, sin euforias ni angustias. Y no termino aún. Es cotidiano. En ese sentido, creo que es fundamental tratar de aprovechar esa “cercanía” de los públicos y transformarla en un insumo para mejorar profesional y humanamente.
¿Cómo vivió la pandemia? ¿Cree que fue una oportunidad para la televisión nacional por el hecho de que en los primeros tiempos mucha gente permaneció en su casa?
La pandemia fue una experiencia universalmente atroz, pero no todos la vivimos de la misma manera. En mi caso, pude aguantar el golpe, mantener mi trabajo y preservar la salud –la mía y la de mis seres más queridos–. Por lo tanto, tengo mucho que agradecer.
Y sí, entiendo que muchos supieron aprovechar los tiempos de la gente en casa, incluso reinventándose. En ese aspecto, las redes sociales y los famosos “vivos” de Instagram, que terminaron saturando (risas), fueron un gran escape, al tiempo que oficiaron como medio para que muchos pudieran mantenerse activos profesionalmente.
El problema con la televisión nacional fue que no tenía otra opción que ser el medio comunicador de la evolución de la pandemia. Era una cuestión de responsabilidad. Entre las ausencias, las altas médicas y las cuarentenas, hubo muchos programas que debieron ser modificados hasta en sus propios contenidos.
Al principio, imagino que los ratings habrán subido por la situación general de incertidumbre, pero con el paso del tiempo, sostener a la audiencia en casa se volvió difícil, porque termina siendo muy angustiante estar las 24 horas de los siete días escuchando hablar de la pandemia, de muertes y de contagios. Definitivamente, Netflix resultó ser un espacio mucho más ameno para distraernos en ese contexto. Pero entiendo que los medios cumplieron con la responsabilidad que les correspondía.
¿Cómo analiza la producción nacional?
En realidad, no me gusta hacer ese análisis. No me parece justo dado que soy parte del mismo. No tendría la objetividad suficiente.
¿De qué manera llegó al teatro? ¿Qué recuerdos tiene de sus experiencias en el escenario?
Llegué al teatro de la mano y el capricho de Diego Fischer, autor del libro “Al encuentro de las tres Marías”. Adaptó la obra al teatro y quiso que yo interpretase a la propia Juana. Fue una experiencia aterradora pero maravillosa. La obra fue dirigida por Álvaro Ahunchain y en compañía de un elenco de primerísimos actores y actrices.
Ese fue el bautismo de un nuevo camino personal, y no solo el público fue sumamente generoso en darme la bienvenida, sino también los críticos de teatro. De hecho, me dieron un premio Florencio como revelación, que en su momento fue muy importante para mí.
A su vez, me encanta recordar el abrazo de bienvenida de los actores y actrices, que tenían todo el derecho de mirarme con recelo porque era una paracaidista sin credenciales. Y aunque algunos lo hicieron, aquellos con quienes me tocó trabajar fueron enormemente generosos y abiertos.
En ese sentido, no me voy a olvidar nunca de la grandeza de Estela Medina, que se dignó a ir a ver mi interpretación de Blanche DuBois en “Un tranvía llamado deseo”. Y como si fuera poco, me esperó a la salida con una devolución elogiosa de mi trabajo. Del mismo modo, le debo mucho a Roberto Jones, un maestro con todas las letras. Me puse en sus manos como arcilla para aquel viaje híper ambicioso. Y si aprendí algo, seguro fue gracias a él.
¿Qué lugar ocupa en su vida el arte plástico? ¿Qué significado tiene para usted?
El arte plástico se convirtió en un lenguaje más al servicio de mi necesidad de expresión y comunicación. Es un tiempo sin tiempo, un escape, es terapia, es refugio. Es una necesidad que no tiene mayor explicación que la urgencia misma de crear y expresar.
¿Qué opinión le merece el nivel cultural que hay en el país?
Podría pensar en un montón de nombres que a lo largo de la historia han generado consenso como exponentes de primer nivel de la cultura uruguaya. Nombres que ubican al Uruguay y que lo destacan en el mapa cultural del mundo. Pero creo que sería suficiente recordar los últimos dos nombres más sonados, y que además corresponden a mujeres: las galardonadas Ida Vitale y Cristina Peri Rossi. Y eso, si solo me remito a la literatura.
Pero hablar del nivel de la cultura uruguaya supone otro análisis. ¿Y quién sería yo para esa tarea? Escuchamos hablar a los pocos intelectuales de fuste que van quedando y se horrorizan del bajo nivel cultural del uruguayo promedio actual. No obstante, algo me dice que esa perspectiva puede pecar de hemipléjica.
¿Por qué lo dice?
Porque los valores culturales cambian, surgen movidas que pueden resultar incomprendidas desde la mirada conservadora de los más veteranos y que encuentran, sin embargo, multitudes en el presente dispuestas a incorporar como valor cultural estas nuevas corrientes y a sus exponentes. La cultura es ante todo dinámica. La cultura es… No es ni buena ni mejor ni mala ni peor.
Entre los policiales y las novelas históricas
Victoria creció en Pocitos, rodeada de arte y música, y durante su infancia forjó un vínculo con la naturaleza.
Al ser consultada sobre cómo está compuesta su familia, menciona a su madre, su padre, sus dos hermanos, sus dos hijos, su exmarido, seis sobrinos y dos cuñadas “adorables”, más un montón de tíos, tías y primos. A esta larga lista, además, suma “el recuerdo de abuelos y abuelas maravillosos”.
En su tiempo libre, la comunicadora disfruta de tocar la guitarra, cantar, la jardinería y la costura.
En lo que respecta a la lectura, tiene preferencia por las novelas históricas. “Las que refieren a grandes episodios o protagonistas del mundo, pero también –y en esto hay un auge en nuestro país– las que nos remiten a nuestra propia historia y sus protagonistas, tantas veces olvidados o ignorados”, explica.
En cuanto a su gusto por el cine, elige los thrillers, fundamentalmente, policiales. A la vez, confiesa que últimamente le atraen mucho las series nórdicas.
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