Los partidos políticos, para preservar su fundamental rol de representación, tienen que interpretar las necesidades profundas de esta nueva sociedad y adaptarse a una comunicación más horizontal.
El desarrollo de Internet ha permitido un avance en las comunicaciones imposible de imaginar por nuestros antepasados. Al volverse accesible y cotidiano, a veces perdemos de vista la magnitud del cambio que significa poder interactuar en tiempo real con una o más personas a cualquier distancia, en ubicaciones remotas del planeta. No solo intercambiar mensajes, también fotos, audios, videos o libros digitales al instante.
Del mismo modo, resulta grandioso tener al alcance de unos pocos clicks un caudal de información que ni en sueños hubieran sospechado reunir los más importantes emperadores o enciclopedistas de la historia. Algo así como poder consultar una diosa Atenea, que dominara el saber y la guerra.
Reconociendo el inmenso campo de oportunidades que estas realidades permiten y muy lejos de caer en un romanticismo anti-tecnológico, nos interesa entrar en el vasto campo de reflexiones que se está desplegando sobre el impacto antropológico, social y político. Si ya existía una aceleración de la historia, la pandemia terminó de forzar el paso a lo digital y lo virtual.
Es paradójico que en esta época de hiperconexión y sobreinformación, la sociedad –no solo occidental sino mundial- atraviese un tiempo marcado por las angustias vinculadas a la soledad, la ansiedad por el consumo y la evasión a través del entretenimiento. ¿Qué factores lo explican? ¿La dificultad del ser humano para la adaptación a la vida estrictamente urbana? ¿la descomposición de la institución familiar? ¿la menor incidencia de la religiosidad en la cultura de los pueblos?
Redes sociales y política
En los últimos quince años han hecho eclosión las redes sociales, que combinadas con la expansión del internet móvil han provocado una modificación sustancial en los hábitos particulares y en las relaciones sociales. Los celulares se convirtieron casi en apéndices del cuerpo humano, generando una dependencia tal que nos empuja peligrosamente a lo patológico.
Existe un cierto consenso entre los especialistas en cuanto que las nuevas tecnologías influyen en la construcción de la agenda pública, aunque en las redes sociales las personas se relacionan de manera más emocional que racional. Se habla de “atención selectiva”, de la creación de “burbujas informativas” y de “polarización afectiva”, potenciados por la utilización de algoritmos que multiplican el efecto y tienden a orientar la conducta del usuario de las redes.
También se señala que las comunidades activas en redes sociales no son representativas del conjunto de la sociedad, en parte por la brecha digital de tipo socio-económica y también etaria, pero también por la libre voluntad de muchos individuos que simplemente no participan. No obstante, algunas redes como Twitter o Facebook son elegidas por los dirigentes políticos, medios de prensa e influyentes formadores de opinión para transmitir ideas, sentimientos y compartir información al público.
En un extenso trabajo académico, Francisco Faig sostiene que las redes imponen un tipo de socialización política nueva que “viene a poner en tela de juicio no solamente cuestiones anecdóticas de comunicación política, sino sobre todo dimensiones fundamentales de la lógica misma de nuestro sistema representativo”. En opinión del autor, en las redes ocurre una sobrerrepresentación de las “minorías intensas”, citando a Giovanni Sartori, y al mismo tiempo “ganó cuerpo la tentación de la utopía de la democracia igualitaria y directa”.
Para Faig, en la democracia liberal moderna se fue consolidando paulatinamente una “civilización del disenso” que fue “modulando y codificando la expresión de tales diferendos en el espacio público” y cuyo mejor ejemplo es el de la “práctica del debate reglamentado y ordenado tan propio de cualquier Parlamento democrático”. Es en ese marco, “los partidos políticos pasaron a cumplir así la importante tarea de limitar el pluralismo a niveles manejables en sociedades densas y complejas que, de otro modo, sucumbirían disueltas en una fragmentación ilimitada”.
Días atrás el expresidente Julio María Sanguinetti manifestó en una entrevista que “las redes sociales han debilitado el sistema de representación política”. Consideró que el ciudadano “vive la falsa ilusión de un debate que es un coro desafinado y contradictorio de mensajes por millones” y que “como consecuencia se ha ido descomprometiendo, siente que no precisa de un partido como no precisa de un sindicato o de una parroquia”.
La pregunta que cabe realizarse es, ¿son las redes sociales las que debilitan el sistema de representación política? ¿O es una situación anterior y más profunda?
Las organizaciones y los partidos
El filósofo austríaco Peter Drucker observó hace ya medio siglo que uno de los principales desafíos radicaba en pasar de la “sociedad de la información” a la “sociedad del conocimiento”. Es decir, a grandes rasgos, de educar a la población para no ser meros instrumentos del mercado sino ciudadanos productivos que tengan una finalidad en la vida.
Siguiendo ese razonamiento, constatamos que las redes sociales no dejan de ser empresas que se guían por el lucro y distan mucho de ser un espacio público y neutral. Al entrar acríticamente en la lógica de las redes, los usuarios pueden caer fácilmente en la instrumentalización.
Paralelamente, las redes sociales son un espacio formidable de participación, de creatividad y libre expresión. Bien utilizadas, con criterio, son una herramienta que permite romper con el cerco que muchas veces impone el mainstream mediático o académico.
Aquí es donde entra en juego la educación y lo que pregonaba José Enrique Rodó sobre el conocimiento de uno mismo, el ejercicio de autocontrol, de cultivar los momentos de introspección y de practicar el disenso en una sociedad plural. También, agregamos, la formación en el uso de las redes sociales, en su lenguaje específico, en el discernimiento de la información y fundamentalmente en saber separar las esferas de lo íntimo, lo privado y lo público.
Por otra parte, en su libro “La sociedad pos-capitalista” (1992), Drucker consideraba que cuanto más trasnacional llegue a ser el mundo, también lo sería más tribal, en busca de raíces o como se diría hoy, de pertenencia a un grupo. “El internacionalismo, el regionalismo y el tribalismo, están creando rápidamente una nueva organización política, una nueva y compleja estructura política, que además no tiene precedentes”, explicaba.
Drucker otorgaba un papel fundamental a las organizaciones. Se refería a la “sociedad de las organizaciones” que permitiera que los saberes sean productivos. De ese modo, les atribuía a aquellas un fuerte poder social en el ejercicio de sus funciones específicas, pero advertía que no debía nunca confundirse con el poder político, con toda su legitimidad. Para el autor, la primera tarea política de la organización política poscapitalista debía ser restaurar la capacidad de funcionamiento del gobierno.
La democracia uruguaya se cimienta en una pluralidad de partidos políticos, apoyados en sólidas corrientes de pensamiento y más actualmente en dos coaliciones multicolores que abarcan con amplitud el espectro ciudadano. Lejos estamos de tener una dialéctica de bloques uniformes y antagónicos.
Sin embargo, es imprescindible atender los nuevos signos de este tiempo y en ello los partidos políticos deben tener la capacidad de adaptarse, utilizando las nuevas plataformas digitales para rendir cuentas e interactuar de manera más horizontal. También para favorecer el surgimiento armónico de organizaciones de la comunidad, sin menoscabar el imprescindible rol de la representación política, consagrado con el voto universal y secreto.
(*) Estas reflexiones fueron pensadas para el Foro “Redes sociales y política, ¿la grieta en Uruguay?”, que organizó la Fundación Konrad Adenauer
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