En la visión de Francois Perroux, el subdesarrollo es producto del dominio que los países industrializados ejercen sobre los países periféricos. El economista francés atribuía esto a la destrucción de los equilibrios y las estructuras existentes durante los procesos de colonización. Esta desarticulación asume diferentes formas, desde deficiencias de comunicación, infraestructuras y transportes hasta la diversidad de etnias y tradiciones. La crisis actual de Chile toca muchos de estos nervios.
El resultado de la desarticulación es la formación de enclaves que, conectados e integrados al mundo, logran prosperar con un mayor grado de apertura económica. Cuanto más abierta la economía, mejor. Pero ese sector dinámico queda inserto en una economía más arcaica, poco integrada regional y globalmente, que no permite a sus habitantes beneficiarse de la expansión del comercio internacional. Con este tipo de topología, un estímulo económico aplicado en los enclaves centrales no se propaga al resto y, si lo hace, a menudo provoca desequilibrios económicos, sociales y humanos. Más de medio siglo después de los escritos de Perroux, Dani Rodrik y otros economistas han recuperado una similar línea argumental, si bien se expresan en una terminología más moderna y más políticamente correcta.
Gigantes como George C. Marshall intentaron crear un mundo más articulado, contribuyendo con know-how y financiamiento a la reconstrucción de las naciones vencidas, las cuales en forma relativamente rápida lograron integrarse a las redes de comercio mundial. Brasil fue un beneficiario de esta nueva arquitectura económica, capitalizando la acertada decisión de Getulio Vargas de fundar una industria siderúrgica nacional, desoyendo las voces que pretendían relegar a los países del Cono Sur al rol de estancias de Londres. Se trata de los mismos que décadas más tarde –Martínez de Hoz e imitadores vernáculos mediante– intentaron extemporáneamente recrear estructuras económicas que solo funcionaron en la época victoriana… y para Inglaterra, claro está. Mientras tanto, Corea del Sur, Taiwan y los “tigres” del Sudeste Asiático seguían su trayectoria de industrialización a ciento ochenta grados de la nuestra, con resultados que están a la vista.
Pero en la década pasada los ciudadanos occidentales empezaron a reaccionar. La crisis financiera global del 2008 dejó en evidencia que la economía no estaba ni al servicio del hombre –utilizando la expresión de Perroux– ni de sus naciones. De golpe quedó nuevamente de manifiesto la gran necesidad antropológica del hombre de contar con aliados y vecinos confiables, por más imperfectos que estos sean. Es así que, en aras de su propia seguridad, Alemania se vio forzada a asistir a los países del Mediterráneo, preservando así a los Escipiones que en un futuro podrían llegar a ser útiles para defender su frontera sur, ante un moderno Aníbal. De golpe y sin avisar, mandaron a casa a la “Troika” que martirizó a Grecia por demasiado tiempo. ¿Vieron que no se habla más de Grecia? ¿Habrá cancelado su deuda externa?
Pero si la elección de Trump actuó como un terremoto político para ese mundo emperejilado, que se hizo espacio a medida que la memoria de los horrores de la guerra fue quedando atrás, la pandemia nos permitió tomar conciencia nuevamente de la importancia del espacio y de la geografía. Con o sin cuarentena, de un mes para el otro quedamos restringidos a movernos por nuestro vecindario, y a lo sumo por nuestro país. Los flujos de comercio transfronterizo se enlentecieron y los costos de transporte se dispararon. De golpe la cercanía volvió a ser un valor. Siendo más seguro y conveniente comprar en el comercio del barrio, en muchos casos descubrimos personas y productos que estaban a pocas cuadras y que ni siquiera sabíamos que existían. Lo mismo pasó con varios destinos turísticos del interior, algunos de ellos ignorados por muchos uruguayos. También empezamos a apreciar un poco más a nuestro sistema mutual de salud, el primero en ponerle el pecho a las balas a la pandemia.
Si la tendencia anterior era hacia el “offshoring” y la “tercerización”, las grandes empresas hoy están hablando de “nearshoring” y de “internalizar” procesos críticos (ver nuestra sección Brújula Económica), intentando crear redes de proveedores más cercanas y más resilientes ante interrupciones repentinas al comercio y producción mundiales. Concretamente, esto está llevando a Estados Unidos a revalorizar a América Latina como sitio de producción de componentes, lo que abre toda una gama de oportunidades a los países de la región. La reciente inauguración de la planta de Ford en Uruguay es un ejemplo de esta tendencia, y nos obliga a reflexionar qué otras oportunidades como esa pueden existir.
Uruguay es fundamentalmente un país agroindustrial y nuestra forma de vida depende de nuestra capacidad de vender alimentos al resto del mundo. Pero la producción de esos alimentos requiere de bienes de capital y tecnologías que en algunos casos –y con los incentivos adecuados-– podrían producirse nacionalmente. Idealmente, podríamos aprovechar tratados existentes con el Mercosur y con México para lograr una mayor integración a sus procesos de producción, los cuales se verán beneficiados si esta tendencia al “nearshoring” de Estados Unidos se consolida. Lo cierto es que no es momento para ignorar una tendencia que nos permitiría redinamizar negocios con socios comerciales históricos como Argentina, Brasil y Estados Unidos.
Hoy día Uruguay se apresta a negociar un TLC con China, nuestro mayor comprador de productos. Bien estudiado y planificado, este tratado nos puede llevar a un nuevo estadio de desarrollo que beneficie a amplios sectores de la economía. Pero debemos cuidar no caer en la trampa de los enclaves, procurando en cambio formar parte de cadenas de valor que nos permitan vender, además de los commodities de siempre, también productos y servicios de mayor valor agregado. Esa es la lección de Getulio Vargas y Oswaldo Aranha, quienes lograron que los norteamericanos transfirieran a Brasil la tecnología siderúrgica que años más tarde posibilitó el desarrollo de una industria automotriz, metalmecánica, aeronáutica y naval de nivel mundial. Hace muchas décadas que Brasil no es más el país del café con leche.
TE PUEDE INTERESAR