La inquietud y el sentido. Filosofía y vida cotidiana. Horacio Bernardo. PAIDÓS. Noviembre 2021. 275 págs. $790.
Un desafío por demás atrayente, recuperar una mirada filosófica ya no en los temas tradicionales sino en un campo habitualmente soslayada: la vida cotidiana. Esa enorme porción de nuestras vidas en la que el tiempo transcurre prácticamente sin ser percibido; donde la conciencia baja el umbral de atención, confiando en la rutina preestablecida y donde todo se “normaliza” y asumiéndose como lo pertinente.
Lo cotidiano desde hace algún tiempo ha sido analizado desde diversas perspectivas. Freud en su “Psicopatología de la vida cotidiana” inició una línea de investigación con herederos en dichas búsquedas, pero ya en otros carriles, como Erving Goffman o Michel Foucault. Los historiadores encontraron una veta fecunda: quizás más que las grandes batallas en la vida cotidiana de una pequeña aldea, habría claves más proficuas para desentrañar un período histórico. Así Ferdinand Braudel, Philippe Aries o, en nuestras tierras, José Pedro Barrán y su equipo, han generado una copiosa producción en este tema.
Pero otro tipo muy distinto de intelectuales también bucearon en este tema. En un inicio, León Trotsky básicamente despreció la temática hasta evaluar que quizás los hipotéticos candidatos a ser adoctrinados ya habían escuchado todos los discursos sobre los grandes temas y continuaban impertérritos. Quizás una aproximación hacia los temas de todos los días de los trabajadores podría ser un campo a ser explorado con fines ideológicos… Pero esos fueron demonios de tiempos casi pretéritos, hoy galopan otros y quizás más insidiosos. La minería de datos, la “Big Data” y el marketing hoy se yerguen como los verdaderos instrumentos del Gran Hermano profetizado en 1984 de Orwell.
Por otro lado, hay una tensión difusa que nos atañe a todos, ser “normal”. “Ser normal es un proceso silencioso de tensiones invisibles. Si decidieses afirmar algo que contradice al sentido común o hicieras algo que es extraño para las costumbres de los demás, es lógico que sientas inquietud porque, de repente, te alejarías del promedio, del patrón de referencia de orientación”.
Queda claro, pues, que lo cotidiano no es en lo más mínimo un tema menor. El gran acierto de Horacio Bernardo es un hallazgo teórico, el darle una impronta filosófica a una lectura de dicho campo. Pero a ese acierto que podría ser un muy buen logro académico (lo ha desarrollado en diversas publicaciones y en estudios en el extranjero) se le suma algo infinitamente más trascendente. Su enfoque ético; su voluntad de comunicar y pluralizar el conocimiento.
La Filosofía, al igual que otros campos del saber, está cada día más confinada a un enfoque exponencialmente especializado. Cada especialista apuesta a saber más de un campo progresivamente más reducido y así garantizar procesos de acumulación del conocimiento. Hay una cierta racionalidad académica, a mayor nivel de especialización, más segura la inserción académica. ¿Pero dónde quedamos los profanos en esta pirámide del saber? Horacio Bernardo apuesta fuerte al ideal rodoniano de compartir saberes; de insuflar en otros las ansias de aprender; de que la Filosofía es un tema demasiado trascendente para que esté en manos de unos pocos. Al leer “La inquietud y el sentido”, una lectura distinta comienza a surgir: es con esfuerzo de este porte que se construye Democracia en sentido pleno. La democracia implica ciudadanos conscientes, cultos, que pueden tomar las riendas de su vida asumiendo derechos y deberes. Solo es posible cuando la cultura no es una mercancía a ser disfrutada por unos pocos, sino un derecho de todos; algo por lo cual luchó Artigas y también Rodó.
En suma, una lectura fascinante y necesaria.
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