Ingeniero de Caminos, matemático, economista, político y dramaturgo, el madrileño José Echegaray y Eizaguirre, fue el primer español en recibir un Premio Nóbel. Haberlo obtenido por su actividad literaria, que era para él casi una afición, provocó malestar entre los escritores de su tiempo. Su polifacética y brillante personalidad, de gran actuación en la segunda mitad del siglo XIX, quedó casi en el olvido en la España de hoy.
Una vida larga y diversa
Nacido en Madrid, pasó su infancia en Murcia, adonde había sido trasladado su padre, que era médico y botánico. Allí cursó todas las etapas de la educación formal y demostró una temprana inclinación por las matemáticas. Volvió a Madrid para estudiar en la Escuela de Caminos, de la que egresó a la edad de veinte años con las mejores calificaciones de su promoción y el título de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, profesión que ejerció dirigiendo importantes obras en varios lugares de España. También, como ingeniero, tenía ideas muy claras de cómo planificar las obras públicas, con una apuesta decidida por el ferrocarril (en un contexto de tráfico que lo justificara), y también promovió en España el uso del hormigón armado.
Su estudio de las matemáticas no decayó a pesar de su intensa actividad profesional, que le llevó incluso a posiciones de mucha responsabilidad. A los 32 años fue elegido miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, en cuyo ingreso pronunció un discurso que resultó polémico, ya que defendía la importancia de la ciencia, sin que esté sujeta a fines estrictamente utilitarios.
Años más tarde ocupó la presidencia de la Sociedad Matemática Española y escribió numerosas obras que significaron un aporte al desarrollo de las matemáticas, tales como “Cálculo de variaciones” (1868), “Memoria sobre la teoría de los determinantes” (1868), “Aplicación de los determinantes” (1869), “Teoría matemática de la luz” (1871), “Resolución de ecuaciones y teoría de Galois” (1897 y 1892), y muchas otras, también sobre temas de física e ingeniería, al punto que en nuestros días se considera más interesante su faceta de científico e ingeniero que la de literato. Su prestigio como matemático ha merecido que el célebre Julio Rey Pastor dijera que con José Echegaray “había empezado la matemática española”.
Ya al final de su vida, por iniciativa de Lázaro Galdiano, escribe sus memorias, donde en forma ágil y casi humorística relata sus vivencias, también como político, en un período histórico muy interesante, pleno de sucesos singulares en muchos de los cuales el propio Echegaray fue protagonista. Las personalidades con las que tuvo trato, sus viajes, lo vivido en sus años de docente y su experiencia en altos cargos de gobierno en los que tuvo que promover leyes de importancia relativas a las obras públicas, conforman un relato ameno y sustancioso.
Su faceta literaria
No deja de ser asombroso que, en medio de tan intensa actividad profesional y política, a la que se sumaba una fructífera labor en el campo de las ciencias puras, José Echegaray haya tenido tiempo de escribir más de 60 obras de teatro.
Se inició con la comedia en un acto “El libro talonario”, estrenada bajo seudónimo, ya que su autor ocupaba en ese entonces el Ministerio de Hacienda. A esta obra siguieron muchas más, de corte típicamente romántico, casi todas escritas en verso, que se continuaron con otras de una temática más social.
Las obras tenían gran aceptación del público, aunque también recibían duras críticas por parte de algunos autores españoles. El prestigio de Echegaray como dramaturgo fue capaz de consolidarse en varios países europeos, donde sus piezas teatrales fueron traducidas y representadas. Figuras de tanto peso como Bernard Shaw y Luiggi Pirandello ponderaron la obra de Echegaray, quien tampoco estaba demasiado pendiente de los juicios acerca de lo que era para él casi un pasatiempo al que se había aficionado desde muy joven.
En el año 1896 José Echegaray fue elegido miembro de la Real Academia Española.
El premio de la discordia
En el año 1904 José Echegaray recibe el Premio Nóbel de Literatura, compartido con el poeta provenzal Frédérick Mistral. El premio le fue otorgado “en consideración a su rica e inspirada producción dramática que, de una manera independiente y original, ha revivido las grandes tradiciones y las glorias antiguas del drama español”.
La noticia provocó el rechazo de un grupo de escritores españoles, muchos pertenecientes a la generación del 98, entre los que estaban Azorín, Pío Baroja, Unamuno, los hermanos Machado y Valle Inclán, quienes firmaron un manifiesto dejando en claro que no apoyarían el homenaje a José Echegaray que se estaba programando en Madrid. A pesar de la oposición de sus colegas, el homenaje se llevó a cabo presidido por el rey Alfonso XIII y al día siguiente hubo una manifestación popular que recorrió las calles desde Plaza de Oriente hasta la Biblioteca Nacional en apoyo a Echegaray.
De todos los que sintieron como una afrenta el premio recibido, el que guardó menos las formas fue Valle Inclán, que llamó al galardonado “viejo idiota”. Azorín, sin embargo, un tiempo antes había reconocido ciertos valores al premiado, escribiendo que “en su obra hay rasgos y tipos que revelan una concepción grande de la vida, su teatro ha servido de enlace entre el Romanticismo y las modernas tendencias, más serenas y delicadas”.
Cabe la reflexión que no todos los que recibieron el Nóbel ocupan un lugar destacado en la historia de la literatura, sin olvidar la típica envidia española, de la que ni Juan Ramón Jiménez se salvó, cuando se dijo en un diario madrileño que hubiera sido mejor darle el premio al burro Platero.
*Columnista especial para La Mañana desde Madrid
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