El movimiento “woke” (de los que “se despertaron” o “despiertos”) fue vertiginoso tras el 20 de enero de 2021, cuando la izquierda pasó a controlar las dos cámaras del Congreso. Joe Biden fue reclutado como el barniz necesario de normalidad demócrata de los años ochenta para hacer pasar la agenda de la izquierda dura. Todas las principales instituciones culturales, financieras, económicas, del mundo del espectáculo y de los medios de comunicación habían jugado varios roles para ver a Donald Trump no fuera simplemente derrotado, sino también impugnado dos veces. Tras los disturbios del 6 de enero en el Capitolio, se le descartó como persona non grata. Así pues, el mundo académico, los directorios de las empresas, Hollywood, los medios de comunicación, el Pentágono, el deporte profesional, Silicon Valley y Wall Street se subieron de forma casi histérica al tren del movimiento “woke”. Todos se jactan ahora de haber identificado la “rabia blanca” (white rage) y de haber contratado a legiones de zares de la “diversidad, la equidad y la inclusión”. La “delincuencia” debía verse ahora principalmente como una construcción creada por la élite para proteger sus propios privilegios, prerrogativas y propiedades. Los robos en las tiendas, los saqueos y el pandillaje callejero formarían, para estos zares, parte de la vida normal de una ciudad. Los guerreros de la justicia social podrían sustituir a la policía desfinanciada. Desaparecerían la mayoría de las fianzas, los encarcelamientos, las penas de prisión obligatorias, las políticas de detención y cacheo y las políticas disuasorias de las ventanas rotas. Las agendas verdes transformarían radicalmente a Estados Unidos para poner fin inmediatamente al “cambio climático” provocado por el hombre. Se cancelaron muchos permisos de explotación de petróleo y gas o se aumentaron enormemente sus tarifas. Se detuvieron los oleoductos. Se advirtió a las compañías de gas y petróleo que todo, desde la falta de financiación hasta las nuevas regulaciones, las dejaría pronto fuera del negocio. La edad de oro de la energía eólica y las baterías ya estaba encima. Los defensores de la teoría monetaria moderna aseguraban que la impresión de dinero “distribuía riqueza”, devaluando el dinero de los capitalistas que no lo merecían y que tenían demasiado, y poniéndolo en manos de los necesitados que injustamente tenían demasiado poco. En la medida en que la inflación apareciera, sería algo bueno: un signo de una clase consumidora robusta y recién empoderada a la que se le había negado la “equidad” durante demasiado tiempo. El COVID estaba prácticamente terminado. Joe Biden nos aseguró que Trump había matado a más de 350.000 estadounidenses con sus políticas laxas.
Mientras que el movimiento “woke” aterrorizaba a los viejos demócratas liberales, llevándolos a esconderse, toda la vieja sabiduría sobre la naturaleza humana se desvaneció. Olvídense de que los criminales dañan más a los pobres. Descarten la pintoresca idea de Martin Luther King, Jr. de que nuestro carácter, y no nuestro color, determina quiénes somos. Ignoren la idea anticuada de que la inflación se come los salarios de la clase trabajadora. Siempre podremos reanudar las cuarentenas, los cierres y las clausuras que hicieron que Amazon, Target, Walmart y otros conglomerados obtuvieran cientos de miles de millones de ganancias, mientras las pequeñas empresas familiares se arruinaban. Entonces, ¿qué ha descubierto el pueblo a 10 meses de que los Woke consiguieran sus deseos? Las encuestas revelan que a los votantes no les agradan en absoluto las fronteras abiertas. Desaprueban la inmigración ilegal tanto como apoyan a los inmigrantes legales. Les preocupa la delincuencia y las drogas. No quieren que los que no han sido examinados ni vacunados atraviesen su frontera abierta. La gente quiere gasolina más barata, no más cara. Prefieren la autosuficiencia energética estadounidense. ¿Por qué, con la gorra en la mano, ir a mendigar a Arabia Saudita y Rusia para que extraigan más del supuestamente satánico petróleo? Al pueblo le gusta la policía y odia el crimen. Incluso los ricos entre los “woke” están ahora asustados, algunos de los cuales sembraron el viento de la despenalización y están cosechando para ellos mismos el vendaval del crimen.
A la mayoría de los votantes les importa menos nuestro color, y mucho más nuestro carácter. Creen que es la meritocracia, y no las cuotas o el chovinismo tribal, lo que explica el excepcional nivel de vida estadounidense. Desprecian la inflación tanto como la recesión, y temen que pronto puedan sufrir ambas. A los amantes de la libertad no les gusta la cultura de la cancelación, del ostracismo, de la iconoclasia, de la trotskización y de los comisarios. Prefieren la libertad de expresión. Guardan como un tesoro la Carta de Derechos. Así que, en solo 10 meses, la izquierda consiguió lo que quería. Y la gente no solo está harta de lo que ha seguido, sino asqueada. Están aterrorizados de que la izquierda no solo esté fracasando, sino que también esté arruinando el país y a ellos junto con él.
Victor Davis Hanson, en American Greatness. Hanson es un Senior Fellow de la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, historiador militar, profesor de estudios clásicos y estudioso de la guerra en el mundo antiguo. Hanson es también agricultor (cultiva pasas de uva en una granja familiar que mantiene por tres generaciones en Selma, California). Su último libro, The Dying Citizen, explica las fuerzas que llevaron a la actual crisis política, moral y económica.
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