Albertoni tiene un máster en Economía por la Universidad del Sur de California y es profesor de la Universidad Católica. Hoy es una de las principales voces consultadas al momento de pensar en el diseño de una estrategia de inserción internacional que contribuya con el desarrollo del país. Recientemente coordinó la producción del libro “Diálogos para un Uruguay Global” publicado por el Centro de Estudios para el Desarrollo, sobre el cual conversó con La Mañana.
¿Qué los motivó a hacer este libro?
El objetivo fue reunir en un documento la visión de diferentes actores vinculados de una forma u otra a la inserción del país. Habitualmente, escuchamos muchas de estas voces en diversos medios, pero casi siempre de manera aislada, o sucede que, cuando se habla de ellas, se generalizan los consensos; se dice: “tal industria está de acuerdo” o “en desacuerdo”, pero pocas veces se ve en detalle el tipo de “consenso” del que hablamos. Entonces, lo que buscamos con este trabajo fue acercarnos a esos referentes que tienen algún punto de contacto con la temática o que aportan de distintas formas al proceso decisorio. La idea principal fue reunir a esos actores de interés y estructurar sus preferencias.
¿Cuáles son las principales conclusiones que se desprenden del libro?
En términos generales, vemos tres grandes dimensiones del debate. En primer lugar, la mayoría de los actores son afines a buscar una apertura proactiva, al percibir que estamos en un momento clave, ya sea de contexto internacional, regional o incluso nacional, para generar un paso importante en la inserción internacional. Por tanto, esta visión mayoritaria que notamos en el estudio, percibe que, sin dar grandes portazos al Mercosur, es hora de “tomar riesgo” en este tema y avanzar en lo que no se ha avanzado en los últimos años. El 80% de los que entrevistamos para este proyecto expresan esta visión. Cabe aclarar que la cifra no tiene validez estadística; hicimos el llamado lo más abierto posible y algunos se sumaron y otros no.
Otra dimensión dentro de los entrevistados, que diría que son un 15%, la titulamos “apertura mesurada”. Se trata de actores económicos y académicos que entienden que este es un debate importante y que es necesario dar pasos significativos, pero que no se puede perder de vista que el Mercosur sigue siendo clave como mercado. Y son más mesurados en esa lógica que te decía anterior de tomar riesgos importantes.
La tercera dimensión es la de consolidación regional, es decir, ellos consideran que no es momento de dar grandes pasos en materia de inserción. Son la minoría, un 5% de los que participaron de la investigación, quienes señalan que es importante fortalecer primero los lazos regionales.
¿Cómo estos últimos justifican que no es momento de avanzar en materia de inserción internacional?
Argumentan que se necesita resolver temas internos de competitividad antes de salir hacia afuera.
Por otro lado, hay un elemento nuevo en la investigación, que es que en este debate hay grises, o sea, esto no es “blanco o negro”. ¿Qué quiero decir? Que esto no es Mercosur versus no Mercosur, apertura versus proteccionismo; en esta discusión hay grises que pueden transitar de un lado hacia otro. Naturalmente, vemos que hay una gran mayoría tendiendo hacia una apertura proactiva, pero queda claro que el actor económico, académico y empresarial percibe que estamos ante un cambio de época en materia de inserción del país, a diferencia de lo que observamos en los últimos años. Estamos transitando hacia un cambio basado en una mayor apertura que es, justamente, hacia donde hoy camina el gobierno.
¿El Mercosur sigue estando en el centro del debate?
Eso es algo interesante. Más allá de los que plantean una mayor apertura o una apertura proactiva, el debate general sigue bastante anclado en el Mercosur. Esto es algo lógico, porque incluso los que dicen que tenemos que abrirnos y tomar riesgos saben que tarde o temprano el debate en torno al Mercosur tendrá que estar sobre la mesa. Ahí hay una inteligencia del actor económico de decir: “este capítulo en algún momento va a haber que cerrarlo”, porque Brasil y Argentina no dejan de estar en esta conversación, son importantes.
Y cuando hacemos análisis de texto acerca de cuáles son las palabras que más se repiten –en el documento-, una de las palabras más persistentes en todos los actores es “Mercosur”, lo cual quiere decir, de alguna manera, que este sigue siendo en gran medida el eje del debate.
En la presentación del libro, usted decía que nadie discute la importancia del Mercosur como mercado, pero que hay un consenso en la necesidad de ir a una mayor apertura al momento de considerarlo como la única plataforma institucional. ¿Qué rol debería jugar el bloque en este sentido? ¿Es una buena señal el pedido de flexibilización por parte del gobierno?
Si hay una madurez en este debate, tratando de salir de los blancos o negros, del “Mercosur sí o no”, es entender la distinción entre Mercosur como mercado y Mercosur como plataforma institucional. Nadie niega que hasta por un tema regional y logístico, los dos mercados que tenemos a nuestros márgenes son relevantes, pero lo que se empieza a distinguir es que esa importancia y respeto que tengamos hacia el Mercosur como mercado, no nos puede implicar un anclaje en un Mercosur con una lógica institucional que el mundo ya demostró que no fue hacia ahí.
Hoy hay más de 300 acuerdos comerciales en el marco de la OMC (Organización Mundial del Comercio), pero solo el 10% son de integración profunda, por ejemplo, uniones aduaneras; mientras que el 90% son zonas de libre comercio, o sea, mecanismos flexibles de integración. Y acá surge el elemento central para el debate: respetar al Mercosur como mercado no debería implicar anclarnos en él como plataforma institucional para nuestra inserción.
¿En qué medida esa madurez del debate está relacionada con el discurso del gobierno, que apunta a una mayor apertura?
Está muy vinculada porque, justamente, esa madurez del debate que busca salir de los “blancos y negros”, se genera cuando hay espacios como el que tenemos hoy, de un gobierno que está planteando una visión de apertura concreta. Acá es clave la economía política de estos temas, esto es, cuando los actores políticos, económicos, interactúan con una lógica de mercado, algunos ofreciendo, otros demandando cosas.
Lo bueno de un debate específico sobre un acuerdo concreto es que hace mucho más sincera la economía política del comercio. En este caso, lo concreto es que China está conversando con el gobierno para generar un acuerdo. Es así que el actor económico se vuelve mucho más transparente en su argumentación, porque este contexto produce un sinceramiento; eso es lo que vemos en este tipo de estudios.
¿Cuál es la postura de los participantes del estudio en lo que concierne a la importancia de “sincerar” el Mercosur?
Los actores entrevistados, en su mayoría, ven la necesidad de un sinceramiento del bloque, pero también perciben que va a ser muy difícil hacerlo en el corto plazo. Por eso, además de lo que observamos como un respaldo, en gran medida, a los caminos que se están tomando de apertura, hay una cosa interesante, que es como un valor agregado: el planteo de que ese camino de apertura no necesariamente debe ir por una agenda tradicional de negociación, sino que se pueden abrir las puertas con una agenda no tradicional, por ejemplo, de lo que va más allá de los bienes. Me refiero a todo el aspecto de servicios, cooperación, comercio electrónico, medio ambiente. Eso podría ser una excusa para Uruguay, sin enfrentarse de forma inmediata a los socios del bloque, para empezar un camino de apertura que vaya hacia un país como el nuestro en términos de servicios o políticas medioambientales, donde nadie tenga cosas para reclamarnos; eso podría ayudar mucho.
Con respecto a esa necesidad de apertura comercial que tiene Uruguay y en la que los analistas suelen coincidir, ¿cuáles son los principales desafíos para el país?
El primer desafío que teníamos era comenzar formalmente esta discusión, que ya está en marcha. Estamos ante un gobierno que dice: “tenemos un objetivo concreto para poner este debate seriamente sobre la mesa”, y ya hay un elemento ganado en este proceso de apertura, por lo que te decía, porque se plantea una conversación más madura en la argumentación, más seria, no basada en bandos “a favor” o “en contra” de la apertura.
Después, el segundo paso va a ser pasar a la concreción de estas cosas, pero hay un dicho en diplomacia que en política exterior no importa solo lo que los gobiernos quieran hacer, sino también lo que el mundo permita. Y en un país como el nuestro, esto cuenta. Lo bueno es que hoy tenemos un gobierno que quiere hacer todo lo posible para que eso suceda.
Hay otro elemento, un aspecto más filosófico de este debate, que lo percibimos en el análisis de estos actores con cierta influencia en el tema, que es una dicotomía interesante: algunos insisten en que debemos ser más competitivos para salir al mundo, mientras que otros se afilian a que debemos salir al mundo para ser más competitivos.
¿Por cuál de las dos posiciones se inclina usted como especialista en estos temas, y por qué?
Naturalmente, por la segunda. La apertura internacional potencia la competitividad de un país. ¿Por qué? Porque expone sus fortalezas y debilidades. De aquí que habla muy bien de los gobiernos que se quieran abrir, porque eso produce elementos de exposición. Eso hace que, tras la apertura, el actor económico, la empresa, pueda tener más evidencia para decirle, llegado el caso, a un gobierno: “mire, si nos vamos a abrir con tal mercado, estos son los números hoy y yo no podría llegar a competir” –estoy hablando de determinado sector vulnerable–. Sin que existan casos concretos de aperturas, no hay con qué compararnos.
Entonces, hay que generar ese camino de apertura. Esto es como correr solo, puedo llegar a mis marcas, pero otra cosa es luego correr la maratón, compararme con el resto. Por tanto, si bien como país se necesita generar reformas –es decir, mejorar nuestra propia marca a nivel nacional–, también es hora –y vaya si la globalización hoy abre estas oportunidades– de empezar a compararnos realmente en una carrera concreta. En resumen, considero que la apertura al mundo nos generará más competitividad porque hace más evidentes los desafíos que tenemos por delante para competir en un mundo complejo e interdependiente.
A nivel mundial se multiplican los acuerdos de libre comercio, pero al mismo tiempo hay un incremento de las medidas proteccionistas. ¿Qué perjuicios genera esto globalmente y cómo puede afectar a un país como Uruguay?
Es verdad, las dinámicas del comercio han cambiado, estamos en un mundo mucho más interconectado e interdependiente mediante dos variables: acuerdos de libre comercio y cadenas globales de valor. O sea, hoy, los países, en términos generales, dependen mucho más entre sí que antes, por eso la forma en que se diseña la política internacional ha cambiado –se mide más antes de actuar–.
También vivimos tiempos de grandes incertidumbres y de recesión, como la ocurrida durante la crisis pandémica que vivimos a nivel mundial. Todo esto hace que los países tengan más incentivos a proteger sus mercados domésticos. Es bastante entendible entonces que en el “subconsciente” del hacedor de política pública, en estos momentos, los que tienen matrices industriales fuertes, tiendan a proteger sus mercados internos.
Desde el 90 se ha expandido exponencialmente esa interdependencia comercial. Uno ve que en los 90 había unos escasos 40 acuerdos comerciales, y hoy tenemos más de 300; eso ha crecido en los últimos años. ¿Por qué se generó en ese entonces? Porque se empezó a crear la institucionalidad del multilateralismo, la OMC, y comenzaron a verse los resultados institucionales del mundo posguerra. Desde ahí tuvimos solo dos recesiones importantes: la del 90, que justamente agarraba al mundo recién empezando a interconectarse, y después la del 2009.
Entonces, una pregunta válida –de hecho, esa ha sido mi pregunta de investigación en los últimos años- es cómo responden al proteccionismo los países en un mundo cada vez más interconectado e interdependiente. La evidencia muestra que, si mañana un país A tiene que proteger contra un país B, y a su vez tienen un acuerdo, las medidas que el país A va a poner contra el país B, tinden a ser menos perceptibles –medidas no arancelarias en su gran mayoría-. El mundo se está refugiando cada vez más en medidas no arancelarias, mejor dicho, menos transparentes, y esto es una señal importante para un país como el nuestro en este contexto.
¿Por qué lo dice?
Porque en un mundo que tiende a proteger un poco más y de forma más difusa, no tener un marco normativo que nos posibilite salir a tocar puertas cuando el protecciomismo crece, se nos hace muy difícil. Mañana esos países, A y B, tienen ese acuerdo, y por lo menos tienen un marco para conversar, pero al no tener acuerdos, es complicado. ¿Cómo voy a tocar puertas si yo no tengo nada que mi contraparte se comprometa a no proteger contra mí? Entonces, es clave ser parte de estas conversaciones para, justamente, en el futuro por lo menos tener un salvavida de reclamo para un mundo un tanto más proteccionista.
La apertura al mundo “compensa” las vulnerabilidades
De acuerdo con el especialista, es “fundamental” que Uruguay acceda a nuevos mercados, así como seguir avanzando en la conversación con China. “A veces se escucha hablar de ganadores y perdedores, cuando en realidad, muchos de los que se ponen en la bolsa de los perdedores son sectores que lo que van a tener que hacer es competir, pero competir no es sinónimo de perder”, argumentó.
De todas maneras, admitió que, si el agro obtiene mayores accesos a mercados, será un claro beneficiado, al tiempo que habrá rubros expuestos a la competencia que van a tener un incentivo para mejorar, invertir, innovar y crecer. Inclusive, señaló que hay experiencias que muestran que algunos de estos sectores se terminan asociando a empresas internacionales para generar un mayor dinamismo y potenciarse.
También es cierto que va a haber sectores vulnerables, según Albertoni, quien ejemplificó que no se puede poner a los textiles uruguayos a competir de igual a igual con los textiles chinos. En ese caso, planteó la posibilidad de que sean considerados como excepciones, sobre todo, por tratarse de mercados grandes como son los asiáticos.
Este el tipo de debate que el analista entiende que se debe dar hoy. “Los pasos que da el gobierno motivan a hacerlo, no así el razonamiento de ‘va a haber perdedores, por eso no nos abrimos’, como se decía antes –como pasó con el TISA, por ejemplo-”, comentó. Por el contrario, destacó la importancia de sincerar, transparentar y encontrar herramientas para que las ganancias generales del comercio puedan compensar las potenciales vulnerabilidades que esto genera. “Está firme y sellado que la apertura, al final del día, siempre va a compensar de alguna forma, cuando es medida, planeada y estratégica, las potenciales vulnerabilidades que todo proceso de política pública pueda conllevar. No existen países que hayan basado su desarrollo en el encierro comercial”, enfatizó.
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