A fines de diciembre de 2019 publicábamos en estas páginas de La Mañana un “Balance del año“, con algunas reflexiones sobre la sociedad en el mundo contemporáneo y la realidad uruguaya. Hay que ponerse en ese contexto: todavía no existía una pandemia y estábamos en pleno proceso de transición del gobierno nacional.
Resaltábamos en aquel momento que la sociedad está inmersa en “la era de la hiperconexión”, por el uso de las tecnologías de la información y la comunicación, el internet, las redes sociales y los servicios de mensajería instantánea. Jamás podíamos imaginar que estábamos a punto de ingresar en un salto cualitativo en la aceleración de ese proceso, obligado por la insólita circunstancia que se avecinaría del distanciamiento social, llegando a niveles de confinamiento, y provocando el cierre de oficinas, escuelas y hasta la separación física de las familias.
La explosión en el uso del zoom, de las videoconferencias o las clases virtuales, de la atención médica a distancia, significan un impacto muy grande. Ni que hablar la normalización del teletrabajo y todas las repercusiones que esto va a generar a futuro en varias dimensiones, en lo económico y en lo biopsicosocial.
En la columna de 2019, subrayábamos la importancia de trabajar en el “criterio”, es decir, en la “norma para conocer la verdad” frente al bombardeo de datos, más que de información o mucho menos de conocimientos. En este sentido, el papel de los medios de prensa adquiere un rol fundamental, sobre todo en mostrar la realidad tal cual es. Las interpretaciones van por otro carril y por supuesto son válidas y necesarias. Pero lamentablemente en los últimos tiempos asistimos a un periodismo internacional que parece más preocupado en poner etiquetas que en describir adecuadamente el mundo que le rodea, un mundo heterogéneo y lleno de matices.
La tentación totalitaria que busca anular las diferencias sigue muy presente y se nutre del relativismo moral y las fragilidades de la democracia en varias partes del mundo. Hacíamos hace dos años un racconto de las innumerables protestas que fueron noticia en el mundo, de los “chalecos amarillos” en Francia, la movilización “reguetonera” en Puerto Rico, los paros prolongados en Ecuador, Colombia y Costa Rica, el estallido en Chile, así como en Líbano, Cataluña, Argelia, Bolivia, Haití, Honduras, Hong Kong, Irak, Irán e India.
Mencionábamos en aquella columna, que un siglo antes, en enero de 1919 se fundaba la Sociedad de las Naciones (antecedente de las Organización de las Naciones Unidas) y al poco tiempo, en abril del mismo año, se creó la Organización Internacional del Trabajo. La paz y el trabajo surgían entonces como las dos prioridades fundamentales. Pero el protagonismo principal lo tuvo en todo este tiempo desde la aparición del coronavirus la Organización Mundial de la Salud (OMS), fundada en 1948, y que tuvo un rol preponderante, a pesar de las críticas o de fracasos como el del sistema Covax para las vacunas.
No obstante, reiteramos aquellas consideraciones que siguen siendo válidas en este nuevo panorama. “La escala de los problemas en la globalización exige respuestas que sean precisamente regionales y globales. Sin embargo, para generar las condiciones de paz y justicia imprescindibles para la convivencia y el desarrollo, es necesario volver sobre la Nación y el Trabajo. Un volver renovado. Lo nacional como parte de lo universal, en procesos crecientes de cooperación y unidad regional”.
La realidad uruguaya
Otro capítulo merece el análisis sobre la realidad uruguaya. A fines de 2019 todavía estaba fresco el recuerdo de las elecciones y de la victoria de la nueva coalición multicolor en el balotaje de noviembre. Ya con el Compromiso por el País, el proyecto de la LUC era apenas un borrador. De ese borrador, surgió una fructífera discusión el Parlamento, logrando muchas modificaciones que mejoraron el proyecto original, incorporando la riqueza de los aportes de los partidos que integran la coalición republicana.
Señalábamos hace dos años sobre el “cimbronazo” que generó el surgimiento de Cabildo Abierto. “A partir del artiguismo y lejos de sostener un discurso antipolítico o antisistema, procuró en todo momento animar a repensar la participación de los más desfavorecidos en la cosa pública, desde lo propositivo. Su conducta quedó plasmada durante todo el periodo electoral y al asumir el compromiso con la coalición multicolor”, rescataba la columna.
Y se puntualizaba: “desde luego que Cabildo Abierto tendrá que aprender a incorporarse a una tradición parlamentaria y de gobierno, y seguramente cometerá errores en el transcurso de aquello. Tendrá la importante responsabilidad de no defraudar a mucha gente que confió su respaldo a este nuevo partido, aunque no podrá contentar a todos y por eso mismo tiene que medir las expectativas que genera”. “Pero del mismo modo, los otros partidos y el conjunto de la sociedad tienen que interpretar adecuadamente cuáles son las demandas y las virtudes que trae consigo este movimiento político. En un país relativamente homogéneo y con apenas tres millones y medio de personas no hay lugar para radicalismos”, agregábamos.
El inicio mismo de la pandemia pudo arrastrar a Uruguay al radicalismo de caer en una cuarentena obligatoria. Primó el sentido común y el análisis de la realidad de las circunstancias propias y se siguió la línea de la “libertad responsable”. Por otra parte, y si bien los objetivos sanitarios pasaron a ser prioritarios, no caer en la dicotomía entre salud y economía fue fundamental, sobre todo en la insistente prédica en defensa de las pymes y del trabajo nacional.
En el cierre de un nuevo año, sin pensar en aventurarnos en lo que puede venir, siempre es oportuno reafirmar aquellos principios que dan coherencia a un movimiento histórico y que lo hacen perdurar en el tiempo. La nación, el trabajo, la libertad y la dignidad, que se ponen a prueba en cada tiempo, frente a las nuevas circunstancias que se avecinan.
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