Dentro de tres días todos estaremos festejando, de una manera u otra, el advenimiento de un nuevo año. Un ritual que nuestro país siempre le otorgó particular relevancia. En esta oportunidad si bien hay que seguir manteniendo las precauciones frente a las nuevas mutaciones del maldito virus, lo haremos convencidos que ya hemos atravesado lo peor de la pandemia. Y sin cantar victoria, no podemos dejar de reservarle un espacio de relevancia en los festejos, a la forma que hemos sobrellevado esta pesadilla, ya sea por parte de la población ya sea de las autoridades de la salud y del gobierno.
A la algarabía que siempre acompaña a esta fecha, le tenemos que reclamar un lugarcito para la reflexión.
“El objeto del Año Nuevo no es que tengamos un nuevo año. Es que tengamos un alma nueva y una nueva nariz; nuevos pies, una nueva columna vertebral, nuevas orejas y ojos nuevos. A menos que un hombre en particular haya hecho resoluciones para el Año Nuevo, no haría resoluciones. A menos que un hombre comience desde cero, sin duda no hará nada significativo”, comentaba Gilbert K. Chesterton.
Y su contemporáneo Henry Bergson ponía en tela de juicio la forma habitual de concebir el tiempo como una sucesión de instantes de la misma duración, basada en el movimiento de las agujas del reloj, lo cual es el fruto de una operación del intelecto humano, que lo concibe como un cuerpo físico y lo divide en segmentos iguales. Y agregaba el profundo filósofo: “Fuera de mí, en el espacio, solo hay posición de las agujas, porque no queda nada de las posiciones pasadas…”.
No es con ánimo de restarle importancia a la ilusión que genera esta fecha, que el año anterior pasó casi desapercibida, sino para adicionarle valor.
Venimos de festejar la Navidad y volver a contemplar este misterio de más de 2000 años que convirtió a dos padres primerizos José, “el hombre de la fe”, María, “la feliz por haber creído”, que con su fortaleza de hombre y mujer creyentes, y acompañada por una gran ternura, hacen posible, en un lugar imposible que la vida nazca. Ellos hacen que una mala noche para nacer se haya convertido en Noche Buena. Esa mala noche convertida en noche buena la hicieron buena San José y Santa María, por su firmeza, por su fortaleza y por su amor. Y entonces ellos son figuras inspiradoras para nosotros, que en el pesebre de nuestras vidas, de nuestras biografías sociales, políticas, personales, también estamos asediados por todo lo que de vulnerabilidad tenga nuestra vida. Cada uno tiene desde su propia experiencia muchos motivos para sentirse vulnerable en las actuales circunstancias. Problemas económicos, laborales, problemas de salud, de ancianidad, de niñez y adolescencias en riesgo…
San Agustín vivió a finales del siglo IV, principios del siglo V contemporáneo a la caída del Imperio Romano de Occidente, la invasión de los bárbaros, los godos, los visigodos, los hunos. Ya estaba tomada la Galia, la Hispania, Italia. En el año 410 fue asediada, tomada y saqueada la ciudad de Roma, el norte de África, Cartago había caído también en manos de los bárbaros. Agustín es obispo en Hipona, al norte de África, en esos tiempos tremendos de cambios, de derrotas, de muertes, de exilios, de saqueos, de cambio cultural, y en ese contexto habla Agustín a sus fieles en el sermón número 80 de tantos que tiene.
Dice Agustín: “Dicen que los tiempos son malos, difíciles. Vivamos bien los tiempos y ellos se volverán buenos. Nosotros somos los tiempos. Los tiempos son lo que somos nosotros”.
Estos dos años de pandemia no solamente han significado una gran derrota emocional anímica de mucha gente, sino también les ha llevado puesta la fe. Y entonces para nosotros vivir los malos tiempos como buenos tiempos solo es posible a partir de un protagonismo personal. Y allí está entonces la otra alternativa de vivir un tiempo duro, un tiempo difícil, que es vivirlo como protagonista.
Que lo que sea que nos depare el nuevo año que comienza seamos protagonistas de cambiar los tiempos malos y puedan convertirse para nosotros, hombres y mujeres de fe, en tiempos buenos. Le deseamos a cada uno de quienes nos han acompañado en este renacer de La Mañana, ¡un feliz Año Nuevo con fe y esperanza!
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