En nuestro tiempo, el vacío existencial y la falta de sentido de la vida, llevan con frecuencia perder el sentido de la Navidad y de otras fiestas religiosas. La pérdida, el olvido o el rechazo del Absoluto verdadero, llevan a sustituir su sentido profundo, con “placebos” que se saben falsos, pero que provocan alivios pasajeros. Uno de ellos, es el consumismo.
La tendencia del hombre a tener cosas, es natural; pero si se sobrepasan determinados límites, se cae en la avaricia, del mismo modo que si se come de más, se cae en la gula. ¿Dónde está el límite? Si bien para un tercero es difícil de determinar, cuando las personas están rectamente formadas, saben encontrarlo. Y procuran conformarse con un poco menos…
El consumismo en nuestra sociedad, depende de dos factores: la ambición personal de tener cosas o experiencias -viajar, asistir a espectáculos, etc.-, y el “mercado”, que naturalmente, hace todo lo posible por estimular el consumo de cosas o experiencias innecesarias, superfluas.
Pero… -me dirán-, ¿acaso la gente no tiene derecho a comprar lo que quiera y a viajar a donde quiera? ¿Cómo podrían vivir el comercio, la industria y los servicios si la gente no compra y no viaja? En principio es cierto, pero a nuestro juicio, el problema del consumismo actual, es que se ha perdido “la cultura del ahorro” previo. El “mercado”, estimula el disfrute inmediato que otorga la compra a plazos, con tarjeta de crédito o con el “crédito de la casa”. Y muchas veces, con propaganda poco clara, que en ocasiones hace pensar a los clientes que, o bien se otorgan préstamos sin intereses, o que los mismos son muy fáciles de pagar. Hoy la norma, es conseguir dinero ya, comprar ahora y pagar después.
La experiencia de quienes se comprometen con créditos y préstamos, suele ser nefasta. Empiezan por sacar una tarjeta de crédito, y embarullados por la propaganda, asumen gastos que luego, no pueden pagar con tanta facilidad como pensaban. Al cabo de un tiempo empiezan los retrasos, y luego se arma la famosa “bola de nieve”: deudas cada vez más grandes que se lo llevan todo a su paso y pueden provocar stress, problemas familiares, reducción del patrimonio, desesperación, ludopatía, alcoholismo, drogas, etc.
¿Es el mercado el culpable? Si y no. Si, porque es el mercado el que muchas veces diseña su propaganda para seducir con sus “facilidades” a personas a veces ignorantes, a veces ingenuas, de que es muy sencillo obtener satisfacciones ya, “sin dinero”. Por lo general, una vez probado el dulce, algunas personas cometen el error de no esperar a culminar los pagos de una compra –un viaje, un automóvil, etc.- para sacar otro préstamo o pegar otro “tarjetazo”. El resultado obvio es que los préstamos se acumulan y al poco tiempo, se dan cuenta que no pueden pagarlos, aun manteniendo un trabajo razonablemente estable.
Ciertamente, el mercado no es culpable en el sentido de que cada uno es libre de tomar sus propias decisiones. Sin embargo, la creación de una “cultura del consumo”, que reiteramos, ha desterrado la una muy saludable “cultura del ahorro”, lleva a que personas de carácter o personalidad poco firme, se entusiasmen y quieran tener las mismas cosas o las mismas experiencias que tuvo la vecina, quizá teniendo la cuarta parte del patrimonio que tiene la vecina…
En este contexto, es comprensible lo que hace años exclamaba una persona con un sueldo medio, afincada en un barrio residencial, que frecuentaba círculos de amigos pudientes: “¡El status me está matando!”.
Como todas las cosas, utilizadas con criterio, las tarjetas de crédito o los créditos “de la casa”, a veces pueden sacarnos de apuros. Pagar con tarjeta el viaje de la luna de miel, o unas cubiertas nuevas para un vehículo de trabajo cuando las viejas están lisas, es algo muy razonable. Lo que no es para nada razonable, es meterse al mismo tiempo en varios préstamos a la vez por capricho o por status. No se puede cumplir con todo a la vez.
En los duros tiempos que corren, quizá sea necesario vivir -y volver a enseñar a los hijos- una sobria y austera cultura del ahorro. Porque nos ayuda a controlar nuestros gastos, a vivir más tranquilos, y porque nos permite entrenar la virtud de la paciencia. Esta virtud mejora además nuestro carácter en diversos sentidos. Y es mucho más elegante –mucho más señorial- controlar nuestros gastos, que llenarnos de deudas por ceder ante la tentación de un anuncio publicitario.
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