Nuestro país se adentra nuevamente en un compromiso internacional que seguramente tendrá amplios efectos en la sociedad y la economía. Hace una década, encandilado por las luces de la OCDE, el astorismo-bergarismo metió al país de cabeza en un proceso de claudicación tributaria que acarreó consecuencias muy negativas para varios sectores, no solo el financiero, sin que hasta el día de hoy se haya materializado algún beneficio tangible. Frente a la presión de algunos países, Uruguay decidió en ese momento colocarse frente al organismo en la posición del “mejor de la clase”. Alternativamente podría haber optado la “mitad de la tabla”, aminorando los efectos sobre las industrias más afectadas, ofreciéndoles así tiempo para adaptarse; y sin quedar a contrapelo del mundo. Pero estábamos en pleno viaje a las estrellas y la cocarda de París era un premio muy deseado en Colonia y Paraguay.
Hoy, casi sin que nos demos cuenta, nuestro país se embarca nuevamente en un compromiso internacional que podría tener consecuencias aún más profundas que el anterior episodio de novelería. Nos referimos concretamente a la participación de Uruguay en la COP26 y los acuerdos ambientales de Glasgow. A priori resulta difícil que alguien se oponga a la idea de proteger el medio ambiente. Visto desde el plano del marketing y del discurso político, es claramente una “linda foto” en la cual aparecer. Pero la clave del asunto pasa por hacer un estudio concienzudo que permita definir una estrategia adecuada. Esta debe tomar en cuenta los objetivos de largo plazo del país, que no necesariamente coinciden con los de una autoridad de turno. Más específicamente, será muy importante calibrar adecuadamente las metas, definir el calendario de implementación de las medidas e identificar con qué otros países nos asociamos en el esfuerzo, ya que como ocurre con cualquier acuerdo internacional, tenemos que ser bien conscientes de los intereses en juego. Pero, ¿cómo se está parando Uruguay en esta discusión?
Entrevistado por En Perspectiva la semana pasada, el ministro de Medio Ambiente explicó la participación de Uruguay en la conferencia de Glasgow, ofreciendo algunas pistas sobre la estrategia de nuestro país. A priori daría la impresión que con una matriz energética fuertemente dominada por energías renovables –algo que viene desde el gobierno del Dr. Gabriel Terra, ya que la tendencia no comenzó con los parques eólicos–, nuestro país se encuentra en una posición mejor que la de los propios impulsores de los acuerdos climáticos. Emblemáticos son en este sentido los casos de Alemania y Francia, cuyas industrias pesadas son alimentadas con energía proveniente del carbón y del nuclear. Al punto que Francia se aseguró que la Unión Europea incluyera a la energía nuclear dentro de las “energías limpias”.
Sin embargo, de las declaraciones del ministro se desprende que nuestro país habría decidido “hacer punta” con el tema, partiendo con un estudio de la huella de carbono de la actividad ganadera. Agregó que no nos deberíamos preocupar, ya que el impacto negativo de la ganadería seguramente hoy ya es compensado por los beneficios de la forestación, actividad que tiene potencial de ser ampliada. Si fuera así de sencillo…
No nos resulta intuitivo que la mejor manera de introducir a Uruguay como país respetuoso del medio ambiente sea a través de una riesgosa movida de este tipo. Especialmente teniendo en cuenta que coadyuva al discurso de actores como Bill Gates, que promueven activamente la sustitución de la carne natural por un producto sintético que pretende llamar carne. Tampoco puede pasar inadvertido que al mismo tiempo que invierte fuertemente en la sustitución de la carne, Bill Gates es uno de los principales promotores de la COP26 y el proceso de Glasgow. De hecho, el propio Gates ya conoce el resultado de esos “estudios” en que nos pretenden embarcar el ministerio de Ambiente. “Es muy difícil”, le dijo recientemente en una entrevista al MIT Technology Review, refiriéndose a las posibilidades de lograr una reducción significativa en las emisiones de metano siguiendo métodos naturales, concluyendo así que “lamentablemente” la proteína sintética deberá sustituir a “eso de la carne”. Gates dixit.
Lo relevante como país es evitar caer en la trampa de estos lobistas con agenda propia, que pretenden enmarcar el debate dentro de un damero funcional a sus objetivos. En buen castellano, no podemos caer en el error estratégico de validar una agenda ambiental que al final del camino favorece la competencia a nuestro principal producto de exportación desde que nos reconocemos como Nación. Ya sufrimos lo suficiente a Gates con la pandemia y su mecanismo Covax como para que caigamos otra vez en la trampa. En fin, no podemos seguir subiéndonos al primer carro que pasa. Por el contrario, resulta absolutamente necesario que la agenda ambiental se discuta seriamente, antes de encontrarnos con que emprendimos un viaje sin retorno.
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