El Hombre desde el inicio de su lucha por la supervivencia hasta consolidar su perfil de animal social, siempre recurrió a la información como su arma más valiosa. Fue su gran ayuda en su etapa inicial de nómade, como recolector de frutos y raíces y luego cazador. En esa constante marcha en búsqueda de nuevos espacios proveedores de su sustento básico: la fauna revitalizada y los frutos vegetales, era de imprescindible necesidad poseer datos precisos. Y sobre todo contar con la información sobre tribus rivales a las que tenía, ya sea enfrentar en combate, o ya sea negociar una cohabitación más o menos pacífica.
Fue a orillas de grandes ríos, el Nilo, el Éufrates y el Tigris y los principales ríos de China y de India donde se dio la oportunidad del nacimiento de las primeras sociedades organizadas y la razón de su desenvolvimiento radicó en el trabajo común en conjugar el agua con la tierra que agrupó a las personas para obtener los frutos de la tierra. La ciencia, la literatura y el arte allí nacieron.
Este recurso se hizo cada vez más necesario a medida que avanzaba en su evolución sedentaria donde se fue consolidando esa estructura que denominamos Estado.
Sin pretender entrar en disquisiciones intelectuales sobre esta insoslayable realidad y sin olvidar a filósofos de la talla de Platón, que creyeron encontrar en su República el modelo perfecto de organización para la convivencia humana. O la asimilación que hace Hobbes del Estado a similitud del monstruo bíblico llamado Leviatán, de inmenso cuerpo y cabeza pequeña, que él aceptaba como mal necesario con escéptica resignación, queremos adentrarnos en la época contemporánea.
No cabe la menor duda de la importancia que han adquirido los medios –mass media– en los tiempos modernos, donde nadie duda que constituyen un importante sostén de la Democracia.
Los últimos cien años han mostrado el avance de la tecnología a una velocidad vertiginosa, que ha modificado sustantivamente la forma de recibir la información y comunicarse, en un mundo en que los valores tienden a decaer.
En este contexto, desde hace algún tiempo, se ha instalado un debate sobre cuánto es el daño que provocan las redes sociales en la desinformación de los ciudadanos. Es minimizar el problema, es como poner el foco en el árbol para no ver el bosque. Las “fake news” de Facebook, Twitter, Instagram, etc. o de… son pecados veniales comparados con la capacidad de engaño que han desplegado esos grandes “sellos” comunicadores de atroces mentiras o, lo que es peor verdades a medias.
Es cierto que muchos participantes de estas redes, amparados en el anonimato alientan posiciones extremas. Pero cuando las críticas a estas nuevas modalidades de expresión parten de algún pope habitué de medios consolidados de comunicación, suena un poco a filicidio. Es olvidar cuanto se ha colaborado en legalizar la cultura de la cancelación ¡por acción u omisión!
Cuando se defiende la objetividad de la información de los llamados “medios serios”, conviene recordar los grandes intereses que se esconden en la retaguardia de más de uno de ellos. Y no es tanto porque resulte un negocio brillante en sí mismo, si no por el poder indirecto que adquieren sus poseedores. Esa mezcla de poder económico y político que es la llave mágica que abre las puertas del mundo globalizado…
Todavía retumban los ecos del escándalo de las escuchas ilegales en el Reino Unido que involucró al propio presidente de Fox News, el inversor y multimillonario australiano, Rupert Murdoch y toda su organización -hijo y amante incluido- que comprende medios como The Sun y The Times, órganos de tanta gravitación en la envestida del Brexit.
Hablando de escuchas y de chantajes, aquí la proverbial flema y cautela anglosajona, se tutea con la desprolijidad sudaca. Al otro lado del Río de la Plata el escándalo político y mediático del “Proyecto Amba” que derivó -por ahora- en la prisión de Marcelo D’Alessio. Una historia que recién empieza.
Y subiendo la apuesta (por hoy es suficiente) vayamos a las recientes revelaciones sobre las generosas donaciones del magnate de Microsoft, Bill Gates, una de los más poderosos empresarios globales, que vierte más de US$ 300 millones a los medios de comunicación más importantes de Estados Unidos, así como a una gran cantidad de organizaciones del exterior como Le Monde, Der Spiegel, El País (España), Al-jazeera, The Guardian, Financial Times, BBC, etc. Seguramente no se trata de filantropía desinteresada, ni tampoco para consolidar su proyecto de imponer la carne sintética y salvar al planeta de los bovinos de América del Sur.
Lo más grave de estas manipulaciones del dinero, que utilizan poderosísimos medios es que le dan vía libre a los abanderados de la nueva teología que reniega de los fundamentos naturales de la humanidad. De alguna manera los propagadores del nuevo fundamentalismo se transforman en “socios del silencio” de los propietarios legales de esas poderosas armas que van lentamente desmantelando la mente de la gente. Como en aquel film lleno de glamour de Daryl Duke, en que el cajero le gana de mano al asaltante de un banco en Toronto y se queda con la mayor parte del botín…
Hace pocos días, el papa Francisco, pronunció un discurso a los diplomáticos acreditados en el Vaticano. Su reflexión, muy poco difundida, constituyó una fuerte crítica a la “cultura de la cancelación”.
“Se está elaborando un pensamiento único, peligroso, obligado a renegar de la historia… Considero que se trata de una colonización ideológica, que no deja espacio a la libertad de expresión…” afirmó él Sumo Pontífice.
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