Cuando vimos en una galería de arte de la Barra de Maldonado una serie de pequeñas esculturas en madera coloreada que representan barcos hundidos sentimos una profunda emoción. Un artista recrea con elementos de desecho las historias de naufragios. Claro que con un proceso al revés: de restos encontrados en la playa, juegos de la imaginación mediante, llega al armado de pequeñas piezas que los representan.
Se imponía, entonces, una entrevista al autor, Fernando Baranzano Cibils, tal el nombre del escultor. El encuentro tuvo lugar en la simpática galería “Juan Cosas Viejas” de la Barra de Maldonado, que complementamos más tarde con una visita a su taller en Solymar. Nada mejor para conocer a un artista que hacerlo en su lugar de trabajo.
Baranzano lleva muy bien sus 59 años, recalcando con orgullo sus 40 años de casado, sus dos hijos y en especial a su nieto.
Después del intercambio de saludos, arrancó con todo: desde siempre sintió el llamado del mar y sus misterios. De niño estuvo vinculado con las costas de Rocha, aguardando con ansiedad la llegada de las vacaciones porque su familia pasaba en La Paloma donde podía jugar libremente en las canaletas frente al faro, juntar caracoles e imaginar que navegaba en un barco, a veces una barca de pesca, otra una lancha deportiva… mientras jugaba entre las rocas con sus amigos.
Pasión por el mar
Con los años optó por una carrera de informática, trabajando como programador, tarea que le apasiona a la par que le permite el vuelo de la imaginación. Siempre sintió la necesidad de ir más allá de los números, hacia la creación con las manos; crear primero con la mente y dejar luego que las manos le vayan dando forma con la intuición abierta, como un piloto automático. De ahí que, ya de adulto y con familia formada, dedicó parte de su tiempo libre a estudiar carpintería. Horas de contacto con la madera, admirando sus vetas y sintiendo su rugosidad lo llevaron a soñar, a imaginar y a crear en última instancia. Como complemento y con herramientas adecuadas aprendió a doblegar el hierro y a darle vida como soporte de la madera para armar en conjunto. Como dice: “El arte en madera y en hierro es mi cable a tierra, mi pasión, especialmente la construcción de barcos ya que imagino una historia diferente en cada una de mis creaciones…”.
Entonces armó un taller en el fondo de su casa para trabajar con distintos objetos, ya fueren barquitos, peces, sirenas, rosas de los vientos, en fin, todo vinculado con el mar. Y lo de un taller porque, como toda persona, necesitaba un lugar para él. Además del trabajo y la familia, un rincón o una tarea que le permitiera ser él mismo.
Ante una nueva pregunta responde con una amplia sonrisa. En realidad, el proceso comienza con las caminatas por la playa, junto a su esposa, para ir recogiendo todo lo que las olas devuelven a la costa (“todo aquello que intuyo pueda formar parte de mis creaciones”). Muchas veces le alcanza con mirar un trozo de madera para que su imaginación lo convierta en el germen de una futura pieza.
Primero comenzó esculpiendo pequeños barcos de madera para decorar su barbacoa, luego vinieron los de regalo para amigos y familiares y recién más tarde la posibilidad de venta a través del consejo de un amigo galerista que lo alentó y le orientó para mejorar sus creaciones. Este fue el comienzo de una experiencia fascinante en la que entró casi sin querer y de la que ahora no podría salir sin dejar de ser él mismo.
La luz de la inspiración
Pero claro que no todo momento es propicio para crear. Hay veces que tiene todo pronto, hierros, maderas y herramientas en la mano, pero la inspiración no viene; entonces la barbacoa se transforma y pasa a la preparación de un asado, en lo que también se tiene fe. Bien lo sabe que, en su caso –en realidad en todos los casos– la luz de la inspiración tiene que estar encendida. “Para crear necesito estar inspirado”, sentimos todos.
A veces la inspiración llega volviendo a mirar los objetos encontrados o en la lectura de algún libro sobre temas marítimos (los más numerosos en su biblioteca). De ahí el comentario de que tal vez fuera un marino frustrado… a la par que exhibe su colección de grabados y fotografías de distintos tipos de barcos.
Cuando se pone a trabajar se abstrae de todo, a veces termina la obra en un día, otras veces le lleva más tiempo. Reconoce sentirse estimulado cuando conoce a la persona que hace el encargo, cuando el proceso tiene un destinatario, porque encamina sus esfuerzos a su personalidad y manera de ser.
En cuanto a las herramientas que agrega a sus manos, son varias y simples a la vez: una sierra, una moladora, taladros, martillos, formones y para algunos casos, una soldadora; en realidad, todo lo que vaya requiriendo la pieza que tiene en la mente. En cuanto a los materiales, también le gusta incorporarle detalles, a veces reciclar lo que tiene a su alcance, como trozos de hierro, de chapa, clavos y hasta partes de electrodomésticos en desuso. Interesante material lo aportan trozos de antiguas computadoras, todo sirve en el proceso creativo que comienza con la mente y lo sigue con las manos.
En tal sentido le gusta trabajar piezas únicas, nunca son iguales. En cada una el artista o el artesano debe poner su creatividad e insuflarle toda la energía vital de que es capaz. Porque así, al terminar cada obra se siente satisfecho de haber podido expresarse.
Y trasmitir algo de la vida que tienen los objetos. Al llegar a este punto concordamos en que la materia tiene “alma”, acumula energías, experiencias pasadas, se hace receptiva de los sentimientos de quienes la tocaron, resulta trasmisora de la energía captada. Por eso los objetos que producen los artistas tienen tanta fuerza, despiertan tantos sentimientos, generan tantas emociones. Y nos llegan hasta dentro, a veces hasta formar parte de nosotros mismos.
“Me importa el destino de mis obras”
Baranzano habla luego de la siguiente etapa, la de conocer a los clientes, escuchar sus comentarios, y apreciar sugerencias.
Aún no ha realizado ninguna exposición, pero se encuentra abierto a ello. Tal vez en el futuro lo haga en Casa Pueblo, La Barra de Maldonado o la costa de Rocha, que fueron sus lugares inspiradores.
Su frase de despedida nos quedó resonando en los oídos porque nosotros también queremos profundamente el mar: “Me importa el destino de mis obras. Quisiera que llegaran a manos de todos aquellos que, como yo, sentimos pasión por el mar, su magia y sus misterios”.
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