Ya en 1821, en el inicio del proceso emancipatorio de Brasil, José Bonifacio sugirió en su documento “Recordatorios y notas del Gobierno Provisiorio de la provincia de San Pablo para sus diputados” una serie de pautas para el desarrollo de un proyecto nacional, extremadamente adelantadas para su época. Bonifacio era consciente del peligro de que el Reino de Portugal entrara en un proceso de balcanización como sucedió en la América española. En el plano social, su propuesta tenía muchos puntos de contacto con las Instrucciones del Año XIII de José Gervasio Artigas. En lo político, su planteo se anticipó más de un siglo y sugirió la transferencia de la capital desde Rio de Janeiro para crear una ciudad sobre el rio San Francisco con el objetivo de promover la integración nacional y abrir vías navegables para las distintas provincias. Va más allá, incluso, y propone que sea llamada “Brasilia”.
Fue recién en 1957, durante la presidencia del desarrollista Juscelino Kubitschek que empezó a construirse la urbe con la orientación del arquitecto Oscar Niemeyer, pero gracias al esfuerzo de miles de “candangos”, se calculan 30.000, que en condiciones extremadamente difíciles lograron erigir la capital que finalmente fue inaugurada en 1960. Se pensó para 500.000 personas, pero actualmente viven, contando los cinturones periféricos, cerca de 3 millones. Por supuesto un considerable porcentaje de la población trabaja en empleos públicos, aunque también se ha desarrollado un espacio de servicios privados importante. Hoy en día es una ciudad cara para vivir, pero muchos brasileños piensan en esta opción a la hora del retiro. Desde la llegada, es posible ver las reformas que se llevan adelante en el aeropuerto, que está gestionado por la compañía Inframérica del grupo empresarial del argentino Eduardo Eurnekián, que también ha mostrado interés en concesiones de otros aeropuertos que el gobierno de Brasil ha previsto privatizar. A lo largo de las avenidas y explanadas se despliegan uno tras otro, decenas de edificios del gobierno federal, los ministerios, la presidencia, el judicial y el legislativo. Se destacan los palacios de Itamaraty, la Alborada, Planalto, el Supremo Tribunal Federal y el Congreso Nacional, así como también la Catedral y el Museo Nacional, que suavizan y le dan un estilo particular a un paisaje a veces agobiante por las rígidas características de su planificación.
Si bien la capital brasileña tiene una larga temporada de clima árido, el invierno se cerró de manera atípica este año. Los días 18 y 19 de setiembre fueron los más calurosos y secos del 2019, la temperatura se elevó hasta 34° y el porcentaje de humedad apenas era del 12%. A esto hay que sumar que esa semana se habían cumplido cien días sin lluvias en Brasilia y el color anaranjado del follaje era una prueba visible de esto. A esta ciudad llega gente de todas partes del país y casi nadie se acostumbra plenamente. Se beben grandes cantidades de agua y es usual ver a las personas con una botella en su mano.
La cuestión del clima y Brasil se ha vuelto tema obsesivo en los grandes medios internacionales y en las redes sociales. El País de Madrid ha calificado al presidente Bolsonaro como el “villano ambiental planetario”. La promocionada joven activista sueca Greta Thunberg, de 16 años, aseguró que “la Amazonia es señal de la necesidad de parar la destrucción de la naturaleza”. Lo cierto es que antes de los incendios en la selva amazónica el verdadero detonante del conflicto fue la decisión del gobierno de Bolsonaro de desandar el camino iniciado en 2008 con el Fondo Amazonia del cual Noruega era responsable en un 90%. Sabido es que la propuesta de internacionalización de la Amazonia, es decir, de considerarla un patrimonio universal bajo tutela de organismos supranacionales, no es reciente sino que es una vieja amenaza ya identificada desde hace mucho tiempo por el deep state brasileño. Pocos años después de la fundación de Brasilia se iniciaron varios proyectos de integración con la Amazonia e incluso, en 1970, la construcción de la carretera trans-amazónica y la firma del Tratado de Cooperación Amazónico en 1978. Brasilia significó una apuesta al desarrollo interior, de las áreas lejanas a la costa oceánica, como Matto Grosso, que era un área inaccesible salvo por la vía navegable del Paraná. Aquel río Paraná que en 1922 llevó al escritor mexicano José Vasconcelos a decir que sería “algún día el centro de la industria del mundo, pues si alrededor del Niágara y en la región de los Lagos, desde Chicago a Nueva York, se ha creado el gran imperio industrial de la época, ni siquiera podemos imaginar esta zona brasilero-argentina”.
La posición de enfrentamiento que asumió en los últimos meses el gobierno del francés Macron dejó ver que la defensa del Acuerdo de París es una de las banderas principales de su política exterior y que podría llegar a utilizarse el argumento ambientalista para desconocer o al menos obstaculizar lo firmado en el acuerdo Unión Europea-Mercosur. Macron llegó a sostener que Francia es una nación amazónica, por la posición de la Guayana Francesa, considerado territorio de ultramar. La respuesta de los países amazónicos sudamericanos desde el punto de vista político y jurídico fue veloz, al reunirse en la localidad de Leticia en Colombia (sin Guayana ni Venezuela) y firmar un pacto que comienza “reafirmando los derechos soberanos de los países de la región Amazónica sobre sus territorios y sus recursos naturales, incluyendo el desarrollo y el uso sostenible de esos recursos, conforme es reconocido por el derecho internacional”.
Previamente el vicepresidente de Brasil, Gral. Hamilton Mourão, escribió en su Twitter “La Amazonia brasileña está segura. Ahí viví y sé que los incendios son episódicos en períodos de sequía. Convertirlos en una crisis, olvidando las tragedias que el fuego causó en EEUU y Europa es de mala fe de quien no sabe que los pulmones del mundo son los océanos y no la Amazonia”. El propio presidente brasileño, Jair Bolsonaro, reafirmó esta semana en la Asamblea de Naciones Unidas denunció un “espíritu colonialista” y la “falacia de decir que la Amazonia es un patrimonio de la humanidad”.
No es menor la situación en el contexto regional e internacional, teniendo en cuenta que las actitudes injerencistas y los intentos por encerrar a Brasil en el status de “estado paria” ahora chocan con otro factor que no existía antes: la reactivación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), que si bien fue activado el lunes por la crisis en Venezuela, a la luz de estos acontecimientos llevan a pensarlo también como un posible instrumento de disuasión frente a otras potencias, que ya no solo enfrentarían a Brasil, sino también a EEUU.
Ciertamente la importancia de la Amazonia radica en su riqueza y potencial en biodiversidad y recursos minerales. ¿Cuántas medicinas, alimentos, fuentes de energía y materiales para la industria están depositados en ese inmenso territorio todavía sin ser aprovechados? En una sociedad del conocimiento la competencia por las patentes es crucial. Ya no corre más el país-puerto que explota materias primas y las exporta a las metrópolis. El desafío ambiental exige en primer lugar un adecuado ordenamiento territorial y gestión de los recursos. En segundo lugar la agregación de valor a los productos, fundamentalmente a través de la ciencia y los servicios. Y en tercer lugar una capacidad de seguridad y defensa que logre disuadir a otros actores, regulares o irregulares, para mantener la paz.
Lo que vale para la cuenca del Amazonas también vale para otra de las cuencas significativas de la región, la cuenca del Plata, que integra Uruguay junto a Brasil, Argentina, Paraguay y Bolivia. Posiblemente llegó el momento en que la diplomacia tenga que ser más “geográfica” que nunca, con los mapas sobre la mesa. Los principales cursos de agua son verdaderas arterias de la región. Cuidar la salud de las mismas es un primer reto común. Además, desarrollar hidrovías no solo va a reducir los costos de transporte de personas y mercaderías sino que dinamizará varios pueblos interiores y fomentará el comercio intrarregional, que no llega al 20% mientras que en otras regiones como Europa o el Sudeste asiático supera el 60%. La integración física facilitará la concreción de cadenas regionales de valor. Finalmente, en la medida que los Estados tengan mayor presencia en las fronteras y logren una mayor descentralización, serán capaces de combatir más eficazmente el narcotráfico y la proliferación del crimen organizado trasnacional.
Brasil es el segundo país destino de las exportaciones uruguayas, detrás de China. Si consideramos a la Unión Europea como conjunto, entonces Brasil sería el tercer socio. En los últimos diez años la balanza comercial cada vez es más desfavorable para los uruguayos y en este momento prácticamente se importa el triple de lo que se exporta. No obstante, también es necesario subrayar que al Mercosur, como indica el economista Pees Boz, se venden autopartes, plásticos y manufacturas que generalmente no son competitivas a nivel global. El tema de la competitividad es clave para Uruguay, un país que vive de su oferta exportable. Y lo es también la diversificación: de mercados para no depender excesivamente de las condiciones que imponga un comprador; y de productos para generar trabajo y contribuir al cuidado del ecosistema. Con Brasil no solamente nos unen lazos históricos y culturales muy profundos, también una geografía, con 1068 km de frontera seca y seis ciudades gemelas, que nos exige mantener estrechas relaciones, canales de diálogo permanentes, que siempre son útiles para destrabar conflictos puntuales. Existen oportunidades de cooperación en torno a lo que será la implementación del acuerdo Unión Europea-Mercosur si finalmente es ratificado por los parlamentos y también el Convenio para evitar la Doble Imposición en materia tributaria entre ambos países. Pero también hay que atender a situaciones como el llamado a consulta pública en este mes de setiembre del Ministerio de Minas y Energía de Brasil sobre las modificaciones propuestas para las normas de exportación de electricidad a nuestro país.
El intercambio académico es otra política fundamental que deberá profundizarse en las relaciones entre Uruguay y Brasil. La concreción de un “Erasmus” regional, aprendiendo de la experiencia europea, sigue siendo una tarea pendiente. Existe una gran avidez en los jóvenes brasileños por conocer más sobre la realidad uruguaya. Así lo experimentamos en la charla organizada en la Universidad Nacional de Brasilia junto a profesores y estudiantes del Instituto de Relaciones Internacionales, que siguen de cerca lo que sucede estas semanas en sus vecinos Bolivia, Argentina y Uruguay en sus respectivos procesos eleccionarios. Una actividad que estaba pensada para 40 minutos terminó recién a las 2 horas luego de varias instancias de preguntas sobre distintos temas. La seguridad y la integración regional posiblemente fueron los asuntos más recurrentes en las intervenciones, para conocer las perspectivas uruguayas y la forma en que se están afrontando los desafíos vinculados a la violencia, el narcotráfico y la inserción internacional.
En definitiva, un acercamiento con Brasil que nos sitúa en los debates que se están dando en nuestra región, nos brinda información de primera mano sobre problemas comunes a ambos países que afrontan una lucha contra el crimen organizado, la responsabilidad de llevar adelante una planificación ambiental y la necesidad de crear empleo de calidad a través de la generación de condiciones apropiadas para la inversión, la multiplicación del comercio y la complementación productiva en determinadas áreas.
TE PUEDE INTERESAR