J. Edgar Hoover condujo por casi medio siglo el todo poderoso FBI, agencia federal de investigaciones de Estados Unidos. Terminada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética ingresaron de lleno en una guerra fría que se dio en los terrenos militar –casi siempre al costo de terceros países–, económico, cultural y moral.
Hoover nunca había participado en una guerra, pero la dimensión moral de la Guerra Fría contra el comunismo lo atrajo enormemente. De repente hasta el método más dudoso pasó a ser justificable en pos de defender a la nación norteamericana de la amenaza de los “rojos”. En poco tiempo se instaló una cacería de brujas que destrozó carreras, familias y produjo más que una muerte. Le llevó tiempo a la sociedad norteamericana darse cuenta de que esos temores no solo eran exagerados, sino que eran exacerbados adrede para maximizar el poder de esa claque putrefacta que giraba en torno al director del FBI. Para cuando la población se había dado cuenta del engaño al que había sido sometida ya era demasiado tarde. Kennedy había sido asesinado –los “Hoover boys” incapaces de aclarar el magnicidio– y Estados Unidos se adentraba en el lodo de la Guerra de Vietnam.
Hoy nuestro país se está despertando ante el atropello de un Código de Proceso Penal que entre gallos y medias noches logró emascular a un sistema de justicia que supo ser ejemplo en el mundo, y que depositó en manos de fiscales –no elegidos por ninguna autoridad electa– un poder previamente difícil de imaginar, en una república como la nuestra. El allanamiento a una radio y al hogar de un periodista por la mera difusión de un audio parecería ser la gota que desbordó el vaso en esta evidente deriva totalitaria que pocos periodistas advirtieron con la debida anticipación. Así como la historia no fue buena con Hoover, probablemente lo mismo terminará ocurriendo con esos seres oscuros que pergeñaron este sistema de Justicia del cual es difícil ver su mérito. Sí es claro el daño que ha producido a ciudadanos y familias que no cuentan ni con los medios ni con el poder para defenderse de juicios sumarios que en muchos casos hacen recordar a la Justicia del enemigo. Hoy las víctimas son los medios y periodistas, y la reacción se hace visible. Pero ante la incomprensión y la indiferencia de los medios, muchos vienen sufriendo en silencio esta injusticia. Si no hacemos algo rápidamente, mañana las víctimas pueden ser perfectamente los jueces; y pasado puede ser la democracia misma.
Antonio Raimondi
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