Dice Vargas Llosa que cuando alguien preguntaba a Borges para qué servía la literatura, a este le producía un gran enfado. Y solía responder con otra pregunta sobre la utilidad del canto de los pájaros o «los arreboles de un crepúsculo». Por cierto, debía referirse a la utilidad para el ser humano y no para los pájaros que marcan su territorio y atraen a su pareja. Borges no lo ignoraba, claro. Pero no apuntaba a un comentario ornitológico sino a rescatar la belleza del trinar de un ave o de una puesta de sol. La misión de la literatura sería de algún modo la misma. Al igual que el espectáculo de la Naturaleza, contribuye a hacer más agradable la vida.
El escritor peruano hace esa cita de Borges con ocasión de la conferencia magistral pronunciada cuando su recepción como Profesor Honorario de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas el 3 de abril de 2001.
Vargas Llosa no solo es un escritor famoso sino, para muchos, un referente político que llegó a ser candidato presidencial en Perú en las elecciones de 1990, que perdió en segunda vuelta contra Fujimori. Veinte años después –octubre de 2010– obtendría el Nobel de Literatura.
Ni corto ni perezoso, el rey Juan Carlos I le otorgó –febrero de 2011– un título nobiliario: «…queriendo demostrarle mi Real aprecio, Vengo en otorgarle el título de Marqués de Vargas Llosa, para sí y sus sucesores, de acuerdo con la legislación nobiliaria española» que él aceptó con republicana resignación. Se trata del segundo título en importancia después del rey y el príncipe.
Su evolución política lo llevó desde una simpatía comunista juvenil a apoyar a Keiko contra Castillo y a Kast contra Boric, y aunque sus preferencias por la letra K no triunfaron, vale la intención…
La conferencia
La conferencia en la Universidad peruana de 2001 parece un fiel reflejo de su percepción de la realidad, en cuanto resalta la relación entre la literatura y la libertad cuya forma política sería la democracia. En ese sentido, se aparta de su admirado Borges que escribió en el prólogo de su libro de poemas La moneda de hierro (1976): «Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo en la democracia, ese curioso abuso de la estadística».
Al gran escritor argentino no le fue perdonada esa y otras incorrecciones políticas. (El mismo año recibió un doctorado honoris causa del Chile del general Pinochet). En cambio, García Márquez –el condecorado por Fidel Castro– recibió su Nobel en 1982.
Lo primero que el futuro marqués descubre en su alocución en Lima es «que la literatura ha pasado a ser, cada vez más, una actividad femenina». Lo comprueba la prevalencia de las mujeres en las actividades literarias. Las mujeres leen más. Y esto no es solo una apreciación ocular, sino que está confirmado estadísticamente. Cita cifras de 2001 en España. Veinte años más tarde, datos de la misma fuente confirman la tendencia: desglosado por edades, la supremacía de las mujeres se amplía entre los 45 y los 65 años.
Postula una hipótesis: ¿ellas valoran más el tiempo dedicado «a la fantasía y la ilusión»? No cree en esas generalizaciones sobre hombres y mujeres. Pero más allá de las interpretaciones la realidad manda. Se alegra por las damas, pero lamenta por los hombres porque: «una sociedad sin literatura […] está condenada a barbarizarse espiritualmente y a comprometer su libertad».
La literatura es más que «un pasatiempo de lujo», sostiene Vargas Llosa. No solo enriquece el espíritu, sino que es imprescindible para «la formación del ciudadano en una sociedad moderna y democrática». Por consecuencia debería promoverse –a diferencia de lo que sucede– y considerarse esencial en los programas de educación.
Luego advierte algo que ya había visto Rodó cien años antes: la problemática de la especialización del conocimiento. Así, reclama en Ariel: «Yo os ruego que os defendáis, en la milicia de la vida, contra la mutilación de vuestro espíritu por la tiranía de un objetivo único e interesado. No entreguéis nunca a la utilidad o a la pasión, sino una parte de vosotros. Aun dentro de la esclavitud material, hay la posibilidad de salvar la libertad interior: la de la razón y el sentimiento. No tratéis, pues, de justificar, por la absorción del trabajo o el combate, la esclavitud de vuestro espíritu». La especialización termina en aislamiento. Va obstruyendo los vasos comunicantes entre las personas, esos espacios culturales comunes que permiten la convivencia, y termina parcelando, dividiendo la sociedad en feudos de especialistas que interactúan con su propio repertorio simbólico.
Experiencia compartida
De ahí, Vargas Llosa rescata el valor de la literatura como experiencia compartida. Él dice «la gran literatura»: Cervantes, Shakespeare, Dante, Tolstoi… «Allí se aprende la igualdad esencial entre las personas, lo injusto de las discriminaciones étnicas y culturales». Es –dice en una feliz fórmula– «divertirse y aprender» a través de la ficción, una ficción que existe para «enriquecer imaginariamente la vida». Es a través de la literatura que se arriba a ese sentimiento de pertenencia a la colectividad humana, que es, insiste, el más alto logro de la cultura.
Y esa existencia de la literatura se alcanza cuando se torna, por la lectura, en experiencia compartida. Una sociedad aliteraria padecería de una pobreza de lenguaje generando con ello una gran dificultad en la comunicación no solo verbal. Es también «una limitación intelectual y de horizonte imaginario». Porque solo a través de las palabras nos apropiamos de la realidad existente. Es gracias a la buena literatura que aprendemos a hablar con corrección y ese es el camino para pensar, exponer, conversar y también «fantasear y emocionarse».
Sin la literatura «no existiría el erotismo», entendido como sublimación del amor carnal, dice Vargas Llosa. En realidad, debió decir que no estaría extendido. Suponemos que quienes escribieron el Kama Sutra y el Ananga Ranga –por citar dos tratados clásicos sobre el tema– recopilaron experiencia…
El papel del libro
¿Podrán los medios audiovisuales sustituir a la literatura? La respuesta es un contundente no. El destino de la literatura está íntimamente ensamblado al libro de papel. Recuerda el Nobel peruano que por 2001 estuvo en Madrid Bill Gates y que aseguró a los miembros de la RAE que la letra «ñ» seguiría invicta en los teclados de las computadoras. Pero al mismo tiempo anunció que bregaría hasta el fin por la desaparición del papel sustituyéndolo por las pantallas de los ordenadores. Con ello, terminaría con la deforestación y consecuentemente con la industria papelera.
¿Se imaginan lo que ocurriría con un país entero plantado de eucaliptus si Bill Gates cumpliera su promesa?
Pero esa no es la preocupación de don Mario, sino qué pasaría si Mr. Gates lograra: «enviarnos al desempleo a mí y a tantos de mis colegas, los escribidores librescos».
Ese sería un mal menor –aunque no para el gremio escribidor– comparado con la pérdida de espíritu crítico. Porque «toda buena literatura es un cuestionamiento radical del mundo en que vivimos». Por ejemplo, La cabaña del Tío Tom «que parece haber desempeñado un papel […] en la toma de conciencia social en Estados Unidos sobre los horrores de la esclavitud». Y por cierto la obra se publicó en entregas en un periódico antiesclavista en 1852. Eso no impidió que fuera cuestionada en los 60-70 por el «Black Power» que interpretó a Tom como un traidor, como ahora sucede con la película Lo que el viento se llevó, considerada políticamente incorrecta.
Mejor ejemplo es la obra de Orwell 1984, una descripción de las dictaduras totalitarias del siglo XX y una profecía, que según Vargas Llosa no se concretó: «el comunismo desapareció en la URSS y comenzó a deteriorarse luego en China y en esos anacronismos que son todavía Cuba y Corea del Norte», escribe hace veinte años. Por cierto, el vocablo «orwelliano» sigue vigente. Tan vigente como el comunismo y las dictaduras totalitarias.
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