Uno de los signos que caracterizan estos tiempos, es la pérdida del sentido de la masculinidad: de la virilidad. Ello no es casual, pues en forma paralela a la “masculinización” de algunas mujeres, parece observarse una suerte de “feminización” de algunos hombres. Por supuesto que detrás de estos fenómenos, hay corrientes de pensamiento –como la ideología de género- que los promueven. La confusión reinante, impone un breve análisis del tema.
Para cualquier persona sensata, no ideologizada según las categorías de “género”, la distinción entre lo masculino y lo femenino, es bastante obvia. Sin embargo, parece importante distinguir entre “lo machista” y “lo masculino”, porque se ha llegado a sostener que todo comportamiento “no machista” en el hombre, equivale a una “feminización del hombre”, que estaría descubriendo su “lado femenino”. Y eso, es un disparate.
La Real Academia Española define “machista” como: “Que defiende la superioridad natural del hombre sobre la mujer o da muestras de ello con su comportamiento”. Machista sería, por tanto, un hombre autoritario, bruto, ordinario, soberbio. Sería el caso del que al llegar del trabajo a su casa, le ordena a su mujer que le traiga un whisky, las pantuflas y el diario, sin preguntarle siquiera de cómo fue su día.
Masculino –caballero, sin afectación alguna-, puede considerarse el hombre que al llegar de su trabajo, le da un beso a su esposa y antes de sentarse a descansar –lo cual es perfectamente lícito-, le pregunta si necesita ayuda con las tareas domésticas; o bien, se entretiene largo rato jugando con sus hijos o hablando sobre las vicisitudes de la jornada. Estas actitudes, que algunos autores califican estúpidamente como “descubrimiento del lado femenino del hombre”, son propias de un auténtico caballero, siempre dispuesto a servir a los demás, y en primer término, a su mujer y a sus hijos. No es descubrir el “lado femenino del hombre”: es simplemente, descubrir su lado humano: es descubrir su dignidad.
Vivir la paternidad y ser cariñoso con la esposa no es romper con el estereotipo masculino tradicional, sino vivir una masculinidad digna, según el antiguo modelo caballeresco, algo medieval y muy cristiano, donde el hombre tiene a su mujer en un pedestal: le abre la puerta del auto, le ayuda a sacarse el abrigo, le cede el asiento en el ómnibus… Y por la noche, toma a su hijo en brazos hasta que deja de llorar.
¿Qué puede haber de extraño en que un caballero que está dispuesto a poner su abrigo en el suelo para que la mujer no se moje los pies, le ayude a lavar los platos o a planchar la ropa? ¿Qué puede haber de femenino en un hombre que dedica tiempo a sus hijos, que les enseña a patear una pelota, a rezar, a deletrear, o a contar? Nada. Y es que entre el machismo brutalmente absurdo y la “masculinidad” delicuescente de hombres poco varoniles, se alza la figura del caballero. Y en particular, la figura del caballero cristiano.
¿Cómo es ese modelo de caballero cristiano? El de un varón que procura poner en todo lo que hace, los medios naturales como si los sobrenaturales no existieran, y todos los medios sobrenaturales como si los naturales no existieran. Un varón que, al decir de San Benito, “ora, et labora”: reza y trabaja, fuera y dentro de casa. Un varón bien plantado, de buen corazón, amante de todo lo bueno, bello y verdadero que hay en la realidad.
Un varón fiel, responsable, comprometido con el bienestar de su esposa y de sus hijos. Un varón que procura crecer en virtudes, porque sabe que él es el espejo en el que se mirarán sus hijos mientras crecen y se desarrollan. Un varón que sabe que si es fuerte, recio, templado, justo y prudente, es probable que sus hijos lleguen a adquirir esas virtudes con más facilidad que si es débil, caprichoso, injusto y cobarde.
Ese caballero cristiano, sabe además, que la mejor muestra de virilidad que puede dar a sus hijos, es arrodillarse ante su Dios. Porque sólo quien es capaz de hincarse ante su Señor del Cielo, será incapaz de arrodillarse ante quienes pretenden sojuzgar la tierra.
El ideal del caballero cristiano, es posible para los varones, aunque puede haber otros. Lo que no es aceptable, es identificar amabilidad, buena educación, amor a la esposa, ejercicio de la paternidad responsable, con “fragilidad”, “vulnerabilidad” o “feminización del hombre”. Muy por el contrario, todo ello es elevación del hombre a su condición de varón digno: a su condición de caballero.
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