La esencia de la democracia está constituida por las garantías que posee el ciudadano de decidir lo más libremente posible quiénes son los que han de regir los destinos de la polis, en el sentido griego: la ciudad-Estado. Es una forma de organización del Estado donde el pueblo adopta las decisiones colectivas mediante mecanismos de participación directa o indirecta que son los que le confieren legitimidad a sus representantes, es decir a los gobernantes. Si en este supuesto, unos grupos poseen artillería pesada y otros intentan defenderse con cañones de caña de bambú, como al final en la inicua guerra del Paraguay, el demos es una ficción.
El Gral. Artigas resume la magnitud de esta institución en su famosa frase: “Mi autoridad emana de vosotros y solo cesa ante vuestra presencia soberana”. Concepto que el Caudillo Oriental había mamado desde su cuna, dado que fueron precisamente sus antepasados hispano-criollos que, poseyendo en sus venas el concepto de “ayuntamiento”, se apercibieron que aquí estaba transpolado y mejorado en este vasto territorio americano, donde los Cabildos –al igual que en sus orígenes los ayuntamientos– tenían la potestad de ejercer el autogobierno de las ciudades que construían el territorio indiano.
Recién decide José Artigas plegarse a la Revolución de Mayo, con todo el bagaje de prestigio que poseía en la Banda Oriental, cuando se conforma una Junta Grande donde tuvieron cabida los delegados provenientes de las provincias, importante adhesión de las figuras representativas del país profundo, partícipes de los mismos valores telúricos compartidos por él.
Las dificultades de nuestro prócer comienzan a partir del golpe de estado institucional que llevó al gobierno al Primer Triunvirato que retomó las tendencias centralistas de la Primera Junta y neutralizó el intento de avanzar hacia la emancipación por los causes nacionales.
Es bien sabido que quienes pasaron a detentar el poder a partir de entonces eran personeros de los intereses portuarios de Buenos Aires, y de ahí la inquina contra las provincias y en particular la Oriental, y por encima de todo de su caudillo, el Protector de los Pueblos Libres. Todo esto que parece historia vieja, sigue teniendo vigencia.
Hoy en día la esencia del régimen democrático está severamente amenazada por un conglomerado de intereses económicos y mediáticos que pretenden interferir a su favor en las decisiones del pueblo soberano. Con mucho acierto el profesor Ibáñez Serna opinaba que, “cada vez más, las grandes máquinas del poder político y económico constituyen la base de los grandes medios de comunicación. Y cada vez más, también, los grandes medios de comunicación constituyen una pieza fundamental del poder político y económico. De manera que no solo se debe hablar del poder de los medios, sino también de los medios del poder”.
Los mecanismos de prevalecer en la opinión de la gente cambian, los intereses no. A medida que pueblos como los nuestros se van alejando de sus raíces rurales, cada vez quedan más expuestos al manipuleo de los que manejan los medios.
Si la inicial Revolución de Mayo se hubiera propuesto consensuar sus tomas de decisiones, no había muchos más mecanismos que el boca a boca o lo que se denominó el Grito de Ascencio.
A los 30 años de estos hechos, con la irrupción de la prensa y otros escritos, la forma de divulgar noticias iba cambiando a pesar del alto número de analfabetos, lo que motivo al Gral. Rivera a dictar el decreto No. 11: “La absoluta libertad de opinar y publicar opiniones debe ser un derecho tan sagrado como la libertad y la seguridad de las personas”.
Y así llegamos a las polémicas que protagonizan los diarios y los respectivos agravios que se dirimen en duelos más o menos sangrientos. Luego -Marconi ediante- las radios y ya pasando la mitad del siglo XX irrumpe con timidez pero con paso firme una nueva modalidad de informar: la televisión o pantalla chica (en blanco y negro) y con dificultad al principio de hacer llegar su señal fuera de los centros urbanos.
Debates emblemáticos: Nixon – Kennedy
La primera sensación de que estas novedades tecnológicas de índole audiovisual podrían competir en la política con los tradicionales grandes impresos de papel, en ocasión de los cuatro debates televisivos en que Nixon y Kennedy disputaron la presidencia de Estados Unidos.
Se ha dado por cierto que el triunfo electoral de JFK sobre su rival republicano Nixon, considerado como favorito en las elecciones de 1960, se debió fundamentalmente al primero de los debates en el que el joven Kennedy cuidó todos los detalles –vestimenta, peinado, maquillaje, hasta el bronceado de la piel–, mientras su rival no le dio importancia a ninguno. Llegó cansado, sudoroso y no se dejó maquillar. Esta medición se basa en las encuestas de Gallup que hicieron un comparativo entre los escuchas de radio y los de televisión. Los primeros consideraban ganador a Nixon y los segundos a Kennedy.
Estas conclusiones no dejan de configurar un mito mediático. En un análisis más sutil se podría decir que gran parte de los ciudadanos de EE.UU. no habían aún accedido al receptor de TV y en ese sector justamente se encontraba la gran mayoría rural, conservador y protestante activo, que no podía ver con buenos ojos a un católico confeso como el joven Kennedy.
En nuestro país, que todo llega con demora, también tuvo su cuarto de hora en materia de debates veinte años después de esta historia. No podríamos dejar de evocar la célebre contienda realizada en los estudios del Canal 4 entre Enrique Tarigo y Eduardo Pons Etcheverry, por un lado, y el coronel Néstor Bolentini y Enrique Viana Reyes en defensa del Sí al proyecto de Constitución elaborado por el régimen cívico-militar iba a ser sometido a plebiscito el 30 de noviembre de 1980.
Causó enorme sorpresa en aquellos tiempos que todo se simplificaba en comunismo y anticomunismo, que el Dr. Tarigo afirmara que, de ser comunista, estaría a favor de la nueva Constitución. “Yo diría que esta Constitución que se proyecta no se parece ni a la de Francia, ni a la de Italia ni a la de Estados Unidos. Esta Constitución a la que más se parece es a lo de los países comunistas, porque establece lo que ellos llaman ‘centralización de poder’ o ‘centralismo democrático’. (…) Y tiene ese concepto de seguridad que tiene también la Constitución de la Unión Soviética…”. En un período de nuestra historia considerado de autoritarismo y extrema censura, los polemistas actuaron con gran desenvoltura y no se escatimaron epítetos de “rinocerontes” y de “iluminados”. El resultado, contrariando a las encuestas, que fue de 42,8% por el Sí, y 57,2% por el No, en gran parte se debe a este debate.
Debate obligatorio
No hace mucho en nuestro país, en un arrebato de intervencionismo estatal, se presentó un proyecto de ley que imponía el debate obligatorio en las elecciones presidenciales entre los candidatos que accedían a la segunda vuelta. La Cámara de Diputados, invadida por la euforia de la publicidad electoral, aprobó el proyecto casi por unanimidad (80 en 81), pero al llegar al Senado, la bancada colorada y blanca, con buen sentido, entendieron que una medida de esa magnitud debería ser promulgada por mayorías especiales. Igual los votos del FA fueron suficientes para dejar aprobado la obligatoriedad de debatir en la instancia final por cadena de radio y televisión.
En los países donde la televisión oficial es neutral y no oficialista y se respetan las reglas del juego de los diferentes intereses políticos, como en Italia la RAI, como en Alemania la Deutche Welle y en Francia la RTF, no habría tanta necesidad de imponer normas mediáticas por Ley. No es el caso de nuestro país donde el director de la televisión oficial, un funcionario del Estado, se siente habilitado a dictar normas sobre neutralidad y las modalidades permisibles para que el sistema político interactúe e intercambie opiniones entre sí. Máxime cuando se está a poco más de un mes de una convocatoria electoral cuyos resultados son de trascendental importancia para el bien común.
Mediocracia versus Democracia
El vicerrector de la Universidad de Murcia, el profesor Pablo S. Blesa Aledo, se cuestiona que los medios de comunicación jueguen un papel determinante en las sociedades democráticas, y que tengan “una función delegada de supervisión y control en asuntos de interés público”.
Al no ser ya los medios el interlocutor válido entre el Estado y la sociedad, se le abre la puerta a lo que él califica la “Mediocracia”, concepto que en nuestro país paradojalmente se puede hacer extensivo a los que manejan medios públicos. “Los medios de comunicación”, subraya Blesa, “han abandonado progresivamente su labor como interlocutores entre Estado y Sociedad, y parecen haber llenado convenientemente ese vacío al erigirse como los interlocutores privilegiados entre el mundo de los negocios y la sociedad por un lado, y los negocios y la política por el otro”.
“La venta de periódicos cae, y la opinión pública comienza a decantarse por canales alternativos, no formalizados, no gestionados por un aparato industrial poderoso, precisamente porque esos ciudadanos ya no son ajenos a los intereses creados en torno a ese aparato industrial, que es influyente e influenciable al mismo tiempo. Junto a Internet, los mensajes SMS se han popularizado, y se presentan como cruciales para comprender algunas movilizaciones públicas en momentos de especial tensión informativa”.
“Los medios de comunicación”, continúa con gran acierto y mucha independencia el vicerrector, “difícilmente pueden entenderse hoy como los generadores y sostenedores de un ‘espacio público’ abierto y plural; más bien al contrario: los medios crean un espacio privado, cerrado, antineutral y antiplural, que utilizan al servicio de sus propios intereses, sean éstos económicos, políticos o ideológicos”.
“La función de un profesor es informar, enseñar e, idealmente, enseñar entreteniendo. En ningún caso se aceptaría que entretuviese sin enseñar. Salvadas las distancias, si la orientación que prevalece en los medios es la de entretener a toda costa, y con el menor coste posible, parece obvio que los medios de comunicación no son un foro público, sino un anfiteatro romano que expide una omnipresente versión de ‘pan y circo’ a sus audiencias. Pero, abandonar todo criterio educativo a favor de un monolítico ‘pan y circo’ no significa que los medios no continúen educando, sino que lo hacen en esa versión mediocre, vulgarizante y zafia en la que hoy chapotea la sociedad”, concluye.
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