El lunes culminó el segundo año del gobierno de la coalición multicolor que, encabezado por el Dr. Luis Alberto Lacalle Pou, supo conducir nuestros destinos en estos dos años, en medio de una pandemia con consecuencias que no se imaginaban antes del 1º de marzo de 2020.
Menos de dos semanas después, precisamente el viernes 13 de marzo, y tras una reunión con la Junta Nacional de Emergencias, ministros e intendentes, el presidente de la República declaró en conferencia de prensa la emergencia sanitaria. Sentado frente a las cámaras entre el ministro de Salud Pública, Daniel Salinas, y el secretario de la Presidencia, Álvaro Delgado, el presidente Lacalle daba la primera señal del funcionamiento de la coalición al nivel del Ejecutivo.
En efecto, este fue el equipo que concibió e implementó el concepto de la “libertad responsable”, y que nos permitió transitar la pandemia de manera natural, en un intento de controlar los efectos secundarios en el plano social, psicológico y económico, sin descuidar en lo más mínimo el foco principal, que era el control del frente sanitario.
Una vez que salgamos de la pandemia, los estudios científicos futuros arrojarán algo más de luz sobre la mejor forma para mejor transitar otra posible variable. Pero esta, que era la brava, ya la transitamos con mano firme y con libertad suficiente como para continuar con nuestras vidas sin dejarnos encerrar, como sí ocurrió en otros países. Y no eran pocas las voces que reclamaban el encierro, ante la tenaz resistencia del equipo de gobierno, que evitó caer en lo que por entonces venía impuesto por los organismos internacionales como lo “políticamente correcto”.
Transcurridos dos años de gobierno, se puede decir que, a nivel de los tres grandes liderazgos políticos, la coalición goza de muy buena salud. Lacalle Pou, Sanguinetti y Manini Ríos dialogan con frecuencia, logrando en el proceso ajustar los mecanismos de articulación de la novel coalición. Es verdad que cuando se baja al nivel más operativo de los ministros se observan descoordinaciones, las que en ocasiones provocan más que una rispidez. Pero esto es el resultado natural de haber estado quince años fuera del gobierno nacional, lo que no ha permitido la generación de cuadros administrativos de confianza que puedan llevar adelante las políticas compartidas por el liderazgo de la coalición.
La inexperiencia de algunos de estos cuadros es suplida con una excesiva dependencia en las recomendaciones de una burocracia que en muchos casos tiene poco de técnica y mucho de política. Es así que vemos circular decretos con firmas de ministros que en nada reflejan el pensamiento de sus líderes. O mecanismos de suba de combustibles que parecen diseñados por el adversario político. En fin, vemos que todas las semanas ingresa un nuevo preso político a Domingo Arena, a pesar de los dos plebiscitos y las promesas de la coalición republicana a su electorado.
No debemos engañarnos. Esta coalición fue electa para dar un giro radical a la conducción del país, no para corregir en unos grados el curso de acción que el astoribergarismo nos dejó con piloto automático. No basta con cambiar el software, tenemos un problema de hardware en una burocracia que quedó cableada bajo los preceptos de una doctrina que conducía inevitablemente al país a la sumisión y a la degradación moral y material. El soberano se expidió y otorgó un mandato firme de cambiar el curso. El crédito está abierto y se espera con ansiedad los resultados. La pandemia es cosa del pasado y hay que mirar con optimismo los nuevos desafíos.
Nos quedan tres años y debemos aprovecharlos al máximo. ¡A las cosas uruguayos!
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