Hasta hace unos años, la influencia política de las corporaciones en Estados Unidos se balanceaba entre las que promovían una agenda progresista y verde, y las que se mantenían alejadas de las cuestiones de igualdad social, mientras presionaban por las energías convencionales. Pero la increíble acumulación de riqueza en manos de las empresas tecnológicas ocurrida en los últimos años –todas ellas progresistas y “verdes”– ha alterado por completo ese equilibrio. El establishment empresarial estadounidense se ha sumado a los estamentos financieros, académicos y mediáticos que, junto a las burocracias gubernamentales, apoyan inequívocamente la política progresista. En su artículo para la publicación especializada Natural Gas Now, el académico del Instituto Heartland, Ronald Stein, se expresó así acerca del emergente espíritu “ambiental, social y de gobernanza” que se extiende entre las élites empresariales y gubernamentales del mundo occidental: “Permitir que bancos y gigantes de las finanzas como BlackRock coludan para reconfigurar las economías y la infraestructura energética es un precedente muy peligroso. Su movimiento promueve la idea de una nación forzosamente monolítica y regimentada bajo el control de la comunidad financiera. El pueblo estadounidense nunca votó para dar a los bancos este tipo de control sobre nuestro país”.
Según la Reserva Federal de San Luis, 32% de la riqueza de Estados Unidos en 2021 estaba en manos del 1% de la población, mientras que el 50% más pobre de los residentes en Estados Unidos solo poseía el 2% de toda la riqueza del país. Esto no es una novedad. La destrucción de la clase media, la transferencia de la riqueza de la clase media hacia el 1%, la creación de una subclase en permanente dependencia del Estado, todo esto es bien entendido por la oposición remanente descrita de diversas maneras como populistas, nacional-conservadores o conservadores MAGA (ndr “Make America Great Again” o “Que América vuelva a ser grande” en español). Con el sector tecnológico convertido en la fuerza más poderosa de lo que ya era un monstruo progresista, la oposición necesita refuerzos.
Teniendo esto en cuenta, la relación entre los conservadores y los trabajadores organizados requiere ser reconsiderada seriamente, porque los sindicatos son potenciales aliados, y lo suficientemente poderosos como para inclinar la balanza del poder político hacia políticas que den sustento a los intereses del pueblo estadounidense en general. Sin el poder de los trabajadores organizados, puede que resulte imposible oponerse a la influencia de las empresas multinacionales que han adoptado, casi universalmente, un programa concebido para crear escasez de todos los recursos fundamentales para la existencia de una clase media próspera: energía, agua, transporte y vivienda. El movimiento obrero en Estados Unidos está fragmentado, inexplicablemente unido solo alrededor de una cosa: el respaldo a la agenda globalista de las grandes corporaciones. Esto se manifiesta ante todo en su indiferencia hacia las políticas de inmigración que socavan el mercado laboral y las políticas de inspiración ecologista que hacen que los costos se vuelvan imposibles. Pero si los sindicatos volvieran a abrazar sus principios fundacionales, verían estas políticas como lo que realmente son: las prioridades de una oligarquía a punto de quedarse con el poder político y financiero absoluto.
Edward Ring, en “The Union Card”, publicado por American Greatness
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