En la actualidad, los responsables de las políticas (junto con muchos economistas bienintencionados) se han convencido de que los grandes impactos mundiales económicos, como las pandemias o crisis financieras, inevitablemente reducirán las tasas de interés y harán que las grandes deudas sean más fáciles de financiar; pero en épocas de guerra la necesidad de anticipar gigantescos gastos temporales puede elevar fácilmente los costos del endeudamiento. Ciertamente, en el complejo mundo actual de drones, guerra informática y campos de batalla automatizados, la forma en que los gobiernos usen sus presupuestos para la defensa es muy importante. De todas formas, suponer que cada vez que se recorten los presupuestos para la defensa los planificadores militares compensarán la diferencia con mejoras en la eficiencia es pensamiento mágico.
También ayudaría si Occidente logra evitar errores adicionales en la política energética como los que nos trajeron a esta situación. Alemania, en especial, que depende de Rusia para obtener más de la mitad del gas que necesita, parece haber cometido un error histórico con el desmantelamiento de todas sus plantas de energía nuclear después del desastre de Fukushima en 2011. Por el contrario, Francia —que produce el 75% de sus necesidades energéticas con energía nuclear—, es significativamente menos vulnerable a las amenazas rusas. En EE.UU., la decisión de cancelar la propuesta del oleoducto Keystone XL puede haber estado basada en sólidos argumentos medioambientales, pero ahora parece poco oportuna. Las medidas para proteger al medio ambiente no son buenas si generan debilidades estratégicas que aumentan la posibilidad de guerras convencionales en Europa, dejando de lado la contaminación radioactiva a gran escala que tendría lugar si se usan bombas de neutrones o armamento nuclear táctico.
Kenneth Rogoff, en Project Syndicate
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