Hacia fines del siglo XIX, los duelos se habían atemperado mucho, merced a la labor de los codificadores que establecían las reglas en sus códigos de honor, regulando una actividad que estaba absolutamente prohibida.
Estaba absolutamente vedado el duelo a muerte. A veces, la «primera sangre» podía ser la última, pero esto era un avatar del enfrentamiento armado y no su necesaria consecuencia.
Tampoco el cruce de armas era el único final posible del lance caballeresco, sino que preveía diversas instancias de conciliación en que la extrema violencia podía ser evitada. La sabiduría de los codificadores fue introduciendo cada vez más restricciones para evitar desenlaces fatales. Y más allá de los principios que desde el Concilio de Trento, llevaron a la Iglesia a sancionarlos severamente, también había razones de protección de los recursos humanos: los duelistas militares o civiles pertenecían a un estamento social que no debía dilapidarse en rencillas internas.
La Rusia de principios del XIX no era una excepción. El duelo estaba prohibido bajo duras sanciones. Pero allí, como en todas partes, los duelos se llevaban a cabo en la clandestinidad. El honor, en la concepción de la época, estaba por encima de las normativas. En la mayoría de los casos los duelos eran a muerte.
Uno de esos duelos enfrentó al poeta Alexander Sergeyevich Pushkin y a un oficial de apellido d’Anthès. Contra lo que puede suponerse, el poeta no tenía técnicamente desventaja alguna con relación a su rival. Ya había tenido cuatro duelos y una veintena de lances caballerescos.
Además de su temperamento vehemente, Pushkin tenía fama de juerguista y de jugador, un terreno fértil para los lances caballerescos.
Culminó sus estudios y hacia 1817 ingresó en Relaciones Exteriores. Además de otras famas, también tenía la de revolucionario, lo que generó que el zar Alejandro I lo mandara a un velado destierro. Al tiempo se trasladó al Cáucaso, experiencia que fructificó en su libro El prisionero del Cáucaso, escrito en 1820.
Recalculando
Hacia 1824 estaba exiliado en la finca familiar de Mikhailovskaya, a 400 km al sur de San Petersburgo, bajo supervisión paterna. Allí no solo escribe Boris Godunov sino también muchas cartas. Un trabajo publicado en la Revista de Andalucía en 1877 –fuente que según la Biblioteca Nacional de España es «de gran interés científico y cultural»– nos permite conocer el texto de una de esas misivas dirigida a un intercesor:
«No me he mezclado en ningún asunto, y si el gobierno quisiera podría favorecerme a muy poca costa. […] Tengo vergüenza de pedir nada, mucho más en esta ocasión: mis ideas son bien conocidas. Perseguido desde hace seis años, desterrado en un apartado pueblo, aislado por dos líneas de una carta mía, que fue interceptada, no podía estar bien mirado por el difunto emperador, aunque siempre he hecho justicia a sus verdaderos méritos, sin que jamás me haya mezclado en conspiraciones revolucionarias; […] desearía reconciliarme». El zar Alejandro había muerto y ocupaba el trono Nicolás I. En septiembre de 1826 le fue concedida una entrevista con el monarca.
Aquí empiezan las especulaciones. Los biógrafos coinciden en que la actitud del zar de recibir al poeta y reconciliarse con él fue una trampa para tenerlo vigilado. La obra de Pushkin no solamente estaría expuesta a la aceptación de los censores del régimen, sino que el propio zar haría su propia censura. Tal vez por aquello de que a los enemigos hay que tenerlos cerca, el monarca lo asignó a la corte.
Antonio Fernández Escobés juzga que «es propio de la idiosincrasia rusa pasar de un extremo a otro». Y que Pushkin pasó «de cantor de las ruinas de la autocracia, a panegirista de la autocracia por la gracia de Dios, de satírico descreído a cristiano celoso». La afirmación del periodista y escritor anarquista sobre la idiosincrasia rusa corre por su cuenta, pese a entender que «no es necesario demostrar esto que está plenamente comprobado en millares de casos, por sabios intérpretes de la vida».
Valentía de poeta
Ramón Gómez de la Serna, escribiendo en 1935 sobre el poeta ruso, dice en el diario Ahora de Madrid, que ni el destierro ni la censura, ni su agitada vida juvenil, ni las deudas de juego constituyeron la tragedia de Pushkin, sino tener: «la valentía, digna de un poeta, de casarse con la mujer hermosa».
Don Ramón adelanta el centenario de la muerte de Pushkin un par de años, intuyendo tal vez que el periódico socialista duraría poco. En 1936, él ya estaría en Montevideo huyendo de la guerra. Ahora subsistió hasta 1939.
Pero al contrario de Fernández Escobés, que se basa en «sabios intérpretes de la vida», Gómez de la Serna fundamenta su afirmación sobre los riesgos de la belleza femenil: «en aquellos tiempos oscuros tener una mujer hermosa era excitar a los tártaros y entrar en negras conspiraciones».
La dama en cuestión era Natalia Gontcharova. La conoció en 1830 y la desposó en 1831. Natalia ya había tenido cuatro hijos, pero seguía siendo atractiva cuando se fijó en ella –y ella en él– un oficial francés al servicio del zar.
Era este Jorge d’Anthès, un individuo siniestro –así lo pintan unánimemente los biógrafos–. Parece que este señor era protegido del embajador de Holanda «que, apasionado por él con dudosa amistad, le había llegado a prohijar», don Ramón dixit. Otros son aún más explícitos.
Empezaron a llegar anónimos a Pushkin tratándolo de cornudo. El poeta se fue a la casa del francés con las cartas en la mano a retarlo a duelo. El francés negó todo y se casó con Catalina, la hermana de Natalia. Terminaron convertidos en cuñados, pero eso no acalló los rumores.
En un bosque cercano a San Petersburgo se realizó el duelo a pistola el 27 de enero de 1837. La distancia de diez pasos aseguraba un desenlace fatal. El francés disparó primero. Herido gravemente el poeta disparó sobre d’Anthes que cayó al suelo. Creyendo que lo había matado, dicen que dijo: «Yo pensé que me alegraría más la muerte de ese hombre». Pero d’Anthès apenas había sido herido levemente. El muerto era Pushkin. Una muerte que demoró dos días y que le llegó no sin antes perdonar a su matador. Afirman que en ese lapso el zar se apropió de todos los papeles del poeta a cambio de una pensión para la viuda y de la cancelación de sus deudas.
Gómez de la Serna agrega una perla más al collar: el misterioso amante de Natalia pudo haber sido el propio monarca, y el oficial francés, solo una pieza de un juego fatal. Quedará para la especulación o la fantasía.
El hecho crudo e irrevocable era que el fundador de la literatura rusa moderna había muerto. Enterrado a hurtadillas silenciosas campanas doblaron por él.
Dostievski dirá explicando su famoso discurso del 8 de junio 1880, que Pushkin fue «el primero en describir […] el tipo de nuestro ruso negativo [y en dar] esa esperanza que puede sintetizarse en estas palabras ¡Creed en el espíritu del pueblo; no esperéis sino de él la salvación, ¡y él os salvará!».
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