A 20 años de la crisis del 2002, el reconocido economista, que tuvo un papel protagónico en las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en esa época, recordó esa experiencia en diálogo con La Mañana. Asimismo, detalló cuáles fueron los factores que derivaron en esa situación económica tan compleja y explicó qué lecciones dejó para el sistema financiero uruguayo.
Se cumplen 20 años de la crisis del 2002. ¿Cuáles fueron los factores que llevaron a esa situación?
Hay factores externos y otros de índole doméstico. Los externos se catapultaron por una crisis que hubo en el año 98 en Rusia. Recordemos que hacía tiempo había caído la Unión Soviética y por lo tanto Rusia, como nueva nación, pidió créditos al exterior. Entonces, los mercados, viendo que estaba teniendo dificultades para pagar su propia deuda doméstica, entraron en pánico y dejaron de prestarle, no solo a ese país sino también a todos los países emergentes.
En ese proceso, Brasil, que estaba altamente endeudado con deuda de corto plazo, no pudo financiarse en los mercados y tuvo que devaluar su moneda a principios del año 99. Eso generó una enorme recesión en Brasil, que se tradujo en menos demanda de importaciones hacia Uruguay y Argentina, con lo cual estos dos últimos entraron en una fase de caída de su PIB muy importante que duró casi cinco años.
¿De qué manera repercutió eso en la economía uruguaya?
Eso hizo que nuestra economía estuviera debilitada, y algo similar ocurrió con Argentina, porque la mayor parte de sus exportaciones en aquel momento iban hacia Brasil, por tanto, entró en crisis. No olvidemos que tenía un sistema de paridad respecto al dólar, es decir, un peso argentino valía un dólar, y esa política era insostenible por los excesos fiscales.
Eso llevó a que Argentina también devaluara muy fuertemente a finales del 2002, aunque ya lo hacía con profundidad desde el año 2001, abandonando la convertibilidad. Eso provocó como coletazo un problema financiero en la economía argentina, sobre todo en los bancos, donde la gente empezaba a retirar los dólares que tenía depositados allí, para lo cual el gobierno impuso el corralito, y de ese modo impidió que los bancos entregaran dólares a los depositantes que habían puesto sus ahorros en esa moneda.
Eso desencadenó en que los ahorristas argentinos que tenían parte de sus ahorros en Uruguay empezaran a retirar su dinero de los bancos uruguayos. ¿Qué efectos generó esto?
Exactamente. Eso puso a los bancos privados en una situación de corrida incipiente, o sea, empezaron lentamente a drenarse los depósitos. El Banco Comercial en enero de 2002 entró en un proceso de grandes dificultades porque se descubrió que había habido una estafa interna por parte de sus propietarios argentinos, que pusieron más presión sobre el sistema financiero uruguayo que ya venía, no lesionado, pero sí pensando que Uruguay podía tener un proceso como el que había tenido Argentina en cuanto a poder devolver los depósitos en dólares.
Luego se dio el cierre y liquidación del Banco Galicia, que tenía una sucursal en Uruguay, que tampoco podía hacer frente a los retiros de los depositantes argentinos. Ahí empezó un proceso de desconfianza hacia el sector financiero que se trasladó a otros bancos privados, algunos intervenidos o gestionados por el Estado, como el Banco Pan de Azúcar, Caja Obrera y el Banco de Montevideo, que era propiedad de empresarios uruguayos –el grupo Peirano–, que también estaban muy expuestos al riesgo argentino porque les habían prestado dinero a empresas argentinas que estaban en dificultades.
¿Cómo impactó esto en el Banco República y qué rol tuvo el Banco Central del Uruguay (BCU)?
Lo que sucedió fue que todo ese panorama se trasladó hacia el Banco República y el Banco Hipotecario que, al ser bancos públicos, el gobierno, a través del BCU, tenía que respaldar. El monto de los depósitos en dólares que tenían era superior a la disponibilidad de reservas que tenía el BCU, por ende, si esos bancos estaban en dificultades y no podían pagarles a los depositantes que querían retirar dinero, el Estado tenía que respaldarlos.
Esa fue la génesis de lo que aconteció hasta abril del año 2002. En paralelo, el gobierno se puso a trabajar para tratar de detener esa corrida, para lo cual pidió asistencia al FMI; tenía recursos que podía desembolsar de un programa que estaba vigente, pero este no estaba diseñado para atender las necesidades de una emergencia tan dramática como una corrida bancaria.
En los años previos a la crisis y posteriores a la devaluación brasileña del 99 que recién mencionaba, el FMI presionaba a Uruguay por un ajuste fiscal, mientras Uruguay mantenía una paridad cambiaria que lo había dejado competitivo con Brasil, que compraba un tercio de las exportaciones uruguayas. Con el beneficio del transcurso del tiempo, ¿cree que esa fue la respuesta adecuada?
Eso podríamos relativizarlo, en el sentido de que Uruguay venía cumpliendo correctamente su programa económico con el FMI en materia fiscal, es decir, no teníamos un déficit tan importante que generara dificultades como las que hubo después, sino que era financiable. De hecho, hasta marzo del 2002 nosotros fuimos capaces, a pesar de todo lo que estaba sucediendo, de contratar créditos en el exterior, y teníamos grado de inversión, o sea, si bien la situación del déficit fiscal no era la óptima, tampoco explicaba la virulencia de lo que vino luego.
¿Qué habría pasado si Uruguay hubiera devaluado después de Brasil? Ese fue un tema que se discutió y, con el diario del lunes, quizás hubiera sido importante devaluar, pero tampoco es tan claro que esa hubiera sido la mejor política.
Además de los factores externos que llevaron a la crisis, decía que hubo razones internas. ¿En qué medida incidió la debilidad en la que se encontraba el sistema financiero en ese momento?
Teníamos un sistema financiero débil que se arrastraba desde la crisis del 82. Casi todos los bancos domésticos de propiedad de uruguayos habían sufrido muchísimo en esa crisis, algunos habían sido fusionados, pero nunca hubo capacidad política para quebrarlos, porque quebrar bancos no es una cuestión trivial, tiene dificultades por el impacto que puede generar sobre el resto del sistema.
Además, había una fragilidad política importante, pues teníamos una democracia que estaba en consolidación tras la dictadura, por tanto, era muy difícil pensar en quebrar bancos en el 85-90, que habían salido malheridos de la crisis del 82. En ese entonces se optó por fusionar bancos y que las carteras que no eran viables fueran compradas por el Estado. Este, a través del BCU, les daba un pagaré que generaba una tasa de interés sobre esa deuda que se había comprado, que estaba prácticamente quebrada, y esos eran los ingresos que tenían los bancos. En definitiva, era una ficción, ya que eran bancos que no prestaban y sus ingresos eran activos que tampoco generaban recursos.
¿Qué reflexión se puede hacer de lo acontecido pasados 20 años?
La primera reflexión es que cuando hay un banco que está en dificultades es muy arriesgado tratar de mantenerlo vivo, lo mejor es liquidarlo a pesar de lo que cueste ello, y tratar de hacerlo de la manera menos penosa posible para la sociedad. Tener un banco gestionado que no actúa como banco sino como una entidad que uno no sabe muy bien cómo le puede ir, es muy arriesgado.
Segundo, los bancos tenían regulaciones que no eran las adecuadas. Todo el sistema bancario estaba cumpliendo con las normas de Basilea, pero lo que estas tratan de proteger es la calidad de los activos del banco, es decir, la calidad de los préstamos. Lo que nunca toman en cuenta es la otra parte del balance, que son los pasivos, que son los depósitos. Entonces, cuando un banco tiene depósitos en una moneda que no es la suya, por ejemplo, en dólares, y que pertenecen a no residentes, ahí tiene una fuente de riesgo que en aquel momento se entendía que no era riesgosa.
¿Qué hizo que esta vez sí se generara un daño?
A lo largo de la historia, cuando Argentina tenía un problema, todos los bancos uruguayos se hacían mucho más líquidos en dólares, porque los argentinos venían a depositar dólares acá. Cuando vino la crisis del 2002, ocurrió lo contrario: los argentinos estaban en crisis y, en vez de traer dólares, se llevaban los que tenían acá.
¿Eso respondió a un problema en la regulación uruguaya?
Exacto, por lo tanto, a partir del 2003 se mejoró la regulación y se estableció que los depósitos de no residentes no se pueden prestar a nadie; se pueden colocar en activos muy líquidos como Letras del Tesoro de Estados Unidos con riesgo cero, pero no pueden usarse para financiar préstamos. Esa es otra lección, que la regulación no era la adecuada, y luego se reforzó y es lo que tenemos hoy.
¿Habríamos podido manejar mejor la crisis bancaria si hubiéramos tenido tipo de cambio flotante, o nada hubiera cambiado?
Es independiente. Supongamos que teníamos tipo de cambio flotante como el que tenemos hoy, y tenemos todos los bancos con los depósitos en dólares y están en manos de no residentes o de residentes, y un día deciden retirar todos los dólares. ¿Qué pasaría? El tipo de cambio no tiene nada que ver, porque trajeron dólares y tienen que devolver dólares, no se pueden fabricar, o se piden prestados en el exterior o se usan las reservas. Cuando estas se acaban y no hay préstamos del exterior, no hay otra alternativa.
A usted le tocó negociar con el FMI y las autoridades del Tesoro de Estados Unidos. ¿Cómo lo recuerda? ¿Qué aprendizajes se llevó de esa experiencia?
Tanto nosotros como el FMI y otros organismos aprendimos de la crisis. Sobre esto no había mucha experiencia, por lo menos en América Latina. El FMI fue creado para resolver crisis de balanza de pagos, para lo cual lo que hace es poner un programa que cierra la fuente del desequilibrio como puede ser un déficit fiscal abultado. El FMI en esos casos pide un programa económico y presta plata para salir de la crisis de balanza de pagos, pero no estaba preparado para el problema que teníamos porque no es su función esencial resolver una crisis bancaria con una corrida.
El problema en ese momento era la cola de gente en los bancos tratando de llevarse el dinero, entonces, la única manera de aplacar los instintos de pánico era decir que había suficiente dinero para devolver los depósitos, advirtiendo que si se los llevaban a su casa corrían el riesgo de perderlos y no cobrar tasa de interés. El secreto está en asegurarles a los depositantes que hay un respaldo monetario disponible para retirar su dinero. Esa fue la gran discusión con el FMI, solicitamos que hicieran un aporte importante de dinero, pero no fue posible.
¿Cómo lo convencieron?
Por eso fuimos a hablar con el Tesoro de Estados Unidos y le explicamos la situación; llevó un tiempo, entendieron el problema y convencieron al resto de los accionistas del FMI que son relevantes, a los países del Grupo de los Siete. De esa forma, adelantaron US$ 1.500 millones de reservas propias de Estados Unidos, con el compromiso del FMI de hacer un programa con Uruguay que le entregaría US$ 1.500 millones de manera instantánea y Uruguay le devolvería al Tesoro de Estados Unidos ese dinero que iba a recibir del FMI.
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