“La melodía popular… solo existe verdaderamente en el momento en que se la canta o se la interpreta, y solo vive por la voluntad de su intérprete y de la manera por él deseada… La creación e interpretación aquí se confunden… En una medida que la práctica musical fundada en lo escrito o lo impreso ignora completamente”.
Constantin Brailoiu “Esbozo de un método de folclore musical”
El término “folclore” ha sido desde hace ya años un punto de debate central entre los musicólogos, hay en esa palabra recuerdos y resquemores de cuando la musicología todavía estaba en pañales y se ocupaba principalmente de generar material artificial para alimentar la idea de “Nación” en los países de principio de 1900 y finales de 1800. Aunque ya hablé del fenómeno del folclore “revisado” o “artificial” en mi pasado artículo sobre Bela Bartók quiero volver a hacer hincapié en la temática dada la festividad de la Patria Gaucha festejada en Tacuarembó.
Que el folclore no sea un esbozo “real” de lo que la gente escucha, o escuchaba en ciertas zonas del país en ciertas épocas no lo convierte en algo nocivo para el ethos nacional, la fuerza del folclore como medio socializador y religador de las personas en una zona o región no responde a su autenticidad histórica, sino a su esencia como fenómeno cultural. Raúl Cortazar en su “Esquema del Folklore” nos da una guía para entender lo que significa para él y muchos otros este fenómeno epistemológicamente debatible. Para que una pieza sea folclórica debe tener varias características, y las voy a enumerar en mis palabras porque creo que de este análisis se desprende la intención y esencia del folclore.
Primero la música folclórica no es nunca privativa de un individuo, es colectiva y social. No tiene dueños a pesar de que en un primer momento haya surgido de la idea de un individuo particular, este anónimo de alguna manera cede su propiedad a la comunidad para que la obra respire cambios constantes y a la vez cuidadosos por el celo y el amor de quienes comparten esta herencia, dejando su fisonomía fundamental intacta pero actual. Es así que el folclore siempre está vigente en su lugar y tiempo dado.
En segundo lugar el folclore se mantiene en pie por fuera de las instituciones, es espontáneo y popular no solo en el sentido de su masividad de difusión, sino que emana del pueblo mismo. De la misma manera el fenómeno folclórico no debe ser confundido con una música “popularizada” o de moda, su vigencia es permanente en su comunidad.
En cuarto lugar los fenómenos folclóricos son orales, es decir, su transmisión es empírica, presencial y de persona a persona, no está suscrito a instituciones educativas o de enseñanza. Claro que esto no significa que en una institución el folclore no pueda existir, de la misma manera que el juego del elástico ha permanecido vigente en las escuelas desde tiempos inmemoriales, el folclore encuentra sus formas de adaptarse y mantener su vigencia. Quizás las canciones que cantaban mis compañeras no sean las mismas que cantaba mi abuela, pero el elástico sigue enredado en las piernas de las niñas en los recreos, su estructura fundamental es la misma.
La tradicionalización
En palabras de Cortazar “El fenómeno folklórico se configura cuando concurren lo que podría llamar las coordenadas del proceso: la horizontal de su colectivización empírica entre los componentes de una comunidad en un momento dado, y la vertical de su persistencia a través del tiempo. Esta última etapa es la tradicionalización”. Esta última palabra es clave, la tradicionalización es lo que crea su anonimato, su pertenencia y en base a estas genera su vigencia, la tradición no es un acto pretérito, nunca termina de formar parte del pasado (como sucede con la historia).
Lo que hoy aceptamos como folclore no es necesariamente la música real de nuestros ancestros, pero es nuestra y lo seguirá siendo siempre que nos reunamos, y mientras ese fogón siga prendido, se prenderán de vuelta los fogones de la Patria Gaucha todos los años por venir.
TE PUEDE INTERESAR