Desde hace nueve años, un rioplatense, afecto al tango y el mate, es uno de los principales referentes mundiales. Ciertamente podrían mencionarse varias figuras oriundas de esta región que alcanzaron relevancia internacional, en la literatura, la música, la ciencia, la política y el deporte. Pero ninguno alcanzará a tener la trascendencia histórica del papa Francisco.
El pontificado de Francisco debería ser motivo de orgullo para todos los rioplatenses y latinoamericanos, creyentes o no, porque significa la apreciación universal de una cultura que, en su diversidad y simbiosis, ha acumulado varios siglos de sabiduría, a través de la superación de sus tragedias, de la proeza de sus obras, de la transmisión de valores, ritos y costumbres que nos aproximan.
Para los latinoamericanos en general y los rioplatenses en particular, el problema de la no reconciliación con la propia historia muchas veces nos impide ver su riqueza, salvo por algunos destellos. Por otra parte, al estar en los márgenes geográficos y económicos del mundo, con frecuencia caemos en el vicio del aldeanismo, que no permite dimensionar la magnitud de ciertos fenómenos que pasan frente a nuestros ojos.
Suele perderse de vista que el papa Francisco no es solo el referente de una religión con cerca de 1.500 millones de fieles, sino que es un líder espiritual escuchado por referentes políticos y religiosos de todo el mundo, por empresarios y organizaciones sociales, pero sobre todo por multitudes de pueblos de los puntos más distantes del planeta, desde Brasil hasta Filipinas, desde Turquía hasta Corea del Sur, desde Madagascar hasta Suecia, o de Irak hasta Estados Unidos. Estos fueron algunos de los casi 50 países donde realizó viajes apostólicos.
Insólitamente la inmensa mayoría de los medios uruguayos hace silencio sobre el papa Francisco salvo cuando se hace eco de alguna agencia internacional de noticias que saca de contexto alguna frase aislada que sirva para llevar agua para el molino de alguna causa específica o para atacarlo ferozmente. Una utilización miserable que hace poca justicia con lo vasto y complejo de su mensaje.
Esa desinformación ha llevado a crear algunas caricaturas de Francisco que nada tienen que ver con la realidad. Entonces es cuando se le atribuye falsamente una ruptura con sus antecesores, o una determinada ideología política, perdiendo de vista la perspectiva profunda, que no hay que buscarla muy lejos, sino simplemente atendiendo a sus pronunciamientos y fundamentalmente valorando sus gestos, sin partir de la mala fe o el prejuicio.
El pasado domingo 13 de marzo, se cumplió el noveno aniversario de su pontificado, y en ocasión de la celebración de Angelus, Francisco hizo un llamado al “fin de la guerra” y que se “trabaje real y resueltamente en la negociación”. Recordó la ciudad de Mariúpol, en la región de Donetsk, un enclave industrial que lleva el nombre de María la Virgen, convertida en una zona de lucha y devastada por los enfrentamientos.
Vaya si recobra sentido la encíclica Fratelli Tutti del año 2020, de puño y letra de Francisco, pero inspirado en Juan Pablo II y Benedicto XVI, donde desarrolla ampliamente la cuestión de la fraternidad y de la amistad social en el mundo contemporáneo. Hoy es un texto obligado de lectura especialmente para los dirigentes políticos de todas las latitudes.
Allí ya advierte sobre una “tercera guerra mundial en etapas” donde denuncia que “guerras, atentados, persecuciones por motivos raciales o religiosos, y tantas afrentas contra la dignidad humana se juzgan de diversas maneras según convengan o no a determinados intereses, fundamentalmente económicos”.
Además, pone el foco sobre un tema central de este tiempo: el problema de la falta de “conciencia histórica” que vacía de contenido expresiones como la democracia, la libertad y la justicia; y la utilización de la “desesperanza” y la propagación de la “desconfianza constante” como forma de dominación en la sociedad.
Demos la oportunidad de quitar las anteojeras, hacer un lado el aldeanismo, y abrirse a escuchar lo que Francisco tiene para decir.
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