Apenas iniciado el nuevo gobierno, el Dr. Ope Pasquet remitió al Parlamento un proyecto de ley de eutanasia cuyo Artículo 1º, dice: “Está exento de responsabilidad el médico que, actuando de conformidad con las disposiciones de la presente ley y a solicitud expresa de una persona mayor de edad, psíquicamente apta, enferma de una patología terminal, irreversible e incurable o afligida por sufrimientos insoportables, le da muerte o la ayuda a darse muerte”.
Este proyecto de ley otorga, por tanto, a algunos seres humanos, el derecho de dar muerte – de matar– a otros seres humanos.
Por su parte, la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 comienza diciendo en su Preámbulo: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana…”. Más adelante, insiste: “Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad…”.
Parece bastante claro que la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 funda la igualdad de derechos de todos los seres humanos, en la dignidad intrínseca, inherente, de todo ser humano.
¿Qué quiere decir que un ser humano tiene una dignidad intrínseca, inherente? Quiere decir que por el solo hecho de ser lo que es –un ser humano–, tiene un valor máximo, y por tanto, debe ser máximamente respetado. Esto lo dice Kant cuando afirma que el hombre es un fin en sí mismo, no un medio para ser usado por otros individuos. Por tanto, no puede convertirse en –ni puede ser considerado como– una cosa.
Desde que el hombre tiene una dignidad inherente, tiene derechos. Y como contraparte, también tiene deberes vinculados a esos derechos. En otras palabras, si el hombre tiene derecho a que su vida sea máximamente valorada –y en consecuencia, a no ser matado–, también tiene el deber de valorar la vida de los demás: de no matar.
Los iguales derechos de las personas derivan de su igual dignidad. Si hubiera personas no dignas, no tendrían derechos. Es lo que ocurre con la esclavitud, cuando las personas son tratadas como si fueran cosas. Las cosas no tienen derechos, ni dignidad, y por eso se puede disponer de ellas por un precio. Las personas, por ser dignas, no deben ser tratadas como cosas, no se deben comprar ni vender, ni deben matarse, ni ser matadas. La dignidad humana es irrenunciable: ninguna persona puede renunciar a su dignidad. ¿Por qué?
Porque nuestra muy civilizada sociedad oriental no debería caer en el aberrante error de distinguir –como hacían los nazis– entre seres humanos dignos y no dignos; entre eutanasiables y no eutanasiables. Tampoco debería admitirse que nuestra sociedad –tan crítica de la Alemania de Hitler– autorice a algunos médicos a “dar muerte” a sus pacientes. De ocurrir esto, además de aprobar una ley salvaje, se estarían haciendo excepciones a la regla establecida en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Y Uruguay estaría desconociendo un compromiso internacional de enorme trascendencia.
¿Acaso un enfermo terminal no tiene derecho a que se alivie su sufrimiento? Claro que sí. El enfermo tiene todo el derecho del mundo a que se alivie su sufrimiento, pero esto se puede lograr con los cuidados paliativos primero y, si los dolores se vuelven insoportables, con la sedación paliativa después. En estos casos, es la enfermedad la que termina con la vida del paciente, no la droga que se le administra.
Ahora… si el suicidio no está penalizado, ¿por qué uno no tiene derecho a pedir que lo ayuden a suicidarse? Que el suicidio no esté penalizado no quiere decir que la persona, en algún momento de su vida, pierda su dignidad. Además, el deber de no matar que todos tenemos, incluye el deber de no ayudar a que otro se mate.
Existen en Uruguay innumerables problemas que causan horribles sufrimientos. Por ejemplo, el tráfico de drogas, que es fuente de violencia, y el consumo de drogas, que lleva a padres y madres adictos a descuidar a sus hijos. ¿No sería mejor que nuestros legisladores se ocuparan más de estos temas, en lugar de habilitar licencias para matar?
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