“¡Legalícenla!” La zoncera hecha bandera. Claudio Mate Rothgerber. CEES. EDITORIAL DEL PENSAMIENTO NACIONAL. 2021. Buenos Aires. 418 págs.
Una vez más, el CEES publica un texto salvaje, “bárbaro”, un texto para polemizar lo que se ha constituido no tan lentamente en parte del sentido común.
Las drogas han existido desde la noche de los tiempos. De hecho, hay numerosos estudios antropológicos analizando la función religiosa de diversas sustancias que propiciaban atajos a estados místicos. Asimismo, si existen desde la cuna de la humanidad y tiene incluso un rol sacro, ¿cuál es el problema con las drogas? Asumamos un ejercicio responsable de la libertad y que cada individuo consuma, ya no drogas, sino “sustancias” según le dicte su criterio personal…
Este discurso, con su infinidad de matices, ha permeado nuestras sociedades en forma sistemática. Pero comencemos a preguntarnos, ¿qué tiene que ver hipotéticos chamanes buscando vías arcaicas del éxtasis con millones de jóvenes que despedazan su vida apresados por la espiral del consumo de estupefacientes? ¿De dónde surge esta pléyade de eruditos legitimando el consumo masivo cotidiano de drogas con la excusa que en pretéritos pasados había una utilización mística o dionisíaca de drogas bastante distintas? Pero, en síntesis, ¿quiénes están interesados en la legitimación de la epidemia que han significado las drogas, sintetizadas en un negocio multimillonario como pocos y propagada a través de un consumismo nihilista instaurado como valor colectivizado?
El “mercado libre” de la droga del siglo XIX se apoyó en la maquinaria mercantil de las grandes potencias emergentes tras la Revolución Industrial y en la inestimable difusión del opio (arrasando para ello a millones de personas en China) y de la cocaína que hicieron algunos de los intelectuales más relevantes de la época. Hoy, la renaciente narcoindustria global procura adoptar la opinión pública a un nuevo escenario de liberalización a través de un increíblemente poderoso aparato propagandístico, bajo la consigna: “La guerra contra de las drogas es una guerra perdida”, lanzada por primera vez por Milton Friedman, avatar del neoliberalismo y compañero de ruta del Plan Cóndor, durante el llamado “Consenso de Washington”.
Un ejército de organizaciones, hipotéticamente “independientes”, escribas y supuestos especialistas están continuamente propalando consignas diversas: sólo una parte pequeña de la población consumidora deviene en “problemática”, no hablemos de adictos, hablemos de “usuarios”; es claramente un problema individual y no social. La droga no es droga, es “sustancia”. Plantear que las personas vivimos en una comunidad, que somos eslabones de una cadena de la que muchas veces no somos conscientes en su real trascendencia, pasa a ser una herejía en estas épocas de dionisíaco hedonismo donde lo único importante es la satisfacción inmediata de todo deseo por autodestructivo que sea.
Si alguna vez le generó curiosidad teórica “cómo un puñado de ONG que hasta hace poco no alcanzaban a pagar el alquiler de los minúsculos locales en los que funcionaban, y que hoy tienen asistencia perfecta a cuanto foro o congreso se convoque en cualquier parte del mundo para discutir las políticas de drogas o qué hay detrás de decenas de páginas web vistosamente diseñadas, de revistas sospechosamente ‘under’ publicadas en lujosas presentaciones, youtubers, influencers subidos a pantallas de Times Square, no busque más. Si no se ha preocupado, empiece a preocuparse”.
Un texto imprescindible, línea por línea. Hay dos capítulos que recomiendo encarecidamente. La correspondencia del ministro chino en la época de la Guerra del Opio a la muy liberal Reina Victoria y el dedicado al “experimento” uruguayo.
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