Occidente, a instancias de Estados Unidos, ha reaccionado a la invasión rusa de Ucrania con un régimen de sanciones “paralizante”. Se trata de una “guerra económica y financiera total” destinada a “provocar el colapso de la economía rusa”, admitió con franqueza el ministro francés de Economía, Bruno Le Maire. Sin embargo, muchas de las sanciones actuales parecen ser restricciones comunes y corrientes utilizadas contra varios países en el pasado. Varias de ellas, como la prohibición de exportar y la congelación de ciertos activos, ya fueron impuestas a Rusia después de la anexión de Crimea en 2014. Incluso la muy discutida exclusión de varios bancos rusos del principal sistema internacional de mensajes bancarios, SWIFT, no es nueva, ya que ha sido utilizada contra Irán, con resultados dispares.
El elemento más polémico del nuevo régimen de sanciones es, sin duda, la congelación de las reservas de oro y divisas de Rusia en el extranjero –aproximadamente la mitad de sus reservas totales–, pero ni siquiera esto es inédito: el año pasado, Estados Unidos congeló las reservas de divisas del banco central de Afganistán para impedir que los talibanes accedieran a sus fondos; también ha congelado anteriormente las reservas de divisas de Irán, Siria y Venezuela. En efecto, tomadas individualmente, estas medidas no son tan excepcionales como se han presentado. Sin embargo, nunca antes se habían desplegado tantas sanciones a la vez: ya hay 6.000 sanciones occidentales diferentes impuestas a Rusia, más que las existentes contra Irán, Siria y Corea del Norte juntas. Y lo que es más importante, ninguno de los blancos anteriores de sanciones era ni remotamente tan poderoso como Rusia, que es miembro del G20 y la mayor potencia nuclear del mundo. Asimismo, ninguno de los 63 bancos centrales miembros del Banco de Pagos Internacionales (BPI, Basilea) –el banco central de los bancos centrales– había sido antes objeto de sanciones financieras. En esta ocasión, el propio BPI se ha sumado a las sanciones para impedir el acceso de Rusia a sus reservas en el extranjero, una medida sin precedentes desde su creación en 1931, que ni siquiera fue aplicada durante la Segunda Guerra Mundial.
Entonces, ¿qué deberíamos esperar de las sanciones? Los expertos y comentaristas occidentales no tienen ninguna duda: las sanciones van a perjudicar a la economía rusa, sembrar el descontento dentro de su población y en las élites y, posiblemente, provocar la caída del régimen de Putin. Mucho más probable es que esto resulte ser el más reciente error de cálculo estratégico de Occidente, dentro de una larga serie de desaciertos, de los cuales la ignominiosa retirada de Estados Unidos de Afganistán es solo el ejemplo más reciente. Al fin y al cabo, Rusia lleva tiempo preparándose para este momento. Tras la primera oleada de sanciones occidentales, en 2014, y en parte como represalia contra ellas, Putin se embarcó en lo que los analistas han denominado una estrategia de “Fortaleza Rusia”, incrementando las reservas internacionales del país y diversificándolas fuera del dólar y la libra esterlina, reduciendo su exposición al exterior, impulsando su cooperación económica con China y aplicando estrategias de sustitución de importaciones en varios sectores, como el alimentario, el médico y el tecnológico, en un esfuerzo por proteger a Rusia lo más posible de los shocks externos. No olvidemos que la principal fuente de divisas de Rusia –las exportaciones de petróleo y gas– ha sido excluida de las sanciones, por razones obvias: para la mayoría de los países europeos, Rusia representa una gran parte de sus importaciones de petróleo y gas (y otros productos básicos), y simplemente no hay forma de sustituir esas fuentes de energía de un día para otro.
En resumen, Rusia no corre el riesgo, a corto plazo, de quedarse sin reservas y no poder pagar sus importaciones. Pero incluso suponiendo que Occidente decidiera poner fin a todas sus importaciones de Rusia de la noche a la mañana, no hay ninguna razón para creer que esto haría que la maquinaria militar rusa se detuviera. Como ha observado el economista Dirk Ehnts, la maquinaria militar rusa, en su mayor parte, no depende de las importaciones (y en todo caso, Rusia es un exportador de armas). Se aprovisiona en su propio país y, al igual que los salarios de sus soldados, se paga en rublos. Además, gracias a los exitosos esfuerzos del gobierno ruso para impulsar la producción agrícola nacional, la producción nacional de alimentos representa ahora más del 80% de las ventas al por menor, frente al 60% en 2014. Esto significa que Rusia es en gran medida autosuficiente en materia de alimentos. Por lo tanto, incluso si sus ingresos por exportaciones cayeran a pique (lo cual es poco probable), el país no pasaría hambre –a diferencia del resto del mundo– y muy probablemente podría seguir financiando sus esfuerzos bélicos.
Mientras que la mayoría de las naciones del mundo –143 de 193– votaron a favor de una resolución en la Asamblea General de la ONU que condenaba a Rusia, entre los 35 países que se abstuvieron figuran China, India, Pakistán y Sudáfrica, así como varios Estados africanos y latinoamericanos. Estos y muchos más países –incluidos varios que votaron a favor de la resolución, como Brasil– han criticado duramente las sanciones contra Rusia y es de esperar que sigan comerciando con Putin. Es francamente muy difícil decir que Rusia está aislada cuando algunas de las mayores economías del mundo se han negado a apoyar el régimen de sanciones de Occidente.
Hace dos semanas, sugerí que, al menos a corto plazo, Estados Unidos se beneficiará del conflicto en Ucrania. Sin embargo, a largo plazo, poco a poco va quedando claro que el orden global occidental liderado por Estados Unidos saldrá perjudicado. La imposición de sanciones por parte de Occidente –que no solo afectan a gobiernos, sino también a empresas privadas e incluso a organizaciones supuestamente apolíticas como los bancos centrales– ha enviado un claro mensaje a los países del mundo: Occidente no se detendrá ante nada para castigar a los países que se salgan de la línea. Si esto puede ocurrirle a Rusia, una gran potencia, puede ocurrirle a cualquiera. “No nos haremos [nunca más] la menor ilusión de que Occidente pueda ser un socio fiable”, ha dicho el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov. “Haremos todo lo posible para no depender nunca, de ninguna manera, de Occidente en aquellos ámbitos de nuestra vida que tengan una importancia decisiva para nuestro pueblo”.
Estas palabras van a resonar por todo el mundo, con dramáticas consecuencias para Occidente. Como ha advertido Wolfgang Münchau: “Que un banco central congele las cuentas de otro banco central es algo realmente impactante… Como resultado directo de estas decisiones, hemos convertido el dólar y el euro, y todo lo que está denominado en esas monedas, en activos de riesgo de facto”. Como mínimo, empujará inevitablemente a los países a diversificar sus reservas y a aumentar sus tenencias de yuanes, con el fin de disminuir el dominio de Occidente sobre sus economías y reforzar su resistencia económica y su autosuficiencia. Incluso si no empujara a los países directamente a los brazos de Pekín, como ya está ocurriendo con Rusia, es probable que conduzca a la aparición de dos bloques cada vez más apartados: un bloque occidental dominado por EE.UU. y uno oriental-euroasiático dominado por China. En esta nueva pseudo-guerra fría, los países “no alineados” podrían encontrarse en mejor posición para hacer valer su soberanía que bajo el imperio global estadounidense. Olvídense del “colapso de la economía rusa”: éste podría ser el resultado de la nueva guerra económica de Occidente.
Thomas Fazi, en “Sancionar a Rusia podría hacer caer a Occidente”, columna publicada por Unherd
TE PUEDE INTERESAR