El pasado 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del Señor para los católicos, se convirtió en una fecha histórica. ¿Por qué? Porque el Papa Francisco, atendiendo al pedido de la Santísima Virgen María cuando se apareció en Fátima, consagró Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María. La Virgen prometió que tras la Consagración, “Rusia se convertirá, mi Inmaculado Corazón triunfará y al mundo le será concedido un tiempo de paz”.
El Papa inició su Consagración dirigiéndose a la Virgen “en esta hora de tribulación”, y enumeró muchos errores y pecados que los hombres de este tiempo hemos cometido. Por ejemplo: “hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo” (…) “Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna. Acoge, oh Madre, nuestra súplica”.
El Papa finalizó su oración suplicándole a la Virgen que no nos deje naufragar en la tormenta de la guerra, que aplaque la venganza, que extinga el odio, que nos enseñe a perdonar, que obtenga para el mundo la paz.
Esta Consagración coincidió, naturalmente, con el “Día del niño por nacer” que se celebra cada 25 de marzo, por ser la fecha de la Concepción del Señor. En este día, los provida suelen congregarse para pedirle a la Madre de Dios que se apiade de los niños por nacer; sobre todo, en países como el nuestro, donde está legalizado el aborto.
Estos pasajes de la Consagración papal, pueden ayudarnos a reflexionar sobre el debido respeto a la vida humana: a toda vida humana, pero en particular, a la vida naciente.
¿Cómo llegamos a esta nueva guerra? ¿Será que al dejar de creer en el Dios verdadero, muchos se han erigido en sus propios dioses, y se han inventado una moral a imagen y semejanza de sus caprichos? ¿Acaso tantas armas no demuestran que por falta de fe en el Dios verdadero, cada vez más gente se siente insegura, y por tanto, más infeliz? ¿Quién puede sentirse seguro y ser feliz, si no se siente amado, arrullado por los poderosos brazos de su Padre Dios?
¿De dónde viene tanta agresividad -patente en nuestra sociedad-, tanto en las leyes de aborto como en las redes sociales? ¿Hasta qué punto nos hemos vuelto insensibles e indiferentes? ¿Hasta qué punto hemos llegado a despreciar al otro? Si sociedades enteras han llegado a sostener que el aborto es un “derecho adquirido”, ¿cómo puede sorprendernos que se haya perdido todo respeto a la vida inocente?
“Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y destrucción”, dice el Papa Francisco. Es terrible la violencia de las armas, de la guerra. Es terrible el odio entre seres humanos. ¿Pero acaso ese odio no comenzó a crecer cuando se empezaron a usar “armas quirúrgicas” para matar seres humanos en el vientre de sus madres? ¿Acaso la violencia de la guerra no empieza cuando se induce a una madre a cometer un acto tan antinatural como matar a su propio hijo? ¿Acaso esa violencia –terrible- no se institucionaliza, cada vez que una nación legaliza el aborto?
Son palabras fuertes. Pero mucho más fuerte tronó, en defensa de más débiles, la voz de aquella dulce monjita albanesa que fuera galardonada con el Premio Nobel de la Paz. Nos referimos, claro está, a Santa Teresa de Calcuta:
“El mayor destructor de la paz –decía Madre Teresa- hoy en día es el aborto. Es una guerra directa contra un niño inocente, un asesinato directo de la propia madre. El aborto mata la paz, porque si una madre es capaz de destruir a su propio hijo, ¿qué me impide matarte? ¿Qué te impide matarme? Ya no queda ningún impedimento.
Todos queremos la paz, tenemos miedo de las armas nucleares, tenemos miedo de la enfermedad del SIDA. Pero a una madre no le asusta matar a un niño inocente, creado para amar. Estoy convencida de que los gritos de los niños cuyas vidas han sido truncadas antes de su nacimiento, hieren los oídos de Dios.
Tomemos una sólida resolución: evitemos que los niños sean rechazados y tirados a la basura; salvemos a cada niño no nacido, démosle la posibilidad de nacer. Oremos para tener el valor de ponernos de su parte, démosle la oportunidad de amar y ser amados. Creo que con la gracia de Dios podremos llevar paz al mundo”.
Oremos por la paz. Recordando siempre que el mejor camino para alcanzarla, es respetar la vida de los más débiles e inocentes de nuestras sociedades: la vida de los niños por nacer.
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